Rodrigo Silva - Ellos creían en Dios
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Enfrentando la Universidad de Pisa
Con apenas 17 años, Galileo inició sus estudios en la Universidad de Pisa. Sus colegas, en esa época, le pusieron el sobrenombre de “discutidor” porque él vivía cuestionando y discutiendo todo aquello que sus profesores le decían, y todo lo que no estuviera basado en pruebas convincentes.
Después de algún tiempo, dejó la facultad de Medicina y terminó cambiando de carrera. Estudió Matemáticas y Ciencias. Sin embargo, en 1585, tuvo que dejar la facultad por falta de dinero. La rectoría acostumbraba ofrecer becas de estudios a los alumnos pobres que, como él, no tenían cómo costearse sus estudios. Pero como Galileo era considerado un “alborotador académico”, su nombre no fue ni siquiera considerado para el ofrecimiento de la beca escolar. Ellos parecían estar hasta satisfechos de no tener más a aquel joven contestatario entre sus estudiantes.
Lo que más ayudó a Galileo en esa época de humillación y sufrimiento fue la fe que su madre le había enseñado. Se aferró a Dios y lo convirtió en su profesor particular. Le pidió al Señor que lo iluminara y comenzó a estudiar solo. Además, daba clases particulares, a fin de solventar sus gastos en Pisa.
Enseñando Matemáticas
Hasta que un día, Guidobaldo del Monte, famoso profesor de Matemáticas, tanto en Pisa como en Padua, reconoció cuán brillante era Galilei y entonces intervino delante de la Universidad para que lo aceptaran, pero no como estudiante, sino como un académico. Fue una batalla que duró varios años. Finalmente, en 1589, la Facultad de Matemáticas lo aceptó como uno de sus profesores, cargo que ocupó durante cuatro años seguidos. Dicen que, cierta vez, Galileo casi perdió la cátedra de profesor, porque fue el único que tuvo la valentía de ser sincero y reprobar un trabajo mediocre que todos decían que estaba bien, solamente porque estaba hecho por el hijo único de un gran duque de la ciudad de Pisa.
Fue durante ese tiempo que Galileo inventó la balanza hidrostática y determinó el centro de gravedad de los sólidos. Tales descubrimientos le valieron, en 1592, la invitación a dar clases en la gran Universidad de Padua. Y, como no era tonto, aceptó rápidamente.
Galileo permaneció en Padua hasta 1610. En ese período, aprovechó para perfeccionar el telescopio y midió con él las montañas de la Luna. Describió los satélites de Júpiter, las fases de Venus, los anillos de Saturno, la rotación del Sol sobre su eje y otras cosas más. Él afirmó también que el peso de los objetos está determinado por la fuerza continua de atracción que ejerce el centro de la Tierra. Si estuviéramos en el vacío, la pluma de una gallina caería al suelo con la misma velocidad que un bloque de plomo, visto que no habría, allí, la resistencia del aire al pasaje de los objetos. Tres siglos y medio después, los astronautas estadounidenses pisaron la luna y corroboraron lo que Galileo había dicho. ¡Una vez más se confirmó que el italiano estaba en lo cierto!
Como profesor, Galileo era muy respetado por los alumnos que amaban la versatilidad de sus clases. Mientras que la mayoría de los académicos “enclaustraba” a los estudiantes en las aulas con tediosas exposiciones orales, él prefería salir al campo con sus alumnos para presentar, en medio de la naturaleza, la coherencia de las leyes que enunciaba.
En una innovadora manera de enseñar, llevó a sus alumnos hasta la torre de Pisa, y les mostró un ladrillo entero y otro partido al medio. “Si yo tirara estos ladrillos desde arriba de la torre”, dijo él, “¿cuál llegará primero?” Todos dijeron que sería el ladrillo entero, pues era más pesado que el segundo. “¿Será así?”, interrogó Galileo con una sonrisa. “Sin embargo, yo apuesto a que ustedes están equivocados. Ambos llegarán al mismo tiempo”. Dicen que algunos profesores que estaban presentes también discreparon con él.
Sin demorarse, Galileo subió a la cima de la torre y dejó caer los dos ladrillos. Ambos cayeron a la misma velocidad y llegaron juntos al suelo. Delante de la perplejidad de todos, Galileo aprovechó para enseñarles la temática de la resistencia del aire sobre los objetos que ya mencionamos anteriormente. Los alumnos, lógicamente, vibraron con la demostración, pero algunos profesores estaban envidiosos con su popularidad y comenzaron a conspirar en su contra, tal como le sucedió a Daniel en la corte del rey Darío (lee después esta historia de Daniel 6).
El complot de los colegas
Probablemente las dos más famosas invenciones de Galileo hayan sido el termómetro y el compás de proporciones, que combina las funciones de compás y de instrumento de cálculos. Inmediatamente hubo una gran demanda, especialmente de este último instrumento, que era utilísimo en la ingeniería náutica y en la militar.
No pasó mucho tiempo, cuando dos profesores inescrupulosos intentaron reclamar que ellos eran los verdaderos inventores del compás y que Galileo les había robado el proyecto. El brillante científico tuvo que someterse a la humillación de ir a una corte pública y probar que era el autor del invento. No fue difícil ganar la causa. Y, aunque Galileo podría haber procesado a los colegas por perjurio, él prefirió perdonarlos, como manda el evangelio.
Como ves, la vida fue dura para Galileo. Aun con su genialidad, jamás se volvió rico. Cuando su padre murió, en 1591, asumió las deudas de la familia para honrar el buen nombre de los Galilei. Nuevamente se vio en problemas cuando no pudo pagar de inmediato una dote que su padre le había prometido a un yerno, apenas se casara con su hermana. Ese cuñado también intentó llevarlo a la justicia, lo que le causó gran tristeza al científico, pues ya era la segunda vez que comparecía como reo delante de un juzgado público; y eso era tremendamente humillante para un renombrado profesor de la Universidad de Padua.
La intriga y la determinación de aniquilar a Galileo encontraron nuevas fuerzas cuando él comenzó a defender públicamente las ideas de Nicolás Copérnico contra el sistema geocéntrico. Algunos profesores corrieron hasta Roma para difamarlo y consiguieron que el Santo Oficio lo reprendiera con una advertencia por medio de una carta, prohibiéndole enseñar esas nuevas teorías en la sala de clases.
En 1632, cuando pensaba que ya había pasado la crisis, Galileo publica un libro llamado Dialogo sopra i due massini sistema del mondo �Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo�, donde criticaba nuevamente el sistema aristotélico y defendía el heliocentrismo. Cinco meses más tarde, la Iglesia prohíbe la circulación de su tratado y, dos años después, fue convocado para comparecer en Roma a fin de enfrentar la acusación de hereje e innovador. El interrogatorio fue realizado el 21 de junio de 1634 y Galileo tuvo que retractarse de lo que era considerado su “error”. De una forma humillante, tuvo que estar de rodillas y recitar una retractación formal, de acuerdo con la orden de los inquisidores.
“Yo, Galileo… juro que siempre he creído, y todavía creo, y con la ayuda de Dios continuaré creyendo, en todo lo que es dicho y predicado por la Iglesia. Yo debo olvidar totalmente la falsa opinión de que el Sol es el centro de este sistema y no se mueve, y que la Tierra no es el centro de este sistema y se mueve”. Al levantarse, sin embargo, Galileo murmuró en voz baja: E pur si muove �“¡Y se mueve!”�.
Aun cuando, aparentemente, hubiera abjurado de sus creencias, Galileo fue condenado a la cárcel privada. Para alegría de sus enemigos, él fue obligado a vivir en la villa de Arcetri, bajo la vigilancia de la Inquisición. Desde ese momento, nunca más volvió a dar clases. Retomó sus estudios de mecánica y escribió un nuevo libro con “discursos” que fue, a duras penas, publicado en Holanda por algunos simpatizantes de su trabajo.
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