1 ...6 7 8 10 11 12 ...18 “ Los tiempos apremian y lo sabes.”
“ ¡No necesito que un muchachito venga a decírmelo! Recuerda que nací antes que tú y que mientras tu todavía usabas pañales, yo ya había creado un imperio partiendo de la nada”, lo regañó Cesare.
“ Un imperio que está colapsando”, rebatió Aiden haciendo enfurecer a Cesare que de nuevo fue sacudido por espasmos respiratorios que lo llevaron a toser y lo obligaron a intentar relajarse en el sillón, a pesar de las ganas incontrolables de echar de su palacio a ese insolente.
“ Abuelo, te lo ruego, cálmate”, se preocupó de inmediato Emma yendo al saloncito a llenar un vaso de agua para él.
Cuando el viejo se restableció lo suficiente, Emma decidió tomar la palabra, incluso si la mirada enfurecida de Aiden le resultaba amenazadora.
“ No veo por qué debemos seguir peleando, cuando estamos aquí precisamente para ponernos de acuerdo… Un acuerdo que ya fue decidido por ambas partes”, balbuceó Emma con la mirada que ya no sabía sobre que o quien posarse para no avergonzarse aún más, mientras intentaba evitar pronunciar la palabra matrimonio para no morir de la vergüenza.
“ ¡Tú no te casarás jamás con este insolente!”, respondió su abuelo entre un golpe de tos y el otro.
Emma hubiera querido responderle que, si Aiden aceptaba, se habría casado con él y que lo habría seguido hasta el fin del mundo para poder estar con él. Con o sin la bendición de su abuelo.
Sobre todo, ahora que lo había visto a pocos pasos de ella para enamorarla de nuevo, haciendo desaparecer como por magia los doce años de distanciamiento.
Sin embargo, sabía que no era el momento oportuno para ciertas confesiones, si no quería hacer colapsar a su abuelo y conectarlo a un respirador antes de morir de un infarto.
“ Abuelo, lo has dicho tú también que este acuerdo nos sirve. La Marconi te necesita a ti… y a mí. Sabes que haría cualquier cosa para ayudarte. Además, pensaba que querías cumplir con la última voluntad de tu primo”, le dijo dulcemente, acariciándole la espalda para calmarlo.
Como cada vez que Emma tocaba el tema inherente a Marconi Construcciones, Cesare se calmó y, después de algunas respiraciones largas, se rindió.
“ Tú no te mereces a mi nieta y tampoco a la Marconi Construcciones, pero lamentablemente en este momento no tengo elección, de todas formas, puedes quedarte tranquilo que, al primer paso en falso, te destruiré. Emma se está sacrificando por mi… estoy seguro de que no se casaría jamás por voluntad propia con alguien como tú. Sin embargo, si la haces sufrir o la tratas mal, te haré pedazos a ti a tu acuerdo… Incluso si eso provoca un escándalo internacional. ¿Me expliqué claramente?”, dijo entre dientes Cesare levantándose de la silla y acercándose al joven.
Emma hubiera querido detener a su abuelo y calmarlo, pero nunca lo había visto en ese estado y tenía demasiado miedo como para hablar.
Atemorizada, se alejó de los dos hombres y se puso a mirar el suelo.
“ Si Emma hace su parte de buena esposa, no habrá problemas”, respondió Aiden impertérrito, haciendo que a la muchacha el faltara el aire.
“ Emma será una buena esposa. Es una mujer seria, respetuosa, instruida, sin pájaros en la cabeza, apegada a su familia, con un gran sentido del deber y sabe permanecer en su lugar.”
“ Justo lo que necesito. No necesito nada más.”
¿Por qué Emma sintió que se le helaba todo el cuerpo cuando escuchó esas palabras?
Ella quería un matrimonio de amor, romántico, dulce, hecho de afecto, respeto y pasión. Sin embargo, delante de ella se estaban repitiendo sólo las cláusulas de un contrato verbal y el apretón de manos entre los dos hombres que siguió luego, casi la hizo descomponer.
Intentó acercarse a Aiden esbozando una sonrisa, pero éste apenas la miró dirigiéndole una mirada imperturbable y casi de ira reprimida, manifestada sólo por la tensión en la mandíbula.
“ Aiden, yo…”
“ Mi secretaria te contactará durante el día para saber el día del matrimonio y darte todo lo que necesitas”, la interrumpió él serio y formal.
“ En verdad pensaba que quizás podríamos hablar… solos”, intentó temerosa Emma que hubiera querido tanto poder estar con Aiden sin la presencia de su abuelo.
“ Fija una cita con mi secretaria.”
“ Pero yo…”
“ Buen día, Emma. Cesare, hasta luego”, dijo el joven saliendo de la oficina a la misma velocidad con la que había entrado.
“” Yo no le gusto más. Se ha olvidado de mi””, comprendió Emma molesta y con un nudo en la garganta que le daba ganas de llorar.
“ No te preocupes, hija mía. Encontraremos la forma para que te divorcies de ese maldito sin perder el apoyo y las acciones del Consejo de Administración”, intentó consolarla el abuelo que había visto la molestia y el dolor en sus ojos.
Pero Emma no quería pensar en el divorcio antes de casarse. Ella quería sólo ser feliz y realizar su sueño romántico que había tenido de niña. Ella quería a Aiden.
Diez meses después, Emma y Aiden se casaron en Roma en la Iglesia de San Pietro in Montorio, donde se había casado también su abuelo, después de un noviazgo veloz que Emma pasó en Roma y que ni siquiera percibió, ya que después del encuentro en la oficina de su abuelo, pudo ver a su novio sólo el día del compromiso en el que se anunció el matrimonio.
Fue una fiesta sumamente suntuosa, como había dicho Cesare y que mantuvo a Emma ocupada todo el tiempo sin respirar.
Ese día fue el peor de su vida, dividida entre invitados que no conocía y la indiferencia de Aiden que se había limitado sólo a estarle cerca y que, cuando le puso el anillo en el dedo con un diamante tan grande como para sorprender incluso a la mujer más rica entre los presentes, no la había siquiera mirado a la cara.
Incluso la fatídica pregunta: “¿Quieres casarte conmigo?”, estuvo más dirigida al público delirante por esa novedad que a ella. Emma no había podido contener las lágrimas de infelicidad y se había limitado a asentir como si ese “Sí”, no quisiera salir de sus labios tensos por el dolor.
Además, sus dos mejores amigas no habían podido ir a Italia y ella se había encontrado más sola que nunca, bajo el peso de ese matrimonio por conveniencia del que no podía hablar con nadie. Ni siquiera con Rachel y Abigail.
Eso no era lo que siempre había soñado.
Además, mientras ella organizaba el matrimonio en Italia, Aiden se había quedado en Portland, ocupado con la fusión entre la Marconi Inmobiliarias y la Marconi Construcciones.
Esa distancia no le había permitido a Emma hablar ni una sola vez con él. Ni siquiera por teléfono o email.
“ El señor Marconi dijo que le da carta blanca”, le repetía siempre la secretaria de Aiden cada vez que ella intentaba llamarlo para preguntarle qué menú prefería, qué tela para los manteles quería, las flores…
Sólo Miranda Wilson, su wedding planner, había mostrado un poco de indulgencia por esa esposa sola y desesperada en las garras de un matrimonio más grande que ella con cuatrocientos invitados, prensa y reporteros listos para filmar el evento más esperado del año, mientras los rumores ya hablaban de un matrimonio debido a un embarazo inesperado.
¡Cuánto hubiera deseado que fuera esa la verdad sobre su propio matrimonio!
Sin embargo, no podía contarle a nadie de su dolor por esa unión que la estaba devastando a cada instante.
Su abuelo le había pedido incluso que no les dijera nada a sus primos y parientes, por miedo que se filtrara la noticia.
Para todos, Emma y Aiden se habían reencontrado y se estaban casando coronando su sueño de amor de doce años atrás.
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