Nathan Burkhard - Sello de Sangre

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Sello de Sangre: краткое содержание, описание и аннотация

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Después de las más sangrientas batallas, el clan más joven de ángeles guardianes, ha perdido a sus seres queridos viéndose consumidos por la maldad de Piora. Natle cansada de las mentiras de su raza, decide por fin escapar de su tormentoso pasado y vivir un futuro incierto con Joe. Pero cuando despierta él ya no está a su lado. Se ha marchado dejándola atrás sin dar ninguna explicación. Max, por un momento pensó, que al dejar ir a Natle junto a Joe su vida sería diferente, pero cuando recibe la noticia de que Natle está al borde del colapso y sola, decide regresar a su lado, dispuesto a no dejarla jamás. Acompaña a los personajes de Nathan Burkhard en el desenlace de esta apasionada trilogía de Ángeles Guardianes.

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Con la tonta y absurda idea de que Natle regresaría a sus dominios, esperó sentado en su trono con una copa llena en mano, esperando algún movimiento, pero las horas corrían, carcomiéndole por dentro, esperaba ansioso su llegada, perdiendo el poco autocontrol que le quedaba. Entonces sintió una leve caricia en los hombros haciéndolo estremecer, volvió el rostro solo para ver a su prometida, aquella mujer que poseyó con hambre por el simple hecho de olvidar a la verdadera mujer que deseó a su lado, ella intentó darle algo de diversión, a lo que él se negó.

—¡Ahora no! No estoy de ánimos para tus juegos y mimos —espetó con rudeza, quitando bruscamente la mano de su hombro.

Su amante misteriosa al ver su rostro pétreo, no podía dejar pasar ese momento tan vulnerable de Piora —¡Querido, tranquilízate! Toma todo con paciencia para tu bien y el mío.

—¡Tan solo vete! No me des prerrogativas que ni yo mismo puedo ahora aguantar, necesito respuesta ante cualquier cosa que sucede en esta casi mañana —no deseaba que la hermana de su antiguo amor le diera mimos, besos, simplemente se negaba a tocarla ese día, simplemente quería olvidar que ella existía y tenerla cerca no ayudaba en esos momentos.

—¿Aún la recuerdas verdad? —indagó ella, frunciendo la boca en un gesto despreciativo.

—Por qué no me dejas en paz, Sagira ¿Obtuviste lo que deseabas no? Tuviste también tu venganza —le advirtió el hosco.

—Pero qué gano con ello. Cuando su recuerdo aún me atormenta y tú no puedes olvidar a una mujer que solo te despreciaba.

—¡Cállate Sagira! —le dirigió una mirada centellante, ignorando el gesto de cólera en los labios de ella.

—Sí, duele verdad. Ella siempre me dijo que recordaba a ese muchacho desesperado por competir con su hermano, aquel repugnante muchacho —se acercó a él, enjaulándole en su propio trono con sus manos.

Volvió el rostro, lanzándole una mirada asesina ante aquellas palabras, la empujó con brusquedad haciéndola caer de bruces hacia atrás por sus impertinentes palabras —¡Te advertí que callaras! —con una explosión de movimiento se puso de pie viendo como el color de Sagira se iba de sus mejillas —¡Te dije que callaras!

—A qué le temes —siguió ella con firmeza —Temes que se entere el reino de los demonios que eres un caído, un ángel condenado a ser lo que eres, que eres hermano de Linus —sin poder evitarlo sus labios rojos se curvaron en una sonrisa sardónica —O que Moth, Ferryen y Sarah se enteren que no eres su padre —gritó ella, sin miedo a las represalias.

—Crees que me importa —frunció el ceño mientras que sus labios se formaron en una línea apretada —Tú tampoco te salvarías. Eres un ángel camuflado en las tierras más bajas del mundo —hizo una pausa, acercándose a ella lentamente, mientras que ella tan solo retrocedió, arrastrándose —Eres una más, una escoria más en este mundo, un ser ruin, no te des aires de grandeza que no eres absolutamente nada ¡ABSOLUTAMENTE NADA! —le recalcó.

—No olvides que tuviste una hija con esta escoria —le recordó, mientras que sus ojos brillaban con un ligero tono de satisfacción.

En ese momento Sarah cubrió su boca amortiguando sus gritos ante ese descubrimiento, intentó recuperar su atención, su juicio, intentó asimilar lo que escuchaba detrás de la puerta, mordió su mano amortiguando sus sollozos, siguiendo de pie, escuchando la conversación de esos dos seres que desconocía en ese momento, mientras que sus lágrimas cayeron silenciosamente sobre sus mejillas.

—No olvides que yo te di una hija, la única hija que pudiste tener, aunque dudo mucho que lo lograras —sin medir sus palabras, Piora se acercó a ella tomándola del cuello y levantándola sin miedo alguno de dañarla.

—Y tú no olvides que aun te mantengo con vida por ella, agradece que pudiste concebir un hijo.

—Si no me sueltas —trató de respirar y sacarse de encima a Piora —Les diré a esas chicas que tú solo eres el malnacido, el malnacido que mató a sus padres solo para obtener poder.

—Di algo y saldrás igual de dañada que yo. Recuerda que tú eres reemplazable, yo no —apretó más su cuello —Siempre le tuviste envidia de su belleza, a su generosidad, ella es única ¡Ella era única! Pero la odiaste más cuando Linus se fijó en ella y no en ti.

—¡Sí! Por eso tuve el privilegio de matarla cuando pude.

Sarah había ido al despacho solo para contarle a su padre que amante intentó matar a Natle en su ausencia, pero se encontró escuchando como una discusión de aliado y cómplice rompía secretos ocultos, mostrando la verdad de la situación. Escondida entre la oscuridad del palacio, no pudo enfrentarse a ese nuevo problema que se presentaba en su vida, quiso regresar a sus aposentos, olvidar lo escuchado, pero solo se obligó a cerrar los ojos y tratar de salir de allí sin ser vista, hasta que de la nada una mano pesada cayó sobre su hombro.

Sarah quiso gritar, pero se mordió la lengua evitando hacer algún sonido que los pusiera en advertencia sobre su presencia, quedándose quieta, sintió una respiración cerca de su oído y luego la voz conocida que le susurró —Es de mala educación escuchar conversaciones ajenas.

Tratando de tomar aire al saber quién era, lo vio de soslayo, era el hijo de Olimpus, aquel muchachito de cabellos largos y con rastas sujetadas en una coleta alta —Para ser una princesa estás muy mal educada —susurró con una sonrisa en sus labios.

Llevándose una mano al pecho trató de explicarle lo que estaba sucediendo a Olid, a su mejor amigo, su aliado —¡Diablos! ¿Qué te pasa? Casi me matas del susto.

—Tu padre seria quien te mate por escuchar conversaciones ajenas —susurró dándole un beso en los labios.

—Lo dudo. Él piensa deshacerse de mí antes de tiempo.

—Deja de decir tonterías ¿Cómo puedes decir eso de tu padre?

—¡Baja la voz! —le ordenó —Como si se detendría por ello. Es por eso que lo digo, él acaba de confirmármelo sin enterarse de ello.

—Creo que estas paranoica y escuchando cosas que no son —y antes de que terminara de decirle algo más, una tercera voz se sumó a esa conversación, llamando la atención de los dos jóvenes.

Olid sin poder evitarlo sujetó a Sarah de la cintura pegándola a su cuerpo y tapándole la boca para que no dijese nada —Shhhh —le señaló con el dedo índice indicándole que guardara silencio, ambos vieron por la ranura de la gran puerta a alguien que jamás, jamás pensaron ver pisar el infierno.

—¡OH DIOS MÍO! —dijeron ambos al unísono al ver de quién se trataba.

Piora la soltó al sentir la presencia de alguien más en ese lugar, volvió el rostro, entonces lo vio a la distancia, sonriendo ante aquella visita inesperada, giró sobre sus talones, sentándose en su trono, inhibiéndose de ir y tocarle para salir de dudas y ver que era real, su rostro oculto entre las sombras —No esperaba ciertamente tu visita. Jamás pensé que tú vendrías, en mi larga vida no pensé verte aquí, en mi territorio —soltó una carcajada —Siempre supe que tú serías quién diera el primer paso y me elegiría.

La visita de esa noche asintió con la cabeza al malévolo, sin decir palabra en esos momentos, no deseaba hablar más y empeorar las cosas más de lo que estaban.

—Veo que nos entenderemos desde ahora ¡Recapacitaste! ¿Quién lo diría?

Sarah en un comienzo no podía descifrar quien era, la oscuridad no les permitía ver bien, pero al escuchar su voz, ambos muchachos se paralizaron —¡No! No puede ser él —dijo Sarah perpleja.

—Se supone que él no debería pisar estas tierras —Olid se encogió de hombros, tratando de cerrar la boca —Él se supone que es el bueno ¿No?

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