«Podemos contrataros a un eunuco de la Iglesia del Dios del Vino», ofrece Sabrina la Dependienta. «Saben lo que se hacen. El Wojnowski pesa más de lo que parece, y he visto cómo más de una boda se echaba a perder porque le pidieron a un primo segundo que sostuviera el Huevo Promesa y acabó cayéndosele a mitad de la ceremonia».
«Vale», le digo. «¡Pues hagámonos con ese eunuco!».
Esa noche estoy emocionadísimo y me cuesta dormirme, así que conduzco hasta un desfiladero y me pongo a contemplar el agua. Pienso en Dorothy, que en ese momento está yaciendo con el gran cura, sin tener ni idea de lo que su futuro marido acaba de hacer por ella. Sé que el huevo en sí no tiene importancia; sé que lo que de verdad importa es lo mucho que la quiero; pero el huevo es un símbolo de ese amor, y cuando pienso en el símbolo tan bonito que he escogido me siento orgulloso y afortunado y dichoso. Pienso en Dorothy —pienso en la forma en la que deja descansar su cabeza sobre mi pecho y nos vamos quedando dormidos— y me siento orgulloso y afortunado y dichoso.
Y entonces ocurre la peor cosa posible: Gavin Cachefski dobla turno en la cantera, se queda pegado a un taladro eléctrico y cinco tíos se rompen el peroné.
David y David convocan una reunión a la que ha de asistir toda la plantilla.
«Se ha acabado lo de doblar turnos», dice uno de los Davides. El David que habla. «Se está rompiendo el peroné demasiada gente».
La muchedumbre protesta y el otro David, el que no habla, susurra algo al oído de David.
«Y además», dice David, «desde hoy mismo, no vamos a pagar la mitad más a los que trabajen en vacaciones».
«¡Pero eso no es justo!», grito. «Yo ya contaba con ese dinero».
«¡Y yo!», grita Jose, cuya cocina se hundió hace poco en un socavón.
«¡Y todos!», grita Deb, quien tiene un hijo con los huesos fastidiados.
«No es una cuestión dinero», dice David. «El tema aquí es vuestra seguridad. En la cantera somos todos una familia, y si seguimos rompiéndonos el peroné en el trabajo, las pólizas de seguro van a subir y entonces tendremos que empezar a despedir a gente. Y no queremos hacer eso porque, como ya os he dicho, somos una familia».
«¿Lo que nos estás diciendo entonces es que no podemos doblar en vacaciones?».
El David que no abre la boca susurra algo al oído del otro David y este asiente. «No, claro que se puede», dice. «De hecho, agradeceremos mucho que lo hagáis; lo único es que no podremos pagaros la mitad más en esos turnos, porque supondría que lo estamos incentivando».
«¡Madre mía!», dice Kath Chung.
Kath es una lianta de primera, y por un momento parece que va a empezar a liarla, pero antes de que le dé tiempo a ponerse con ello, el David que no habla dice sonoramente: «Esto no está abierto a discusión», y entonces todos nos damos cuenta de la gravedad de la situación, porque cuando el David que no habla habla, entonces puedes estar seguro de que las cosas se han puesto serias.
Regreso a la tienda de huevos. Sabrina la Dependienta me saluda con una gran sonrisa. «Ey, muchachote! ¿Quieres echarle otro vistazo a tu obra de arte?».
No soy capaz de mirarla a los ojos. «Tengo que devolverlo. Es demasiado para mí».
Me mira como si estuviera hablando en otro idioma. «No puedes devolverlo. Ya lo han grabado».
«Vale, bueno, pero ¿puedo recuperar el dinero del eunuco? No nos hace falta. Dejaremos el huevo en su urna».
«Aquello era una donación a la Iglesia del Dios del Vino. No puede devolverse sin más».
«Sabrina, tienes que echarme una mano. ¿No hay nada que puedas hacer?».
Sabrina mira a ambos lados, se inclina hacia mí y me susurra: «Puedo darte un vale para que te hagan un 20% de descuento en tu próxima compra».
Entonces exploto: «¡¿Y para qué querría yo comprar otro Huevo Promesa?!».
Sin saber qué otra cosa hacer, salgo pitando a la Compañía de Runas Divinatorias y cojo el ascensor hasta la última planta. El padre de Dorothy está en su oficina, mirando por la ventana que hay sobre la planta de la fábrica, supervisando cómo se pulen y santifican las Runas Divinatorias.
«¡Peter! ¿En qué puedo ayudarte?».
«Pues… Vengo por la boda».
«Ah».
«Necesito dinero».
«Ah».
Y yo blablablá no sé qué Huevo Promesa blablabla no puedo pagarlo.
El padre de Dorothy toma asiento. Parece afectado. «El Huevo Promesa simboliza el compromiso que contraes con mi hija, la promesa de que cuidarás de ella y de que la mantendrás a salvo. Si soy yo el que lo paga, ¿qué mensaje crees que estaría transmitiendo eso?».
«Te lo devolveré», digo. «Cuando acabe mi turno en la cantera, déjame que venga a trabajar aquí, en la cinta de pulido. Dorothy no tiene por qué enterarse».
Él toma una gran bocanada de aire y me mira como si fuese una ensalada en la que se acabase de encontrar un bicho muerto y estuviera tratando de decidir si merece la pena llamar a la camarera para que se la vuelvan a llevar.
«Peter, me gustaría mucho que lo reconsideraras, lo de las cabras».
Aquello me descoloca, porque llegados a este punto, la verdad es que pensaba que lo de las cabras estaba más que solucionado.
«Por lo que a las cabras respecta…», empiezo a decir, pero inmediatamente me chirría haber empezado una frase con la expresión «por lo que a las cabras respecta». Ha sido una pésima elección. Pensaba que estaba a tiempo de retirarlo. No lo estaba.
«Mira», dice. «Lo entiendo. En nuestra boda, queríamos hacer algo sencillo, así que solo sacrificamos doce cabras. Pero si vosotros no sacrificáis ninguna, el Dios de Piedra se va a cabrear y va a maldecir vuestra casa y vuestro primogénito nacerá convertido en una estatua. Y claro, eso es algo que no estoy dispuesto a permitir».
«Señor» le digo, y resulta extraño llamarlo señor, porque cuando Dorothy y yo anunciamos nuestro compromiso, me dio un gran abrazo y me dijo que lo llamara Papá, pero ahora mismo sé que resultaría todavía más raro llamarlo Papá. «Señor, con el debido respeto, ¿ha ocurrido eso alguna vez? ¿Alguien se ha saltado el sacrificio y ha dado a luz a una estatua?».
«Fue lo que le ocurrió a la mujer de Kyle, capítulo 12, versículo 8 del Libro de Kyle».
«Ya, claro. Obviamente, pasó en el libro de Kyle, pero me refiero, ¿le ha pasado a alguien que usted haya conocido a lo largo de su vida?».
Le da una calada larga a su cigarro mirándome fijamente a los ojos.
«Todas las personas que yo conozco ofrecieron un sacrificio al Dios de Piedra».
Saca un bolígrafo que probablemente cueste más de lo que yo gano en un año y empieza a garabatear en una chequera. «Te diré lo que vas a hacer», dice. «¿Queréis sacrificar cabras? Yo las pagaré. Pagaré cuantas cabras queráis, e incluso añadiré un buen pellizco para el matarife. ¿Quieres pedirle a tu hermano que sea él quien sacrifique a las cabras y así usar el dinero que os doy para alguna otra cosa? Bueno, eso es cosa vuestra…».
«Se lo agradezco mucho, pero lo que necesito es…».
«Creo que mi oferta es bastante razonable», dice.
Asiento, avergonzado por el hecho de haber intentado negociar con el tío que básicamente dirige la filial de la Compañía de Runas Divinatorias.
«Y me tengo por un hombre razonable. Un hombre moderno, sofisticado y sensible. Pero ninguna hija mía va a celebrar una boda en la que no se sacrifiquen cabras».
Me dirijo a la Casa de Sorgenfrei. Kenny abre la puerta vestido con un albornoz. «Eh, tío».
«Tengo que hablar con Dorothy».
«Oh, no puede ser, amigo. El novio no debe ver a la novia mientras yace con el gran cura».
«Tengo que hablar con ella. Dile que ha habido una emergencia».
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