—Perdona, Vittorio: el hijo mayor de los Trastulli debía tener ya más de veinte años. ¿Fue partisano con ellos?
—No, al desatarse el conflicto Arturo fue reclutado y enviado de inmediato al frente, permaneciendo de servicio hasta julio del 43, primero en Francia y luego en Sicilia, donde fue hecho prisionero y luego deportado a Gran Bretaña: parece que lo trataron bastante bien, trabajando primero como campesino en una granja y luego como jardinero y hortelano del terreno en torno a la villa del coronel que dirigía el campo de prisioneros. Solo volvió a Italia en 1946. ¿Quieres saber también del más pequeño?
—¡Claro!
—Clemente estaba en la escuela elemental en 1940 cuando el 10 de junio Mussolini declaró la guerra a Francia y Gran Bretaña. Los suyos lo alejaron de inmediato de Turín, e hicieron bien, ya que el primer bombardeo de la ciudad por parte de los ingleses fue inmediato…
—… ¿A mí me lo dices? ¡Me acuerdo muy bien!
—Claro, tú eres turinés.
—Sí, fue la noche entre el 11 y el 12 de junio, no lo esperábamos tan pronto mis padres ni yo.
—¿Reclutaron después a tu padre?
—No, era obrero de la FIAT y estos eran útiles allí donde estaban.
—Ya, como fábricas del Ejército y la Aviación,
—Sí. Volviendo al bombardeo, después de un momento de miedo corrimos los tres al sótano, pero nuestra casa, por suerte, no se vio afectada, aunque se lanzó sobre el centro de la ciudad: ¡17 muertos! Luego se sabría que el objetivo habría debido ser la FIAT, que apenas se vio afectada. Por eso se corrió la voz, murmurada, de que Churchill tenía acciones de la empresa, pero seguramente se trataba de una patraña.
—Seguro. Pero volviendo al menor de los Trastulli, los suyos lo enviaron con la hermana soltera del padre, una tal tía Erminia, que vivía en el pequeño pueblo del que provenía la familia, Cavaglià, a unos cincuenta kilómetros. La tía era y es una persona acomodada, al haber heredado la otra mitad de los bienes paternos. Acogió y cuidó encantada a su sobrino durante los años de la guerra, queriéndolo como un hijo y el niño a ella: me lo contó su padre, añadiendo que Clemente quería mucho más a su pariente que a su madre.
—El aparejador cuenta muchas cosas.
—No a todos: en la ANPI habla voluntariamente solo conmigo y con ese general de quien es amigo. No solo me habla de asuntos de guerra, sino también de los suyos privados: es una persona espontánea y un muy buen hombre. Por el contrario, la señora Iride no me gusta demasiado… es verdad que es también una heroína de guerra, pero… también es ‘na fareniella, 21una mujer arrogante que se cree la reina de Saba. Lo he comprobado más veces.
—Entiendo, pero dime algo de la esposa del hijo mayor. —Al final, también yo, en cuanto a curiosidad, no estaba mostrando menos que mi amigo; bueno, ambos éramos policías, ¿no?
—Ah, sí, completemos el cuadro: se llama Clodette, es una francesa rubia, más alta que su marido, una guapa mujer, pero ya la has visto. Arturo la conoce en unas vacaciones en Liguria. Ella se ocupa solo de las hijas, nada más, en casa tienen una criada de la nueve a las siete y media de la tarde, que hace todo y se llama Genoveffa. Clodette y Arturo discuten, porque a él le gustaría que trabajara en la tienda, de hecho, a su suegra le gustaría que estuviera allí a toda costa y a él le gustaría satisfacer a su madre, es un poco un hijo de mamá, es decir, un mamón según las palabras que incluye nuestro vocabulario, mientras que su hermano no lo es. Imagino que la madre malcriaría al primero de pequeño y no pudo hacerlo con el otro porque estaba con su tía. La nuera no quiere acabar dependiendo de la suegra, el marido insiste y los dos discuten y también la suegra le dice a la nuera cosas poco bonitas y entonces Clodette, aunque conoce bastante bien nuestro idioma, le dice impulsivamente «merde».
—La célebre palabra del general Cambronne en Waterloo —repliqué—, pero he leído que los franceses la usarían más como interjección de desagrado que como insulto contra alguien.
—Ya, pero ella se la lanza con un tono que no deja dudas sobre la intención de definirla precisamente como una merde. Ah, a veces usa el epíteto emmerdeuse.
—Solo conozco el inglés: ¿quiere decir mierdosa?
—No: tocapelotas. El hecho es que para la vieja la empresa es como una hija, incluso puede que algo más y a los hijos y a su nuera con ellos, los quiere a todos al servicio de los negocios: ha consentido al primogénito y continúa haciéndolo, pero quiere que la corresponda, lo he entendido por palabras que le dirige ciertas veces, frases del tipo: «Es la tienda la que te mantiene y te he dado todo lo que has querido y me tienes que hacer caso siempre».
—Brr… mejor un trabajo de empleado que estar bajo una madre así.
—Seguro. En resumen, por un motivo u otro, todos discuten, salvo el aparejador, que, sin embargo, aunque sea excepcionalmente, cuando es evidente que no puede más, grita a todo pulmón: «¡Parad de una vez!» Entonces todos callan, menos la esposa que, impertérrita, continúa y él se enfurece todavía más y añade en piamontés: «¡Piàntla-lì, ciula brüsca!» 22¿Lo he pronunciado bien, Ran?
—Muy bien, incluso la ü de brüsca.
—Ya, ya. —Sonrió jocoso, entrecerrando los ojos para simular satisfacción. Luego, de nuevo serio, añadió—: Las únicas que se quedan calladas, aunque sean pequeñas, y ellas sí tendrían derecho a chillar de vez en cuando, son Ida y Aurelia, las niñas: quién sabe lo que sienten en su interior en medio de esas peleas.
—Que también tú soportas, Vittorio.
—Pues sí, nunca he golpeado con un martillo contra la pared divisoria, aunque lo habría hecho unas cuantas veces si no fuera porque me encuentro con el aparejador en la ANPI y somos… bueno, no, estaba a punto de decir amigos, pero no es verdad, la amistad es una cosa preciosa y rara, digamos que somos colegas de lucha y no quiero discutir.
«… Y eres una persona estupenda», me vino a la cabeza.
Capítulo III
Está bien que, en este momento, antes de proseguir con la narración, explique, aunque sea a grandes rasgos, el periodo histórico italiano en el que discurre nuestra historia, no solo para presentar el entorno, sino, sobre todo, cómo ciertos acontecimientos y lugares de aquellos años fueron la causa principal de las vicisitudes y los dramas de nuestros personajes.
La población de Turín y sus alrededores creció desde el inicio de los años 50, debido a la emigración desde otras regiones, sobre todo meridionales, de familias en busca de empleo. El crecimiento se había acelerado durante el llamado boom económico, hasta más de seiscientos mil nuevos residentes: Turín se había convertido en una metrópoli de un millón de habitantes, y contando con las localidades del extrarradio, de casi dos millones. Los inmigrantes trataban de que los contrataran preferentemente en las cadenas de montaje de la FIAT, una empresa potente que todavía era casi enteramente turinesa, más poderosa en la ciudad que el propio alcalde y sus asesores y concejales. En la FIAT y en muchas otras empresas, muchas de las cuales eran satélites de la primera, trabajaban muchos de esos obreros, por supuesto, pero no había viviendas preparadas para sus familias, ni en la FIAT, ni en sus empresas satélites, ni en el ayuntamiento y solo desde finales de los años 60 se empezaron a construir barrios periféricos populares. Así surgieron, construidos por esas mismas personas pobres trasladadas a Turín, multitud de barrios improvisados de chabolas, tanto en los suburbios de la ciudad como en otras diversas zonas, mientras que los menos desafortunados encontraban vivienda en casas del centro, sobre todo en la zona de Porta Palazzo en pequeños pisos y en buhardillas de palacios con barandillas del siglo XVIII, algunos arruinados. Esta masa humana incorporada al trabajo y que se contentaba con salarios muy bajos, había sido un potente combustible para el llamado milagro económico italiano, o boom , si se quiere llamar así. Ese boom , sin embargo, no prosiguió ininterrumpidamente: en 1963 se detuvo el quinquenio eufórico , como lo definiría al año siguiente el hipercrítico diputado republicanoUgo La Malfa, hombre de la izquierda no marxista muy apreciado por mi padre, republicano histórico, 23así como, siguiendo su modelo, el escritor Ranieri Velli.
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