El historiador Hans von Campenhausen lo describe como un hombre autoritario, violento, astuto, convencido de la grandeza de su sede y de la dignidad de su ministerio. Expresa el historiador que Cirilo siempre consideró justo aquello que le era útil a su poder episcopal y que la brutalidad y falta de escrúpulos con que llevó su lucha nunca le crearon problemas de conciencia.
Cirilo defendía la “verdad”. Una verdad contraria al pensamiento de Hipatia, mujer hermosa y de gran talento, la hija más amada de Teón, bibliotecario de Alejandría. A ella se deben textos trascendentales como el Comentario sobre la aritmética de Diofanto y otro sobre las Crónicas de Apolonio .
Filósofa, geómetra, investigadora de la ciencia, fue secuestrada por una muchedumbre de monjes devotos seguidores de Cirilo, quienes la llevaron a la iglesia de Cesario, en donde fue golpeada brutalmente, apedreada, le arrancaron los ojos y la lengua, le sacaron los órganos y los huesos y luego quemaron sus restos. Destruyeron su obra y la borraron de la faz de la tierra.
El crimen de Hipatia quedó impune. Cirilo sobornó al investigador Edesio, quien no pudo esclarecer la verdad de lo ocurrido, ni quiénes fueron los instigadores.
Impunidad es una palabra extraña que, la mayoría de las veces, está asociada al poder, a la corrupción y al fanatismo. Impunidad es también una palabra que recorre la historia del mundo y de nuestra América. Y, en Antioquia y Medellín, sí que hemos oído hablar de impunidades.
Oímos del Proyecto Cultura que lucha contra la impunidad de los crímenes del franquismo, escuchamos que Israel goza de impunidad permanente por sus crímenes de guerra, leemos sobre la historia de la impunidad en Argentina.
Y también nos llegan ecos de la impunidad contra los crímenes de periodistas en Brasil, y sabemos que nuestros indígenas claman, por citar un caso, contra la impunidad con la masacre de El Naya (Cauca).
El impune, como ocurre con Cirilo, no tiene castigo, nadie lo juzga. Ni él ni quienes lo defienden aceptan razones, porque ejercen sus actos con una pasión exacerbada, tienen una relación desmedida y tenaz con su verdad. Adhieren de manera incondicional a sus razones, lo que hace que se comporten de manera irracional.
Son fanáticos. Están convencidos de que su verdad es la única válida y menosprecian las opiniones de los demás. Cuando el fanático accede al poder, desarrolla un sistema para imponer sus creencias, castiga a los opositores y llega a matarlos.
El coronel Plazas [Luis Alfonso Plazas Vega], por ejemplo, es responsable por la desaparición de doce personas que salieron vivas del holocausto del Palacio de Justicia. Hay pruebas documentadas. Pero quienes lo defienden no admiten razones. No hay allí un crimen, ningún exceso. Su abogado defensor dice que ni siquiera hubo desaparecidos.
Qué coincidencia, por ahí hay un arzobispo diciendo que los campos de concentración y los hornos crematorios en la Segunda Guerra Mundial nunca existieron. Sí, hay ceguera en el fanatismo. La mala noticia para ellos es que 1600 años después, Hipatia sigue viva…
Impunidad es también una palabra que recorre la historia del mundo y de nuestra América.
18 de septiembre de 2010, periódico El Tiempo
Sexo a lo bien en Medellín
George Lakoff dice que la derecha, más o menos desde mediados de la década del sesenta, se dedicó a organizar “Tanques de Pensamiento” capaces de nutrirlos argumentativamente, para tomar la iniciativa en los debates claves que sostienen con las tendencias progresistas de la sociedad.
Expertos como Frank Luntz les brindan guías de estilo orientándoles sobre el lenguaje que deben utilizar para seducir audiencias. La derecha viene con todo.
Para la muestra un botón: ahora resulta que el proyecto “Sol y Luna” que impulsó la realización de la campaña de prevención del embarazo adolescente en Medellín, no fue bueno. Sus evidentes y saludables resultados en salud sexual y reproductiva no importan, porque ocurre que la mirada debe ser otra, la verdadera, la oficial, la de la iglesia, la conservadora, la mirada de ellos.
A la derecha le aterroriza la libertad. Si a los muchachos se les propone una discusión sobre el sexo libre, responsable y seguro, entonces se les está invitando a la promiscuidad. Del sexo –dice la derecha– es mejor hablar en otros términos o en uno solo de los términos: el de la responsabilidad.
Porque para la derecha el placer sexual está proscrito, su única función es la reproductiva, “traer hijos al mundo para la gloria de Dios”, dicen. Los progresistas tenemos la tendencia dañina a menospreciar estas andanadas. Creemos que es tan retardataria la mirada, que no vale la pena debatir. Estamos terriblemente equivocados.
Mientras nos quedamos callados o despreciamos su discurso, ellos montan a la sociedad en su marco conceptual: la moral del padre estricto, en la que Dios –que es todo bondad– decide qué está bien y qué está mal. El placer y la libertad en el sexo, por ejemplo, son inmorales. Para cumplir los mandamientos de Dios hay que ser disciplinado, practicar la abstinencia, resistir la tentación. Hay un orden moral natural: Dios por encima del hombre, el hombre por encima de la naturaleza, los adultos por encima de los niños... Y ese orden moral se extiende con demasiada frecuencia a los hombres por encima de las mujeres, los blancos por encima de los no blancos, los cristianos por encima de los no cristianos.
Creo que estamos equivocados. Hay que debatir, confrontar las ideas. Si nos quedamos callados seremos corresponsables de que impere la barbarie.
25 de septiembre de 2010, periódico El Tiempo
La violencia como trampa en Medellín
Entonces tú mides en centímetros cuadrados o en segundos de emisión, la dimensión de las noticias sobre Medellín, y ahí está la violencia galopando, definiendo a la ciudad, señalando a su territorio.
Uf, dicen los analistas, qué ciudad tan violenta. Se crea un relato dominante y todo el mundo se pega de él. Les cuesta mucha dificultad ver algo distinto.
Mire nada más cómo Medellín gana premios internacionales, reconocimientos. Convoca con solvencia la presencia de las más destacadas figuras del mundo. Los alcaldes de las más diversas ciudades del planeta se acercan hasta aquí para aprender de las experiencias ya vividas; la ciudad es epicentro de encuentros memorables.
Los arquitectos del mundo se vienen para acá a recrearse con los prodigios logrados en el manejo del espacio público, pero no, la gente se pega del relato dominante.
Es grave que nosotros, aquí mismo en la ciudad, caigamos en la trampa de definirnos a partir de la violencia. Es una trampa, porque ocurre que en Medellín confluyen diversas violencias.
Una es la violencia social, esa que es producto de la dinámica de la ciudad misma: la riña callejera, el atraco, la violencia intrafamiliar, la confrontación entre vecinos, los arrebatos de la intemperancia. Es una violencia con cifras concretas que, está probado, han descendido de manera paulatina y persistente, lo que hace que Medellín inició el proceso de transformación ya conocido, cuando empezó a transitar del miedo a la esperanza. Sí, del miedo a la esperanza.
La otra es una violencia estructural, la violencia de los profesionales de la violencia, la de paracos, narcos y bandas organizadas del crimen, la violencia de los que se disputan territorios de poder, la de los matones de oficio. Esa violencia que los exacerba y hace que se masacren entre ellos.
Esa es la violencia de quienes están interesados en sumirnos en el miedo, de quienes quieren una ciudad que retroceda. Esa violencia no tiene por qué definirnos, estigmatizarnos.
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