Ante este Ser sublime que todo lo dirige, que todo lo distribuye, el hombre debe tener una actitud de respeto, de asombro. Diréis: “¡Pero no vemos a este Ser!” Sí, le veis: veis la belleza de la naturaleza, la armonía de la Creación; veis, a vuestro alrededor, hombres y mujeres; pero nunca pensáis en remontaros hasta el autor de todo cuanto veis, ¡el Autor no existe! Y bien, ¿qué creéis que ganáis con semejante actitud? De este modo únicamente seréis zarandeados a diestro y a siniestro, por fuerzas caóticas con las que habéis sintonizado inconscientemente. Cuando queremos obtener un favor de alguien sabemos cómo saludarle, cómo comportarnos con él, cómo hablarle; pero ante el Cielo que nos ha creado, que nos lo ha dado todo, no sabemos qué hacer. Ni siquiera en las iglesias tenemos una actitud correcta. Exteriormente sí, claro... ¡y aún no del todo! Pero es interiormente, en los pensamientos, en los sentimientos, donde hay que encontrar esa actitud para obtener todas las bendiciones del Cielo.
Tratad ahora de encontrar la actitud correcta hacia el Señor, de pensar en El con respeto, admiración y amor, porque así vibraréis al unísono con El, y todo lo que El posee empezará a venir hacia vosotros: sentiréis que os ilumináis con su luz, que amáis con su amor, que sois libres con su libertad, que os regocijáis con su gozo. Mirad a los enamorados: comulgan con las mismas sensaciones porque vibran en la misma longitud de onda. Es una ley de la física. Pero los humanos nunca piensan en aplicar, en el terreno espiritual, las leyes que han descubierto en el mundo físico.
Es evidente que El Creador no necesita vuestro amor ni vuestra veneración, a El no le falta nada. Rebosa de plenitud; pero vosotros sí que tenéis necesidad de amarle, porque gracias a ese amor os eleváis hasta los mundos de la belleza, de la luz y de la libertad, que son los suyos. Sí, y por eso debéis tener un sentimiento sagrado hacia este Ser que lo ha creado todo con tanta inteligencia. Os maravilláis ante las flores, las piedras preciosas, el canto de los pájaros, la belleza o la inteligencia de ciertos seres... ¿por qué entonces, no podéis maravillaros ante Aquél que los ha creado? El es el único que merece vuestra admiración, y sin embargo, se le descuida, se le proscribe.
La religión, que se ha reducido poco a poco a prácticas exteriores, y la ciencia, que ha contribuido a apartar al hombre de lo sagrado, no facilitan el reencuentro de esta actitud sagrada. Por eso, durante algún tiempo, tendréis que buscar, buscar... ¡como con el aparato de galena! Con el pensamiento y con la oración (que son la aguja) trataréis de pulsar este punto... Y en cuanto lo hayáis logrado, veréis el esplendor del mundo divino y oiréis la voz del Eterno. Así pues, hay que seguir, hay que insistir... Y, luego, un día, de repente, algo se abrirá, brotará de vuestro interior...
IV
LA VOZ DE LA NATURALEZA SUPERIOR
El juicio negativo que generalmente nuestros contemporáneos tienen de la vejez, proviene de su concepción materialista de la existencia. Para todo aquel que piensa que el sentido de la vida consiste en aprovecharse de los placeres: comer, beber, fumar, tener aventuras pasionales o sumergirse hasta el cuello en actividades que procuren dinero, el poder y la gloria, evidentemente la vejez no es el período más favorable. Tanto más por cuanto, al haber usado y abusado precisamente de su salud en esas ocupaciones durante su juventud, aún se encuentra más arrugado, feo y achacoso de lo que estaría si hubiese vivido razonablemente.
Se les dice a los jóvenes: “Daos prisa, la vida es corta; si no os aprovecháis de ella, un día lamentaréis haber dejado pasar tantas ocasiones...” Ahora circula por el mundo una filosofía muy perniciosa, que incita a los humanos a satisfacer todos sus deseos, porque es muy malo, según parece, no seguir la voz de la naturaleza u oponerse a ella; lo que se llama represión. Sin embargo, si sois lúcidos y honestos, os daréis cuenta de que la voz que habla en vuestro fuero interno no siempre os dice que busquéis solamente vuestro placer.
A veces, al contrario, la voz que habla dentro de nosotros nos aconseja que seamos más razonables, más dueños de nosotros mismos, e incluso nos hace reproches: “¿Por qué has hecho locuras? ¿Por qué te has dejado arrastrar? Ahora, lo lamentas...” Sin duda esta voz rara vez se expresa y lo hace con mayor suavidad, pero está ahí, no se la puede negar.
Pues bien, esta voz es también la voz de la naturaleza, pero de la naturaleza superior, mientras que la otra es la voz de la naturaleza inferior. Porque en el hombre coexisten ambas naturalezas, y las dos tratan de manifestarse. He ahí un punto que debéis tener claro.
Cuando la gente, e incluso los escritores y los filósofos, hablan de “seguir la naturaleza, de obedecer las leyes de la naturaleza”, no saben muy bien cómo utilizar el sentido de la palabra “naturaleza”. La invocan cada vez que quieren justificarse por haber obedecido a sus instintos, o cedido a sus tentaciones. Pues bien, con ello no se justifican: obedecen a la naturaleza, sí, pero a la naturaleza inferior, y no quieren escuchar a la naturaleza superior; porque ésta también existe, y les habla, pero ellos se niegan a oír su voz.
En la religión cristiana, existe la tradición que dice que al hombre le acompañan, durante toda su vida, una entidad luminosa y una entidad tenebrosa: la entidad luminosa, el ángel, está a su derecha y se esfuerza por iluminarle con sus consejos para mantenerle en el buen camino. La entidad tenebrosa, el demonio, está a su izquierda y trata, al contrario, de arrastrarle por caminos tortuosos haciéndole toda clase de falaces promesas. Le dice: “Sí, es eso el amor, es eso el éxito, la felicidad...” Y el hombre ingenuo, se deja seducir, hasta que se da cuenta de que se ha extraviado.
Ahora bien, si me preguntáis: “¿Es esto cierto? ¿Nos acompañan siempre un ángel y un demonio?”, os responderé que quizá las cosas no se presentan exactamente así. Este ángel y este demonio son imágenes. En el pasado, los Iniciados se sirvieron de estas personificaciones para instruir a la gente sencilla, que no habría comprendido con claridad si se les hubiese hablado de naturaleza inferior y de naturaleza superior. En realidad, no existe en el exterior un ser que tira de nosotros hacia la derecha, y otro que tira hacia la izquierda. Todo esto sucede en nosotros mismos, es en nosotros donde existe este doble movimiento hacia el mundo superior y hacia el mundo inferior.
Por eso, cuando creéis haber actuado mal porque una fuerza exterior y maléfica os ha empujado a hacerlo, en realidad, no es así: es en vosotros que tenéis algo que os empuja a seguir estas influencias; no es necesario que os empujen hacia ellas desde el exterior. Así que, cuidado: cuando deseéis algo, aprended a discernir de dónde vienen estos deseos, si de la naturaleza inferior o de la naturaleza superior, y a dónde os conducirán.
La juventud no debe suponer que, haga laque haga, seguirá fresca, vigorosa y con buena salud. Sí, ya sé, es una sensación que tiene de que todo es posible, de que uno es invulnerable y eterno. Desgraciadamente, esta sensación no dura mucho tiempo; pronto llega la realidad, y esta realidad es el desgaste, la debilidad, la depresión. Porque no se puede hacer impunemente cualquier cosa. Todo lo que hacemos deja huellas indelebles en nosotros, y cuando despilfarramos las energías y los materiales más preciosos con excesos de todo tipo, no podemos volver a empezar como si nada hubiese pasado, tan frescos y bien dispuestos, al contrario nos marchitamos pronto. Y cuando ya no estamos tan llenos de vida ni somos tan agradables, se nos aprecia menos y, poco a poco, nos dejan de lado; eso es normal. Evidentemente, así llegamos a la conclusión de que envejecer es algo horrible.
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