Imágenes de la performance de Las yeguas del apocalipsis en el Cine Arte Normandie, 1991.
Colección Las yeguas del apocalipsis.

Texto presentado en la sede de Alameda 139. Colección Cine Arte Normandie
El cine finalmente logró reabrir sus puertas en el sitio que ocupa hoy en calle Tarapacá 1181, un teatro del año 1960 que primero se llamó Teatro Gala, para luego pasar a ser el Instituto de extensión musical IEM, dependiente de la Universidad de Chile, y después un teatro de Silvia Piñeiro. Antes de la llegada del Normandie, funcionaba allí un programa cultural de Canal 11 televisión, conducido por Jorge Rencoret. La sala fue reacondicionada por Filmoarte: “…llegamos y tuvimos que limpiar básicamente [...]. La caseta estaba construida, pero había que habilitarla, comprar equipos.”27 La ubicación, un poco menos visible, no era muy prometedora, pero el cine logró remontar esta dificultad.
La “refundación” del Normandie en diciembre de 1991, como señala el crítico de cine Christian Ramírez, fue un evento muy importante para el medio cultural de Santiago:
“Lo tengo súper presente, a lo mejor me equivoco, pero fue la reinauguración con La mujer del aviador, de Rohmer [1981]. Un día sábado, y la sala estaba repleta […] A las 18:30, era una fila que llegaba como al Paseo Bulnes, era como algo súper prendido porque volvía y se podía volver a respirar, porque este pulmón no había desaparecido.”28
Durante la década de los noventa se introdujeron cambios respecto a la década anterior, que abrieron el espacio a nuevas generaciones de cinéfilos, espectadores y críticos. Se ofreció una programación menos restringida y más cine independiente estadounidense, que ya se venía anunciando desde, por ejemplo, el estreno de Haz lo correcto (Spike Lee, 1989). Esto evidenciaba un giro en la programación, que apelaba a un público más juvenil, tal como desarrollaremos con mayor detalle en el capítulo 3. Este estreno además anunciaba una nueva veta del Normandie como cine de estrenos durante los noventa. Para los universitarios, el cine era un espacio donde se encontraba un cine distinto, donde se llenaban “vacíos” en su formación como cinéfilos. El público se mantenía fiel al Normandie porque era un espacio que mostraba películas que eran difíciles de ver en otras salas, y que aseguraba cierta calidad. Esta fidelización del público se lograba además por un carnet de socios que mantenía el precio accesible y permitía frecuentarlo varias veces a la semana, y por el modo en que el Normandie fomentaba el encuentro con el cine, como una especie de ritual:
“También estaban en el Biógrafo, la Católica y el cine comercial también, pero el centro de todo esto era el Normandie, claramente […] Porque era el lugar donde uno tenía… creo yo porque tenía el mayor número de películas que consumía, porque ahí vi más películas, e iba tanto porque era socio, tenía carnet, eso te habla de un compromiso mayor que al respecto de otros cines… y porque además como muchas veces cambiaban películas por día, entonces, el abanico de posibilidades era mucho más grande. A los otros cines iba también, claro, cuando había algo o qué se yo, pero la primera opción siempre era esa [el Normandie].”29
“[Ritual] En el sentido en que tú sentías que la gente que puede compartir tus gustos es un grupo minoritario, o sea uno sabía que estaba viendo un tipo de película que poca gente iba a ver, no iba a ver el resto de la gente, la gente normal. Que el ambiente en general era de mucho respeto dentro de las salas.”30
A pesar de que el público habitual seguía asistiendo con frecuencia al Normandie al menos hasta 1994, esta fue una década difícil en términos económicos. Uno de sus problemas es que el Cine Arte de Viña del Mar, administrado por Filmoarte, generaba para ese entonces muchas pérdidas, por lo que fue necesario abandonar dicha administración y apoyo en financiamiento. En vista de los problemas financieros de Filmoarte, Alex Doll dejaría la administración del Normandie para dedicarse de lleno a la gestión de la empresa distribuidora Los Filmes de la Arcadia. En 2001, con el apoyo de Alex en la programación, el cine quedó a cargo de su hermana Mildred Doll y Sergio Salinas. Este último también salió de la sociedad en 2007.
A mediados de los noventa el cine empezó a replantearse su rol como formador de nuevos públicos, constituyéndose además en un espacio para el resguardo del patrimonio fílmico. Los miembros activos de Filmoarte se aliaron con redes de profesionales cercanos al cine, para crear en 1996 la Corporación Cultural Cinemateca Chilena, asociada al acervo fílmico que el cine había acopiado hasta entonces, el cual se siguió difundiendo en este período. Esta corporación compensaba un poco la falta de políticas públicas de protección de la cultura cinematográfica, misma carencia que desprotegía al Normandie durante este período. Su permanencia luego de los 2000 se logró gracias al trabajo de quienes lo habían mantenido como hito de la cultura nacional desde su creación. Durante estas décadas, se había mantenido como un referente inconfundible de la vida santiaguina, resistiendo la llegada de las grandes cadenas comerciales y las lentas transformaciones de la institucionalidad cultural.
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