HENRIETTA ROSE-INNES
TRADUCIDO POR ANA MARIMÓN DRIBEN
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© De la traducción: Ana Marimón Driben
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Edición digital: 2021
ISBN: 978-607-8764-26-6
En colaboración con el Fondo Ventura A.C.
y Proveedora Escolar S. de R.L. Para mayor información:
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Para mi madre, que me hizo conocer al Asirio y a la mosca tse-tsé
Y los rebaños se tenderán en medio de ella, todas las bestias de las naciones: tanto el cormorán como el avetoro se hospedarán en los dinteles más elevados; su voz cantará en las ventanas; habrá desolación en los umbrales, porque él desvelará que el cedro fue arrancado.
Esta es la ciudad jubilosa que vivía despreocupadamente, que afirmaba en su corazón: “Yo soy, y no hay ninguna más que yo”. ¡Cómo es que se ha tornado en desolación, en una guarida para las bestias!
SOFONÍAS 2:14-15
Mis posesiones, cual una bandada de cuervos que asciende, se han alzado en vuelo, y lloraré: “Oh, mis posesiones”. Aquel que vino del sur, se llevó mis posesiones al sur, y lloraré: “Oh, mis posesiones”. Aquel que vino de las tierras altas se llevó mis posesiones a las tierras altas, y lloraré: “Oh, mis posesiones”. Mi plata, mis gemas y mi lapislázuli se han desperdigado por todas partes, y lloraré: “Oh, mis posesiones”. La ciénaga se ha tragado mis tesoros, y lloraré: “Oh, mis posesiones”. Hombres que ignoran la plata se han llenado las manos con mi plata. Hombres que ignoran las gemas se han ceñido mis gemas alrededor del cuello. Mis pequeños pájaros y aves de corral han sido arrastrados por el viento, y diré: “Ay, mi ciudad”. Se han llevado a mis muchachas esclavas y a mis niños en una embarcación, y diré: “Ay, mi ciudad”. Pobre de mí: mis muchachas esclavas usan extraños emblemas en una extraña ciudad. Mis jóvenes están de duelo en un desierto que desconocen.
Lamentaciones de Ur
(La diosa Ningal solloza por su ciudad.)
c . 2000 a.C.
Me siento como un viejo caballo de batalla que escucha el sonido de la trompeta, cuando leo acerca de la captura de escarabajos inusuales.
CHARLES DARWIN
1854
¿Orugas? Fácil, piensa Katya. Incluso estas orugas, concentradas en un racimo espeso, que oscurecen el árbol desde el tronco hasta la cima y agitan sus cabellos anaranjados. Con tales orugas se puede lidiar.
Aun así, este árbol retorciéndose es un espectáculo extraño: un árbol mortificado. Particularmente aquí, donde el césped impecable desciende hacia la espléndida casa blanca, entre macizos de flores podados y llenos de motas rosas y azules. A un costado, justo en la visión que abarca el rabillo del ojo, un jardinero está recortando los bordes del pasto; su mirada se posa en Katya y el chico, y no en las cuchillas de su tijera. Al fondo de la escena se eleva Constantiaberg. Es un día de otoño, fresco pero luminoso. Las montañas exhiben la edad que tienen: se ven rugosas, erosionadas y enmudecidas por el cielo estentóreo. Es una tarde estupenda para una fiesta al aire libre.
Sin embargo, en el centro de la imagen hay una abominación. Este único árbol envuelto en una costra de materia invertebrada del color del azúcar quemado, con cuerpos rollizos y provistos de púas. Es posible imaginar que el árbol entero ha sido corroído y reemplazado por un tosco facsímil hecho de carne de oruga.
–Toby, guantes –dice Katya en tanto hace crujir sus dedos y los extiende, rígidos.
Su sobrino, exasperado, pone los ojos en blanco –gesto particularmente eficaz; esos ojos son esferas enormes y pálidas, verdes y con las partes blancas limpias en torno a los iris–, pero se inclina desde su estatura, superior a la de ella, para hundirle una bola arrugada de látex en la palma de la mano.
Los guantes son importantes. Katya no es en absoluto remilgada cuando se trata de cosas implacables y flácidas, pero algunas orugas poseen espinas irritantes. Los guantes gruesos usados en la jardinería, son demasiado incómodos para una labor tan fina y, además, Katya prefiere el tacto del látex: disminuye la sensibilidad, pero al comprimir los estímulos de fondo, también parece aislar sensaciones específicas. El paisaje áspero de la corteza, la tibieza de la piel sin su fricción. Los guantes forman parte del uniforme, a la par de las botas con puntera de acero y los overoles de tono estridente. El color característico de Katya: verde como de sapo venenoso, verde como de boomslang . 1 Mientras Katya y Toby trabajan, sus uniformes los distinguen de los colores pastel del césped y las flores. Están enfrascados en la faena.
Katya sacude los guantes e intenta deslizarlos en sus manos.
–Necesitamos algo de talco. ¿No te pedí que consiguieras algo de talco?
Ojos en blanco, en señal de fastidio.
–Sí, sip –dice Toby, jugando con su cabello rubio aperlado, que lleva alisado hacia atrás y sujeto con una liga en un chongo burdo. Se lo ha dejado crecer desde que salió de la escuela, pocos meses atrás. Siempre está arrancándose la liga u oprimiéndola contra el cuero cabelludo al jalar los mechones, algo que hace que Katya experimente una punzada en las raíces de su propio pelo. Ambos, tía y sobrino, han apartado los mechones de sus rostros con pragmatismo, aunque, si uno los contempla con atención, tal impresión se diluye: las horquillas que sujetan el pelo son refulgentes, destinadas a niñas pequeñas. Toby las trajo y Katya se pregunta cuál es su procedencia. Se trata del tipo de cosas que usaría una adolescente para verse linda. Uno de los innumerables signos recientes de que su sobrino podría estar en contacto íntimo con jovencitas. ¿Cuántos años tiene ahora? ¿Diecisiete? La mitad de su propia edad: un cálculo que la desalienta. ¿Qué ha obtenido ella en el doble de tiempo?
–Vamos, pon todo en orden –dice Katya.
Él le sonríe para apaciguarla. La sonrisa de Toby posee algo que le confiere comicidad: sus dientes, pequeños y separados, casi semejan dientes de leche. Encías rosadas e intactas, como las de un cachorro. Con la boca abierta, parece mucho más joven de lo que es. A menudo, Katya quiere pedirle que se relaje. Cuando está en reposo y piensa que nadie lo observa, en su cara se perfilan bellas líneas sombrías; igual que a su madre, la melancolía sutil le sienta bien.
El uniforme le queda mejor a Toby que a ella. No hacen uniformes de tamaño adecuado para mujeres de baja estatura y senos grandes. El de Katya está enrollado en las piernas y ceñido en el busto. Es posible adquirir uniformes chinos, confeccionados para gente más menuda, aunque no para gente con pechos. Pero Toby, esbelto y alto, se ajusta en el suyo como un albañil, un cavador de zanjas. Como alguien designado para vestirlo.
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