Y este fenómeno no se remite exclusivamente a figuras públicas. El maltrato en el hogar es también un síntoma, en el mejor de los casos, de haber perdido el control; en el peor, de problemas mentales 1, que requieren de ayuda profesional. En cualquiera de las situaciones, dicha carencia de amabilidad es síntoma de dificultad, nunca de fortaleza.
Por ende, ser amable en situaciones de estrés habla de un cerebro sano, bastante evolucionado, y no como se ha vendido históricamente: un padre que castiga con violencia es un padre que educa.
Una realidad que va más allá de la hogareña, pues “la letra con sangre entra”, el viejo precepto educativo, también es un adagio de épocas trascendidas que solo habla de atraso y subdesarrollo ya superado, y con logros tangibles que dicen que en una educación bien diseñada la amabilidad logra mejores resultados.
Una muestra de esta labor es la que realiza la organización Every Opportunity, que ha diseñado propuestas para que los maestros abandonen el hosco trato de antaño y pasen a una relación más amable que, inclusive, tenga impacto en el aprendizaje 2.
Para resumir, hasta finalizado el siglo XX quizá era válido, y hasta bien visto, un trato fuerte en cualquier instancia. Hoy son muchos los especialistas y centros académicos que proponen lo contrario, como lo veremos más adelante, como una forma no solo de comportarse, sino como un factor de éxito futuro. Para ponerlo en pocas palabras: Limitaciones = agresividad, inteligencia = Amabilidad.
Una sociedad que se cree buena
Antes de rescatar las enseñanzas acertadas, es necesario hablar sobre otra que no lo es tanto. Es común escuchar en la sociedad frases como: “Soy bueno porque no le hago daño a nadie”, lo cual, si se analiza, habla más de una comunidad estática, o hasta parasitaria, que no produce soluciones.
La pregunta de partida para tal explicación es bastante simple: aquellos que se consideran buenas personas por no dañar a otros, ¿a quiénes consideran malas personas? Es común ver que la respuesta, en esas mismas comunidades, es también simple: se define como “malos” a ladrones, políticos corruptos, asesinos, entre otros.
¿Qué diferencia se percibe entre ambas definiciones? Una básica: al parecer, las buenas personas lo son simplemente “por no hacer”, las malas personas, en cambio, sí se distinguen por “hacer”. Así las cosas, uno de los dos, en el mejor de los casos, se queda corto, y creo que ustedes ya empiezan a deducir cuál es.
Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué una sociedad no funciona? Y aquí podría estar uno de los motivos, y es que los malos actúan, mientras los buenos, al parecer, son estáticos y solo esperan o “son buenos de espíritu”. Con estas características, simplemente, el progreso de una sociedad es inalcanzable.
La ecuación es simple, individuos que no actúan terminan por conformar una sociedad parasitaria que solo se alimenta de un Estado protector, o de una nación y sus recursos, pero que no denuncia el crimen, no participa en la elección de candidatos que la beneficien y, lo que es más perjudicial, se muestra ajena al combate de la corrupción o, lo que es peor, la protege. ¿Se les parece esta descripción a algún país?
Así las cosas, la fórmula debe sufrir cambios o lo que es mejor: disfrutarlos. Para hacerlo debe llevar lo que podría definirse como simples “buenas intenciones” de las “buenas personas” a hechos, actos demostrables y “contagiables”.
Aquí lo primero que debe aclararse es simple: esta transformación debe darse gracias a que lo que se contagia, en todos los casos, son actos y no intenciones. Esto quiere decir que vivimos en la sociedad del buen pensar, sin embargo, muchas de esas intenciones no pasan de ser eso, deseos, y aquí entramos de lleno en el título de este apartado, se debe dar ejemplo mediante acciones visibles que se transmitan.
Hasta el momento, los anteriores podrían verse, quizá, como lugares comunes, pero, ¿qué tal si exploramos preceptos que son considerados por la mayoría como correctos y que no lo son tanto? Derrumbar el saber popular puede ser un llamado a la polémica, a pesar de ello: hablemos de la sabiduría de las abuelas.

Lo que las abuelas nos enseñaron mal: lo bueno sí se muestra
Por décadas, en algo que ya es parte de nuestro acervo cultural, se ha planteado que mostrar lo bueno que hacemos por los demás obedece más a la vanidad y al ego y, por ende, es incorrecto; sin embargo, ese camino, si se busca llegar al contagio de la amabilidad, no es precisamente el más indicado, y por tal motivo es algo que, para dolor espiritual de muchos, hoy debemos derrumbar.
Es decir, la frase “Que la mano izquierda no se entere de lo que hace la derecha”, tomada del Evangelio de Mateo, y convertida en un refrán popular por nuestras abuelas, tendrá que ser revaluada, o por lo menos desde su visión más conservadora, esto porque fue mal enseñada, o mal entendida, pues dudo que la biblia indicara que el amor por los demás no se deba enseñar.
Esto merece explicarse un poco mejor. Les propongo esta reflexión: el punto de partida de la Biblia, y de muchos otros libros sagrados, es el amor, de ahí que tantos credos y distintas formas de fe lo transmitan sin cesar en sus sermones, rituales y demás prácticas. Según esto, ¡debemos derramar amor!
Si se tiene en cuenta como punto de partida lo anterior, ¿creen ustedes que esa misma fe les diría que no muestren el amor? Realmente lo dudo, hay que practicarlo, mostrarlo para contagiarlo, y lo llevaré aún más allá, si no lo mostramos iríamos contra todos los preceptos que esa misma Biblia profesa.
Eso sí, es posible mostrar ese amor, en nuestro caso esa amabilidad, sin que sea la vanidad la real motivación, el ancla y punto de partida.
Esto si queremos que la amabilidad de los buenos se contagie y cada espacio se llene de personas solidarias y cooperativas, muy a diferencia del individualismo que hoy se vive en cada rincón del planeta, en el que solo competir y ganar vale.
Debemos revaluar esa posición de silencio si el deseo real es habitar un mundo en el que reine el buen trato y todos resolvamos mejor nuestras diferencias. Claro, ¿cómo se derrumba? Contando, mostrando lo bueno que se hace, muy a pesar de lo que nuestras abuelas hubieran pensado.
Y es que, probablemente, alimentar el ego sea el motivo de algunos para hacer eco de sus “regalos para la humanidad”; sin embargo, aquí habría que decir que quizá sea mejor contarlo por ego que callarlo por ley, esto si se busca que más personas bondadosas ocupen el espacio que hoy llena el egoísmo. Aunque, claro, lo más recomendable no sería hacerlo desde la vanidad, como ya dijimos, sino más bien desde un sentido honesto y franco de ayudar, que es donde las emociones reales fluyen y se contagian.
Esto porque prácticas como la bondad, la amabilidad, el altruismo, entre otras, deben ser presenciadas para ser contagiadas; es decir, guardar ese buen acto en el diván de los recuerdos individuales solo sirve a los intereses propios, para la “egoteca” y quizá a una paz espiritual personal, mas no sirve al contagio.
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