La historia de La Pintana se remonta al año 1942, cuando la entonces Caja de la Habitación Popular adquiere los títulos de dominio del fundo La Pintana, que había pertenecido al expresidente Aníbal Pinto. En ese lugar se instalaron los primeros Huertos Obreros y Familiares del país. Ahí, la Caja edificó en un principio una población modelo destinada a la Sociedad Cooperativa José Maza, con viviendas de tres dormitorios sobre 500 lotes de media hectárea, además de algunos servicios de equipamiento comunitario y reservas de espacio, cuya primera etapa se inauguró en 1946, y las siguientes en 1950 y 1957. Este proyecto ha permaneciendo hasta hoy con pocas variaciones y se mantiene como un símbolo del cooperativismo progresista. Entre 1960 y comienzos de la década siguiente, se produjo un poblamiento importante en las cercanías, como consecuencia de programas de Operación Sitio y tomas de territorios que conformaron el sector urbano delimitado por Lo Martínez, Santa Rosa, Lo Blanco y San Francisco5. Bajo esta conformación, la población de La Pintana comenzó a crecer rápidamente, y en tan solo diez años se sextuplica el número de habitantes, pasando de 5.718 habitantes en 1960 a 36.502 en 1970.
En mayo de 1981 se divide La Granja (comuna de nivel socioeconómico relativamente pobre), creándose la nueva comuna de La Pintana, con 3.324,34 hectáreas de superficie, en el borde de contacto de la ciudad y su entorno rural inmediato. Desde 1979, e independiente de las cuestiones de administración local, La Pintana se transforma en sujeto controlado de laboratorio para la tesis de homogenización social de las comunas. Esta había comenzado a recibir conjuntos de familias y poblaciones completas erradicadas, incrementando a un ritmo increíble su contenido demográfico. Entre 1979 y 1989 se construyeron cinco soluciones habitacionales por día (específicamente casetas sanitarias), con urbanización mínima. Como resultado, en diez años se instalaron 80 mil nuevos habitantes en cerca de 30 conjuntos habitacionales. Si bien este proceso de traslado y de radicación de pobladores logra superar en parte las penurias habitacionales y sanitarias de cientos de miles de personas, los niveles de integración espacial con la ciudad disminuyen dramáticamente junto a la cada vez más lejana inclusión. (Gurovich, 1989). Los nuevos pobladores llegaron a lugares que muchas veces no tenian los servicios básicos (agua, transporte, etc.), además de experimentar el quiebre de lazos sociales y familiares producto del traslado. Lo anterior, concentra aún más la pobreza, con su consiguiente homogenización espacial, produciendo una segregación a gran escala.
La gran mayoría de los habitantes de El Castillo son pobladores muy pobres, erradicados de diferentes áreas de la ciudad de Santiago. Nunca tuvieron la posibilidad de elegir dónde trasladarse, más bien fueron expulsados de las áreas que eran valiosas para el mercado, ofreciéndoles la posibilidad de ser propietarios de una vivienda de carácter social. Los asentamientos que ocupaban estos grupos antes de ser trasladados, eran territorios ubicados en municipios con un alto valor de la tierra urbana y, por lo tanto, estas poblaciones ponían en peligro el precio del suelo de estas áreas (Hidalgo, 2005; Banderas, 2008; Gurovich, 1989).
La Comunidad Ecológica: la construcción de un imaginario
Frente a los grandes territorios de vivienda social ubicados en la periferia de la urbe, desprovistos de servicios e infraestructura, aparecieron en Santiago estilos de vida asociados a un imaginario suburbano que privilegiaban el espacio, la libertad, el contacto con la naturaleza y el aislamiento. Situada un poco más adelante en el tiempo que Villa Portales y El Castillo, la Comunidad Ecológica de Peñalolén se enmarca en este contexto de transformación, fragmentación y privatización de los espacios residenciales que habia venido ocurriendo en varias de las ciudades latinoamericanas.
El imaginario de la periferia o suburbio para las clases medias y altas como lugar deseado se sitúa en el contexto americano de mediados del siglo XX, cuando las ciudades comienzan a expandirse hacia nuevas áreas periféricas. Los grupos más acomodados vieron en esa expansión la posibilidad de construir un lugar diferente, donde la idea de progreso y movilidad social se hace patente. Se trata de una busqueda por diferenciarse a partir de un estilo de vida particular con un marcado repliegue sobre el espacio privado (Márquez, 2006).
De esta manera, la periferia será el espacio donde los habitantes pueden completar su deseo de diferenciación y desarrollar su estilo de vida. El deseo de ir a habitar los bordes de la ciudad se asocia también con los cambios que vienen sufriendo los centros históricos de muchas ciudades. Lo anterior, conformó a la periferia como un lugar con mejor calidad de vida. Esta nueva ciudad, ahora alejada de los males urbanos, se constituye en un lugar donde los habitantes pueden desarrollar un proyecto de vida diferente, más cercano a los ideales de la vida de campo, la tranquilidad y el contacto con la naturaleza.
La conquista de nuevos territorios, baldíos y extensos, que se encuentran en los bordes de la ciudad, despierta una atracción por lo desconocido y se convierten en una aventura. Aparece en el imaginario de los habitantes la idea del Wilderness (Tuan, 1990), de la periferia como un espacio yermo que no ha sido tocado por el ser humano. Se valora el acercamiento a la naturaleza y a los elementos que reflejan lo natural. Los habitantes que llegan a estos espacios lo hacen buscando una mayor calidad de vida: más sana, menos contaminada, con más verde, donde se pueden ver las montañas y los hijos pueden jugar tranquilos en espacios extensos. Este imaginario no sólo se asocia a un territorio natural, también significa un territorio por construir.
Lo anterior, penetró fuertemente en el contexto socio-urbano de la ciudad de Santiago y también latinoamericano, caracterizado por viviendas unifamiliares en copropiedad, urbanizaciones cerradas, edificios departamentos, loteos de parcelas de agrado, etc. Este fenómeno es uno de los elementos del nuevo modelo de la estructura y del desarrollo urbano de la ciudad latinoamericana (Janoschka, 2002). Es el paso desde un modelo de ciudad abierta hacia un régimen de ciudad cada vez más cerrada, marcado por la afirmación de una ciudad de tipo privada (Svampa, 2001).
La Comunidad Ecológica está emplazada en la periferia oriente de la ciudad de Santiago, en la comuna de Peñalolén, donde habita una diversidad de perfiles socioeconómicos: estratos medios y altos, comunidades ecológicas y sectores marginales (Ulloa y Zunino, 2008), aspecto que no es muy común en la ciudad de Santiago considerando la importante segregación existente entre comunas. Las familias que habitan la Comunidad forman parte del 3% de la población de estratos medios-altos que vive en Peñalolén. Ubicada en la zona precordillerana, en el pie de monte y enmarcada por la presencia de la Quebrada de Macul, posee gran diversidad de flora y fauna, lo que la hace un espacio medioambiental importante y único en la ciudad (Ulloa y Zunino, 2008). Se sitúa en parte del antiguo fundo Lo Hermida perteneciente a la familia Cousiño, tierras agrícolas que eran destinadas para el cultivo del trigo y pasto para el ganado. En la década de 1980 llegaron los colonos que le dieron el nombre a esta comunidad. Era un grupo de clase media alta, desencantado de la vida en la ciudad, que decide buscar un lugar donde vivir. En un comienzo se trató de dos o tres familias, hoy son casi 340, entre colonos, arrendatarios y antiguos campesinos.
La Comunidad, al momento de la investigación, tampoco disponia de una red pública de agua y alcantarillado, sus habitantes se aprovisionaban del agua que baja de la quebrada de Macul de la cual poseen derechos de acuerdo con la superficie de territorio de cada propietario. La captación, canalización y distribución está a cargo de la Asociación de Canalistas de Lo Hermida, agrupación a la que los vecinos se asocian mediante el pago de una cuota anual. Cada casa cuenta con un estanque de almacenamiento y bombas que llevan el agua al interior de los hogares y las aguas servidas van a fosas sépticas individuales en cada propiedad.
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