El color de las paredes rosa salmón contrastaba un poco con el de las puertas, pero no le importaba. ¡Ya adoraba ese edificio!
Estaba muy feliz porque, por primera vez en su vida, habría descubierto qué era ser absolutamente independiente, la libertad que tanto adoraba Rachel en sus discursos para hacerle olvidar la sombra angustiante de la soledad que temía como la misma muerte.
“” No estás sola, Abigail. Recuerda, sino te sientes bien sólo tienes que llamarme y vengo de inmediato. Incluso Emma dijo que está dispuesta a recibirte, sino llevas contigo a Otelo ya que es alérgica al pelo de gato””, la había dicho Rachel algunos días antes.
Si había aceptado dar ese paso tan importante, había sido sólo gracias a sus palabras de aliento, además de la terrible pelea con su madre dos meses antes.
Eufórica, recorrió volando todo el corredor hasta el número 204, la segunda puerta a la derecha.
Había casi llegado cuando vio a un muchacho apoyado en la puerta de ese que Abigail consideraba ahora su apartamento, mientras terminaba de fumar el tercer cigarrillo y tiraba la colilla en el piso, al lado de la alfombrilla, cerca de los restos de los otros cigarrillos.
“ ¿Pero cómo se atreve?”, se indignó de repente, pero antes de poder decirle nada quiso asegurarse que no fuera el nieto de la señora Rosemary u otro pariente con quien habría tenido que cerrar el trato.
“” Sólo falta que, por este maleducado, ¡me aumenten el alquiler, que apenas puedo pagar!””, pensó, acercándose al joven con cautela y con una sonrisa forzada en el rostro.
Cuando llegó a dos metros de ese individuo despreciable que estaba llenando todo el corredor con un olor acre espantoso de sus cigarrillos, éste finalmente se dio cuenta de su presencia y en una fracción de segundo se enderezó, apartándose de la puerta, luego con un golpe del talón empujó todas las colillas detrás de él.
Abigail se quedó en estado de shock, mirando hacia las cenizas que habían invadido y ensuciado todo el piso, hasta que el muchacho fue hacia ella, extendiéndole la mano.
“ Mucho gusto, soy Ethan. Hablamos recién por teléfono”, dijo con una sonrisa cautivante y encantadora con la que, estaba segura, estaba intentando hacerle olvidar toda la suciedad que había delante de sus ojos.
Lo volvió a mirar.
Era guapo, tenía que admitirlo. Tenía un rostro bellísimo que de inmediato llamó su atención. Incluso los ojos color almendra y verde, escondidos detrás del cabello rubio ceniza oscuro, eran interesantes, pero a pesar de la mirada seductora y el guiño en sus ojos, no se le había escapado ese pliegue en los ojos.
“” Ojos que conocieron el sufrimiento””, reflexionó, viendo también las ojeras que le oscurecían el rostro. “”Alguien ha pasado algunas noches insomne, últimamente.””
La barba descuidada y el olor a cigarrillo y humo que tenía le daban un look muy particular, a pesar de que debería tener unos veintiséis o veintisiete años.
Incluso su boca le dio curiosidad con esa sonrisa peligrosa y fascinante… y esa comisura izquierda más elevada que la derecha, le hizo intuir que esas sonrisas eran más usadas para provocar y burlarse, que para alegrarse.
Ni muy alto, ni muy bajo, con un físico cuidado, era decididamente atractivo.
“ Tiene que haber un error”, respondió Abigail, viendo la desconfianza en sus ojos por su larga y silenciosa mirada sobre su aspecto. Emma se lo decía a menudo, no mirar demasiado a la gente, porque eso no les gustaba a las personas y ninguno era un personaje de sus historietas o cuentos.
“ No entiendo.”
“ Yo no lo conozco”, le dijo amablemente, pero decidida a hacerse respetar. “Y esa puerta sobre la que estaba apoyado, es la puerta de mi apartamento”, explicó contenta.
La risa baja y gutural que salió de esa boca tentadora, la irritó.
“ Te equivocas”, la interrumpió el muchacho, sacando otro cigarrillo.
El pasaje del formal al informal la puso nerviosa, porque sabía que la estaba subestimando y le estaba faltando el respeto… algo muy frecuente, lamentablemente ya que, aunque tenía veinticuatro años, en realidad casi nadie le daba más de diecisiete.
“ ¡Tú te equivocas!”, se molestó. “Y ahora ve a fumar a otra parte, ¡sucio!”, dijo indicando toda la suciedad que había invadido el ingreso.
“ ¡Ni siquiera lo pienso! Yo me quedo aquí. Tengo una cita. Tú, además, ¿no deberías estar en la escuela a esta hora?”
Abigail resopló indignada. ¿Pero con quién creía que hablaba?
“ Tengo veinticuatro años. Hace mucho tiempo que terminé la escuela”, murmuró molesta, dejándolo helado.
“ Oh, disculpa. Creía que tenías dieciséis años... pareces tan pequeña.”
““ ¡Exagerado! ¡Sólo porque mido un metro cincuenta, no significa que sea una adolescente!””
“ Ves, por lo que parece, ¡quien se equivoca eres tú! Y ahora, saca esos zapatos sucios de mi ingreso y ve a esperar a tu cita a otra parte.”
“ Esta casa es mía así que ahora vete, pequeña”, respondió el muchacho, volviendo a apoyarse en la puerta y echándole en la cara el humo del nuevo cigarrillo, que Abigail describió de inmediato como “cancerígeno”.
“ ¡¿Irme?!”, se enfureció todavía más. “¡Tú debes irte! ¡Esta casa pronto será mía, por lo que no te permito tener ese comportamiento conmigo y matarme de cáncer de pulmón o de contaminar las paredes de este edificio!”
“ ¡Oh, demonios! Tenía que tocarme una de esas locas ambientalistas y fanáticas de la salud”, murmuró entre dientes el muchacho, inundándola de humo y haciéndola toser.
“” Tendré que tomar al menos un litro de té desintoxicante esta noche, para deshacerme de todo este desperdicio””, reflexionó Abigail, ya angustiada al pensar en sus pulmones ennegrecidos y enfermos.
“ Yo no estoy loca. Yo amo y respeto al prójimo y al planeta. Claro que no se puede decir lo mismo de ti”, dijo ofendida, arrepintiéndose de haber pensado por un instante que ese tipo fuera guapo. En realidad, era un monstruo de vicios y mala educación. “Y ahora te pediría amablemente que te vayas. Pronto llegará la propietaria de la casa para firmar el contrato de alquiler y preferiría que no estuvieras. No quisiera que me relacionara contigo, como para que arruines mi reputación”, continuó.
“ ¡¿Qué cosa?!”, gritó el muchacho furibundo, yendo hacia ella como un animal feroz.
“ Dije que te fueras”, repitió decidida a no dejarme intimidar.
“ ¡Olvídalo! Esta es mi casa. Ya me puse de acuerdo con la vieja”, se preocupó él, enojado.
¿Un competidor? Pero ¿cómo era posible?
“ ¿La señora Rosemary?”, preguntó dudosa.
“ Sí, ella. Vine a ver el apartamento hace cinco días. Le dije de inmediato que me lo quedaba, ya que trabajo en el pub aquí enfrente y ella aceptó de inmediato mi propuesta.”
Abigail había visto la casa hacía cuatro días, pero decidió no decirlo, ya que temía perder el negocio por haber llegado después. Además, adoraba esa casa y estaba en una ubicación estratégica, además de ser muy espaciosa como para tener lugar incluso para Otelo y los demás.
“ ¡Este apartamento es mío!”, se preocupó enojada y angustiada por la idea de tener que pasar otro mes buscando casa.
“ Eres una boba, si crees que te dejaré esta casa”, la atacó él a su vez.
Los dos contrincantes estaban por comenzar una sanguinaria batalla de insultos, cuando de repente se abrió la puerta delantera.
Una frágil y delicada señora sobre los ochenta años salió y, ayudada por su bastón, vino hacia ellos.
“ ¿Los señores Camperg?”, preguntó con un tono de duda.
“ ¡Camberg! ¡Abigail Camberg!”, la corrigió Abigail, levantando la voz todavía furiosa por esa discusión.
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