1 ...7 8 9 11 12 13 ...18 El día de la ceremonia, Emma llegó al altar con lágrimas en los ojos y, cuando su abuelo intentó detenerla, ella lo animó para no darle un disgusto.
“ Emma, tú no eres feliz”, había alcanzado a decir con voz ronca antes de llevarla al altar.
“ Lo soy, abuelo. Y lo seré aún más cuando Aiden y yo podamos estar juntos, solos, sin el estrés de tener que organizar eventos como éste.”
“ Sí, tienes razón. La luna de miel en el crucero acomodará todo.”
“ Claro, no veo la hora de partir…”, suspiró Emma esperanzada. Su luna de miel duraría tres semanas. Tres semanas en las que hubieran estado solos, libres para poder hablar, recordar el pasado, reír juntos y contarse cosas… pero también de descubrir uno el cuerpo del otro.
Con la mente que vagaba sobre lo que habría ocurrido esa noche, alcanzó a sonreír y a iluminarse lo suficiente como para tranquilizar al abuelo.
Ese día incluso las ánimas más insensibles se conmovieron frente a ese matrimonio con la misa en latín, las notas conmovedoras y dulces del órgano, la suntuosidad de la iglesia, el vestido sirena de encaje de Pnina Tornai que envolvía el cuerpo de Emma con delicadeza, el viejo Cesare que tomó el lugar del padre difunto de la muchacha acompañándola al altar, donde le dio un cálido beso en la frente antes de separarse de la nieta…
Todo fue conmovedor y romántico. Todo, excepto la mirada helada de Aiden que hizo resbalar una lágrima de tristeza sobre el rostro perfecto de Emma después de ese beso rápido en la comisura de la boca que habría tenido que sellar su unión.
Afortunadamente, las lágrimas de Emma fueron interpretadas por todos los presentes como una manifestación de alegría incontenible y felicidad.
Su única esperanza de acercarse al corazón de su esposo estaba en el viaje de bodas.
Lamentablemente esa noche la nave partió sin Aiden, bloqueado por una imprevista reunión de emergencia en la Marconi Inmobiliaria, que lo mantuvo ocupado por videoconferencia toda la noche.
“ Posterguemos el viaje”, le había propuesto Emma, cuando habló con él durante una breve pausa.
“ No hay necesidad… ¡Es más, haz como si yo estuviera allí! De todas formas, ¿qué es lo que cambia? Estoy seguro de que sabrás disfrutar mejor de las vacaciones sin tu consorte que tan poco soportas”, le había respondido Aiden con la voz confusa.
“ Estás borracho”, comprendió Emma severa, pero Aiden ni siquiera respondió, debido a una llamada.
Cuando volvió del viaje de bodas sola, a Portland, Emma intentó hablar con Aiden muchas veces, pero sin éxito.
Definitivamente se dio cuenta del tipo de vida conyugal que habría tenido cuando consiguió llegar a la cuestión “casa”.
“ Yo tengo un apartamento maravilloso en la Quinta Avenida. Es muy grande y está cerca de tu oficina. Pensé que podrías mudarte conmigo”, intentó Emma tratando de no dejarse intimidar por esa máscara de hielo que él siempre tenía con ella.
“ Yo también tengo una casa, aunque un poco apartada… tanto que a menudo me quedo a dormir en la oficina.”
“ Entonces, ¿dónde preferirías estar?”
“ Si entendí bien, te gusta estar en tu apartamento.”
“ Sí”, le respondió Emma con una amplia sonrisa, finalmente contenta de poder enfrentar serenamente el tema. “Claro, pero sólo si a ti te gusta… yo me permití hacerte una copia de mis llaves”, continuó Emma, dándole un manojo de llaves que él no quiso tomar.
“ Podrías pasar por mi casa después del trabajo, así te muestro el apartamento. Podría preparar la cena…”
“ No tengo tiempo”, la detuvo de inmediato él.
“ Pero tendremos que decidir dónde vivir”, dijo ella insegura.
“ Si tanto te gusta vivir en la Quinta Avenida, no veo por qué tendrías que mudarte a otro lugar.”
“ Está bien… ¿Y tú?”
“ Yo no estoy nunca en casa. Estoy siempre de viaje y a veces me quedo aquí por la noche.”
“ Pero…”
“ No veo por qué tendría que molestarte.”
“ Aiden, yo… te lo ruego… tenemos que hablar...”
“ Disculpa, Emma, pero dentro de diez minutos tengo una reunión con el Consejo y todavía hay muchas cosas que discutir con tu abuelo, ya que quiere el control del 51% de las acciones de la Marconi Inmobiliarias”, la detuvo el hombre nervioso y apurado yendo a abrirle la puerta para acompañarla.
“ ¿Y el apartamento?”, dijo Emma confundida.
“ ¿Por qué tenemos que cambiar nuestros hábitos y arruinarnos la vida con la presencia del otro, cuando nos alcanza con ese certificado de matrimonio que tenemos?”
Emma hubiera querido gritar que estaban casados, que ella todavía estaba enamorada de él, que quería aprender a conocerlo y a amarlo como debería hacer una esposa con el marido, pero él la llevó delicadamente fuera de la oficina.
“ Buen día, Emma.”
“ ¿Puede un matrimonio hacer tanto daño?”, se preguntó cuándo volvió a casa, poniéndose a llorar.
“ ¿Cuántas lágrimas tendré que derramar antes de poder poner fin a esta tortura?”.
Y así comenzó su vida de casada: conviviendo son su propia soledad y algunas llamadas de la secretaria de Aiden que le avisaba de algún evento o fiesta a la que habrían tenido que asistir juntos, fingiendo ser la pareja más feliz del mundo.
Por amor a su abuelo, Emma se volvió una gran actriz al lado de ese extraño que todos llamaban su marido.
“ ¿Otro café?”, preguntó Emma amablemente con su tono pacato y casi afectuoso que había aprendido a usar cuando se dirigía a su marido en público.
“ No, gracias”, dijo Aiden avergonzado, casi sorprendido por sentir que su propia esposa le dirigía la palabra mientras lo miraba con la habitual expresión compuesta y cortés, pero que esa mañana no conseguía no sentirse molesto por su cercanía.
“ Lamento haber venido hasta tu casa a las siete de la mañana y sin siquiera avisarte. No volverá a suceder”, le repitió antes de hundir el rostro en el periódico para quitar la mirada del escote demasiado generoso por la bata de noche de seda de su esposa.
“ Ya te dije que no tienes que preocuparte. Ésta también es tu casa”, respondió Emma, intentado disimular la diversión que sintió cuanto vio a Aiden en su casa a la mañana temprano, con la camisa manchada de helado de fresas gracias a una niña un poco descuidada, y sin maletas por un problema en el aeropuerto cuando regresó de Chicago.
“ No sabía dónde ir, porque en la oficina ya está tu abuelo esperándome y mi secretaria está enferma. Además, con el tráfico que hay a esta hora, me habría llevado más de una hora volver a mi casa.”
“ Verás que dentro de un rato Carmen volverá con una camiseta adecuada para la reunión de ésta mañana, para que puedas volver a la oficina sin dar la impresión de haber sido víctima de un helado de fresa”, le aseguró Emma, refiriéndose a su ama de llaves.
“ Gracias y de todas formas me iré apenas vuelva Carmen, así podrás volver a dormir.”
“ Hoy yo también tengo que salir temprano. Tengo una cita”, le informó Emma, apartando la mirada y permaneciendo vaga, a pesar de que quería contarle todo sobre Abigail y su mudanza a una casa propia. Esa decisión fue el resultado de los problemas que tuvo con su madre, con quien no había hablado durante dos meses, y de su deseo de intentar arreglárselas por su cuenta, ya que ahora podía permitirse pagar un alquiler gracias su ascenso como editora por la serie de cuentos de Rachel en la Carter House.
Sin embargo, ese nombramiento era parte de la vida que se había labrado en esa soledad y era lo único feliz que tenía. No tenía intención de permitir que Aiden se entrometiera en eso también, a riesgo de arruinarlo todo.
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