Todo lo anterior me ha llevado a leer con atención el libro de Juan Bosch. Su defensa objetiva de la figura del «apóstol maldito», de su presunción de inocencia (dentro del más lógico esquema democrático de este gran líder político dominicano), es digna de elogio. Su aproximación al análisis científico jurídico de los Evangelios y los Hechos de los apóstoles, nos muestra un espíritu investigativo y reparador, del que ha estado privada la Iglesia Católica desde el mismo momento de su existencia en relación con la figura de Judas Iscariote.
El autor consigue con esta obra, tras una seria investigación, aproximarse a unos hechos ocurridos hace dos mil años, acerca de los cuales es capaz de emitir un juicio acertado, aunque «políticamente incorrecto», lo que avala la seriedad y la consistencia del intento.
En esta obra, Juan Bosch, ofrece un rostro diferente de Judas y sobre todo da un sentido a su existencia, sujetándose para ello al único límite de la lógica y la racionalidad que se desprenden de los elementos disponibles, desnudándolos de todos aquellos aditamentos que la doctrina oficial ha ido colocando para frustrar cualquier otra interpretación. Así, no dudará en poner de manifiesto las contradicciones y demostrar las «falsedades» u «olvidos» en los propios textos cristianos oficiales.
El «gran condenado» ad æternum ,social, política y religiosamente y sin posibilidad de redención alguna, se merece un Juicio Justo. Y, la obra de Bosch, evidencia esa necesidad.
II
La acusación es deTraición. Cuando se trata de investigar unos hechos, lo primero que se debe hacer al preguntarse por el autor de esos hechos es determinar el móvil que le condujo a ejecutarlos. Así, surgen inmediatamente una serie de preguntas que exigen una respuesta. ¿Quién planeó la muerte de Jesús y por qué? ¿Quién decidió que aquélla se produjera? ¿A quién le interesaba? ¿Quiénes ejecutaron la detención, tortura y muerte de Jesús? Desde luego, Judas no fue. Ahora bien: ¿quién facilitó la información para que su detención tuviera lugar? Aparentemente lo hizo Judas. Por tanto, esa es la acusación que deberá acreditarse mediante las pruebas correspondientes. Y es esta acusación la que puede quedar en entredicho si aplicamos a ella las garantías de cualquier proceso judicial.
Frente a las acusaciones, los argumentos de la defensa no son escasos y además son convincentes:
1. De la muerte de Cristo, él mismo habló en numerosas ocasiones, y desde el principio estaba decidida, como base de su resurrección y ascensión a los cielos. Ésta fue la única forma de poder desarrollar una base sólida para la doctrina cristiana que evitara cualquier otra posible línea divergente, base inicialmente de tradición oral y que tras varias decenas de años comenzó a tener forma escrita. Sin embargo, el dogmatismo dominante durante siglos ha sido puesto en tela de juicio a lo largo del siglo xx. En la segunda mitad de este siglo (desde 1945, documentos de Nag Hammadi en el Alto Egipto) se ha avanzado más en el conocimiento de aquella época que durante casi dos mil años. Los manuscritos de Qumran o «Rollos del mar muerto», El Evangelio deTomás, considerado por muchos expertos como el «Quinto Evangelio» y que sería incluso más antiguo que el de Marcos, el Evangelio de Judas, antes citado, escrito en lengua copta, hecho público en 2006, demuestran que todavía no está todo dicho sobre los orígenes de la religión cristiana y que la Iglesia no debe cerrar ninguna posibilidad de legitimación a la evolución de las posturas que se han mantenido en otros contextos históricos, como desgraciadamente hizo durante siglos al considerar cualquier cambio como una herejía (ver Adversus Haereses , escrita por el Obispo de Lyon en el año 180 d.C., respecto del último evangelio citado).
Sin pretender reiniciar la discusión milenaria del determinismo que se puede postular de la acción de Judas al delatar a Jesús, sí es conveniente tener presente que su posible acción era conocida y fue anunciada por el propio Jesús cuando dijo «uno de vosotros me traicionará…». Si esto era así y el señalado era Judas, ¿acaso existía un plan alternativo para el supuesto de que Judas hubiera renunciado al papel que se le tenía asignado? La realidad es que esa alternativa no se podía producir, ni nadie pensó en ella y mucho menos Jesús, que condujo los acontecimientos hasta el extremo de provocar su propia detención, para conseguir con ello, a través de su transición humana a la divinidad, la realización de su cometido en la tierra, el nacimiento y desarrollo de un movimiento religioso que convulsionaría al mundo, y sin el cual hubiera sido imposible consolidarlo. En este sentido, Judas fue un instrumento necesario, y de no haber sido él hubiera sido otro. Pero, ¿le explicó Jesús lo que esta delación significaba? ¿Le advirtió de lo que su futura acción supondría para la propia salvación de su alma? ¿Acogió Jesús a Judas en su seno, a pesar de su delación?
Si atendemos a las últimas palabras que Jesús pronuncia en la cruz: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen», tendríamos que concluir, en una interpretación lógica, que Cristo con este perdón no se refería sólo a los que en ese momento le estaban crucificando, sino además y principalmente, a los inductores y por supuesto al «delator», es decir, a Judas. Y, si en este desarrollo lógico de los hechos Judas fue perdonado, no tendría justificación la actitud que sus seguidores adoptaron respecto de él, tras la muerte del Maestro, como no fuera la del argumento para defenderse de las acciones de los que inicialmente les perseguían y después para justificar las que la propia Iglesia realizó contra el pueblo judío como «responsable» de todos los males que, como poder terrenal, afectaban a la Iglesia.
No debe olvidarse, en este punto, que la Iglesia católica, durante siglos, estuvo al lado del poder, no sólo divino sino terrenal y, en función de ello, desencadenó las más atroces persecuciones de los discrepantes, y en especial contra los judíos, aplicando en forma generalizada la tortura por medio de la Inquisición que, en nombre de Dios, infligió los más crueles tormentos a las personas.
La Iglesia no perdonó a Judas, a pesar de que la acción de éste se desarrollo en el más estricto marco legal de la época.
Si a la falta de respuestas se añade la posible instrumentación de la figura de Judas para la producción de la transición del Jesús humano al Jesús divino, ¿que se puede objetar a aquél por su acción? ¿Por qué Pedro es perdonado y se convierte en Padre de la Iglesia, a pesar de que negó por tres veces a Jesús cuando estaba detenido? ¿Acaso esta acción, de la que ya le había advertido Jesús, fue menos grave que la de Judas?
La acción de Judas al delatar a Jesús no puede desmarcarse del contexto en el que se produce y de las consecuencias que se derivaron de la misma. Así la pregunta que debería plantearse es si esa acción (la delación) era trascendente y necesaria para que el resultado (la detención de Jesús) se produjera, o, por el contrario, era absolutamente inocua. En este sentido, si la acción de Judas no hubiera existido, el resultado habría sido el mismo. Una decisión anterior, la de Jesús, había sido tomada en forma definitiva e irreversible.
2. El tiempo en el que sucede la acción se desarrolla durante la plena dominación del Imperio Romano sobre todo el mundo civilizado, y parece evidente que aquél disponía de unos mecanismos de inteligencia e información inigualables, y en una Judea en la que dominaba el poder religioso del Sanedrín, que también contaba con su red de espías que seguían a Jesús y sus discípulos a todas partes. Frente a ellos, una organización o secta minoritaria, pacifista, en la que no había mecanismos de protección diferentes a los que los propios componentes se podían otorgar a sí mismos, ni afán de ocultamiento (entrada triunfal de Jesús, pocos días antes en Jerusalén, entre ramos de palmas y olivos) además de que su líder era consciente de que su detención se produciría en forma inminente. Si esto es así, parece evidente que aquellos servicios de inteligencia se bastaban a sí mismos para practicar la detención en una ciudad, Jerusalén, que ofrecía en los días de Pascua un especial despliegue policial en torno al templo para que la muchedumbre reunida no produjera sediciones (Flavio Josefo, Guerras Judías , II, 224). Por ende, los perseguidos contaban con pocas posibilidades de pasar desapercibidos a la autoridad, ocultamiento que era aun más difícil en los alrededores de Jerusalén. El Huerto de los Olivos, cuyos contornos entonces y ahora no podían producir demasiadas dificultades de localización, ofrecía una fácil captura de la persona perseguida. No se trataba de una zona boscosa o inaccesible por la sencilla razón de que el olivar, por sus propias características, es una plantación limpia de malezas, para poder facilitar su explotación, y ni el clima ni el árido terreno que rodea Jerusalén favorecían zonas boscosas o de difícil acceso en las que la vegetación impidiera la búsqueda de una docena de personas. No obstante, parece que, en cualquier caso, esos servicios policiales no renunciaron a la colaboración de Judas.
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