Julio Verne - Colección de Julio Verne

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Julio Verne fue precursor de la ciencia ficción y de la moderna novela de aventuras. Fue un estudioso de la ciencia y la tecnología de su época, lo que —unido a su gran imaginación y a su capacidad de anticipación lógica— le permitió adelantarse a su tiempo, describiendo entre otras cosas los submarinos (en Veinte mil leguas de viaje submarino), el helicóptero (en Robur el conquistador), el viaje a la Luna (De la tierra a la luna).
Tabla de contenidos:
Veinte mil leguas de viaje submarino
Alrededor de la Luna 
La vuelta al mundo en ochenta días
Viaje al centro de la Tierra
Miguel Strogoff
Julio Verne (1828 – 1905). Escritor francés, considerado el fundador de la moderna literatura de ciencia ficción. Fue célebre por sus relatos de aventuras fantásticas, narradas siempre con un tono de verosimilitud científica. Predijo con gran precisión en sus relatos fantásticos la aparición de algunos de los productos generados por el avance tecnológico del siglo XX, como la televisión, los helicópteros, los submarinos o las naves espaciales.

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Ni tan siquiera traté yo de comprender la razón del capricho que había inducido al capitán Nemo a meternos en ese golfo, pero aprobé sin reservas que lo hiciera. El Nautilus se desplazaba con una velocidad media, ya manteniéndose en la superficie ya sumergiéndose para evitar a los navíos, y así pude yo observar el interior y el exterior de ese mar tan curioso.

El 8 de febrero, en la madrugada, avistamos Moka, ciudad ahora en ruinas con unas murallas que se desmoronan al solo ruido de un cañonazo y que apenas si dan protección a unas verdes palmeras. Ciudad importante en otro tiempo, con seis mercados públicos, veintisiete mezquitas y unas murallas, entonces defendidas por catorce fuertes, que formaban un cinturón de tres kilómetros.

El Nautilus se aproximó luego a las orillas africanas, donde la profundidad del mar es más considerable. Allí, entre dos aguas de una limpidez cristalina, pudimos ver, por nuestros cristales, admirables «matorrales» de brillantes corales y vastos muros rocosos revestidos de un espléndido tapiz verde de algas y de fucos. ¡Qué indescriptible espectáculo y qué variedad de paisajes en las rasaduras de esas rocas y de esas islas volcánicas que confinan con las costas libias! Pero fue en las orillas orientales, a las que no tardó en llegar el Nautilus, donde las arborescencias aparecieron en toda su belleza, en las costas del Tehama, pues allí esas exhibiciones de zoófitos no solamente florecían bajo el mar, sino que formaban también pintorescos entrelazamientos que se desarrollaban a diez brazas por encima, más caprichosos pero menos coloreados que aquéllos cuyo frescor era mantenido por la húmeda vitalidad de las aguas.

¡Cuántas horas maravillosas pasé así en el observatorio del salón! ¡Cuántas muestras nuevas de la flora y de la fauna submarinas pude admirar a la luz de nuestro fanal eléctrico! Fungias agariciformes, actinias de color pizarroso, entre otras la thalassianthus aster, tubíporas dispuestas como flautas a la espera del soplo del dios Pan, conchas propias de este mar, que se establecen en las excavaciones madrepóricas, con la base contorneada en una breve espiral, y mil especímenes de un polípero que aún no había observado, la vulgar esponja.

La clase de los espongiarios, primera del grupo de los pólipos, ha sido creada precisamente por ese curioso producto de utilidad indiscutible. La esponja no es un vegetal como creen aún algunos naturalistas, sino un animal de último orden, un polípero inferior al del coral. Su animalidad no es dudosa, y ni tan siquiera es ya admisible la opinión de los antiguos que la consideraban como un ser intermedio entre la planta y el animal. Debo decir, sin embargo, que los naturalistas no se han puesto de acuerdo sobre el modo de organización de la esponja. Para unos, es un polípero, y para otros, como, por ejemplo, Milne Edwards, es un individuo aislado y único.

La clase de los espongiarios contiene unas trescientas especies que se encuentran en un gran número de mares e incluso en algunos ríos, lo que les da el nombre de fluviátiles. Pero sus aguas predilectas son las del Mediterráneo, archipiélago griego, costa siria y mar Rojo. Allí se reproducen y se desarrollan esas esponjas finas y suaves cuyo valor se eleva hasta ciento cincuenta francos, la esponja rubia de Siria, la dura de Berbería, etc. Pero como no podía esperar estudiar esos zoófitos en el Mediterráneo, del que nos separaba el infranqueable istmo de Suez, me contenté con observarlos en el mar Rojo.

Llamé a Conseil a mi lado y ambos nos pusimos a observar, mientras el Nautilus se deslizaba lentamente a ras de las rocas de la costa oriental, a una profundidad media de ocho a nueve metros. Crecían allí esponjas de todas las formas: pediculadas, foliáceas, globulares y digitadas. Esas formas justificaban con bastante exactitud esos nombres de canastillas, cálices, ruecas, asta de ciervo, pata de león, cola de pavo real, guante de Neptuno, que les han atribuido los pescadores, más poéticos que los sabios. De su tejido fibroso, impregnado de una sustancia gelatinosa semifluida, manaban incesantemente chorritos de agua que, tras haber llevado la vida a cada célula, eran expulsados por un movimiento contráctil. Esa sustancia desaparece tras la muerte del pólipo, y se pudre liberando amoníaco. Entonces no quedan más que las fibras córneas o gelatinosas con un tinte rojizo de que se compone la esponja doméstica, empleada para usos diversos según su grado de elasticidad, permeabilidad o resistencia a la maceración.

Los políperos se adherían a las rocas, a las conchas de los moluscos, e incluso a los tallos de los hidrófitos. Guarnecían las más pequeñas anfractuosidades, irguiéndose unos y colgando otros, como excrecencias coralígenas. Le informé a Conseil de las técnicas de pesca de las esponjas, ya efectuada con dragas ya a mano. Este último método, muy similar al usado con las perlas, también con buceadores, es preferible, pues al respetar el tejido del polípero le deja un valor muy superior.

Los otros zoófitos que pululaban cerca de los esponglarios consistían principalmente en medusas de una especie muy elegante. Los moluscos estaban principalmente representados por diversas variedades de calamares, que, según D’Orbigny, son de un tipo específico del mar Rojo, y los reptiles, por tortugas virgata, pertenecientes al género de los quelonios, que proporcionaron a nuestra mesa un plato sano y delicado.

Numerosos eran también los peces, y muchos de ellos muy notables. Las redes del Nautilus subían frecuentemente a bordo rayas, entre ellas unas de forma ovalada y de color ladrilloso, con el cuerpo lleno de manchas azules desiguales, reconocibles por su doble aguijón dentado; arnacks de dorso plateado; pastinacas de cola en forma de sierra; mantas de dos metros de largo que ondulaban entre las aguas; aodontes, así llamados por su absoluta carencia de dientes, cartilaginosos próximos a los escualos; ostracios dromedarios, cuya giba terminaba en un aguijón curvado de un pie y medio de longitud; ofidios, verdaderas murenas de cola plateada, lomo azulado y pectorales oscuros bordeados por una estría grisácea; un escómbrido parecido al rodaballo, listado de rayas de oro y ornado de los tres colores de Francia; soberbios carángidos, decorados con siete bandas transversales de un negro magnífico, de azules y amarillos en las aletas, y de escamas de oro y plata; centropodos; salmonetes rojizos y dorados con la cabeza amarilla; escaros, labros, balistes, gobios, etc., y muchos otros comunes a los océanos que habíamos atravesado ya.

El 9 de febrero, el Nautilus se hallaba en la parte más ancha del mar Rojo, la comprendida entre Suakin, en la costa occidental, y Quonfodah, en la oriental, separadas por ciento noventa millas. Al mediodía, el capitán Nemo subió a la plataforma donde ya me hallaba yo. Me había prometido a mí mismo que no le dejaría descender sin antes haberle preguntado cuáles eran sus proyectos. Pero nada más verme se dirigió a mí y me ofreció amablemente un cigarro.

-Y bien, señor profesor, ¿le gusta el mar Rojo? ¿Ha podido usted observar las maravillas que recubre, sus peces y sus zoófitos, sus parterres de esponjas y sus bosques de coral? ¿Ha entrevisto usted las ciudades ribereñas?

-Sí, capitán Nemo, y el Nautilus se ha prestado maravillosamente a estas observaciones. ¡Ah! ¡Es un barco inteligente!

-Sí, señor, inteligente, audaz e invulnerable. No teme ni a las terribles tempestades del mar Rojo, ni a sus corrientes, ni a sus escollos.

-En efecto, este mar ha sido calificado como uno de los peores, y si no recuerdo mal, en tiempos de los antiguos su reputación era detestable.

-Detestable, en efecto, señor Aronnax. Los historiadores griegos y latinos no hablaban muy bien de él, y Estrabón dijo que era particularmente duro en las épocas de los vientos etesios y de la estación de lluvias. El árabe Edrisi, que lo describió bajo el nombre de Colzum, cuenta que los navíos se destrozaban en gran número en sus bancos de arena y que nadie se arriesgaba a navegar de noche. Es, decía, un mar sometido a terribles huracanes, sembrado de islas inhóspitas y que no «ofrece nada bueno» ni en sus profundidades ni en su superficie. Y tal es la opinión también de Arriano, Agatárquides y Artemidoro.

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