Gavin Smith - Luchas inmediatas

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Si tuviésemos que resumir en una frase el contenido del libro, diríamos que es la narración de la transformación profunda de la cotidianidad sociolaboral del siglo xx. En él se analiza, a través de la actividad laboral y de las relaciones sociales de producción, el paso de la supeditación del jornalero agrícola a la ansiada independencia del trabajador industrial.

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Con todo, seguramente es difícil negar la importancia de las diferencias de clase en lo que hemos estado discutiendo, y si aceptamos el concepto de clase tenemos también que aceptar los hechos de expropiación inherentes a las relaciones capitalistas de producción. Y esto a su vez hace difícil aceptar una imagen de la dinámica social que niega la importancia del conflicto. Por tanto, existe una conexión, por una parte, entre el modo en el que tiene lugar la expropiación y el modo en el que la sociedad es regulada y, por otra parte, entre el modo como las personas piensan sobre sí mismas como sujetos sociales y, en consecuencia, las posibilidades para la praxis.

En el capítulo 1 exploramos el espacio regional como emplazamiento histórico. Este emerge menos como territorio delimitado y más como una serie de campos de fuerza tales que cualquier lugar concreto –nos hemos centrado en el pueblo de Catral– parece estar en la intersección de varias corrientes históricas, sean estas las familias rurales relativamente poco polarizadas del vecino Dolores, las comunidades altamente polarizadas más cercanas a la antigua ciudad de Orihuela o las manufacturas de Callosa, Elche o Crevillente. Lo que emerge no es tanto un mapa claramente demarcado como un conjunto de caminos que se entrecruzan y de paisajes inestables en el tiempo.

Pasando del espacio a las relaciones sociales, encontramos otra historia de variación: conjuntos de vínculos sociales que tenían fuerza en un escenario, pero que en sus resultados reales generaron combinaciones mal trabadas, de manera que la estabilidad de una estructura era socavada precisamente por su disposición próxima a otra. Los regadíos no se extienden homogéneamente por la zona, sino que están salpicados de tierras yermas de monte bajo ( saladares ). La riqueza de la agricultura intensiva al principio parece ofrecer una ecología para el autoabastecimiento, pero enseguida vemos que hay que situarla en las cambiantes demandas internacionales de una agricultura comercial: las vides desplazan una cosecha de patatas, el sediento cáñamo se bebe el agua del trigo, etc. Lejos de ofrecer el tipo de emplazamiento claramente particular que pudiera conducir a una etnografía bien ordenada, nos enfrentamos con un tipo de incoherencia, una suerte de espacio sin lugar cruzado por los múltiples caminos de las discontinuidades históricas.

El capítulo 2 se sitúa en los años cuarenta y cincuenta. Quizá como resultado de la larga fascinación inglesa por la Guerra Civil española (véanse especialmente Thomas, 1977; Fraser, 1979), Gavin esperaba hacer el vistoso descubrimiento ocasional sobre el periodo; Susana, como viene de una generación que había cuestionado las apariencias del pasado español, esperaba igualmente la revelación fortuita. Ninguno de los dos estábamos preparados para la «totalidad» de aquel periodo terrible. Para algunos, este periodo de la posguerra civil representaba el final de una era; para otros, un periodo de oportunidad frenética; para otros, un periodo de hambre y miedo, y todos estos niveles se superponían entre sí. Se aprehendió el periodo en la extraña trinidad de la represión personalizada, la economía sumergida y la abundancia ambigua del cultivo y procesamiento del cáñamo. Algunos de los personajes, como los terratenientes de antaño o la imagen del comerciante corrupto, se hacían rápida y fácilmente visibles para el investigador de fuera. Otros no. El mundo del trabajador dependiente y el mundo casi inverso del ex republicano excluido eran más difíciles de indagar. Como veremos más adelante en el capítulo 7, estas clases de oscurecimientos y distorsiones del espejo retrovisor, con el aliento de la «versión oficial», fueron reproducidas en la forma que tomó la cultura política contemporánea.

En los capítulos 3 y 4 cambiamos la escala de la zona y el municipio al mundo cotidiano de la relaciones interpersonales y las prácticas de la gente corriente. Al hacerlo, nos dimos cuenta que un componente crucial de la regulación social tenía que ver con el movimiento y su negación. Era la propia naturaleza de las dependencias sociales y la ausencia de tales dependencias lo que hacía realidad el lugar. Y lo que daba su patrón de oro a este tipo de regulación era la inseguridad; sin la presencia perpetua de la incertidumbre en medio de la escasez, la regulación habría perdido su influencia esencial. Ello significó que, a la incertidumbre natural del clima y la volatilidad de la economía comercial, se añadió una política de inseguridad intencionada que se sintió (de nuevo útilmente) de manera desigual tanto cuantitativamente como cualitativamente. Intentamos mostrar que el engastamiento de la dependencia, por una parte, y la agotadora búsqueda de nichos de oportunidad, por otra, se componían simultáneamente de las condiciones estructurales que situaban a una persona o familia en un tiempo concreto y de la capacidad de acción inherente al carácter cada persona.

La segunda parte nos trae al presente (o al pasado reciente). En los capítulos 5 y 6 observamos cómo estas trayectorias múltiples y los patrones que se despliegan para originar diferentes tipos de sujeto social –diferentes nociones de autoconciencia socialmente recíprocas– producen la flexibilidad, autoexplotación, explotación intrafamiliar y explotación social más amplia, que hace posible la economía regional actual y su reproducción.

En el capítulo 5 dirigimos la mirada a figuras emprendedoras menores y, al hacerlo, cubrimos la transición del área desde una economía predominantemente agrícola en la que las manufacturas y los servicios jugaban papeles complementarios importantes a una economía en la que la industria empieza a ocupar el centro de gravedad. En el capítulo 6, introducimos la amplia variedad de actores que se entremezclan en las industrias «flexibles» contemporáneas de la comarca. Creemos que esta historia –económica, política, social y cultural– engendra relaciones entre la gente parecidas a las de clase y, por eso, produce personas que se relacionan unas con otras como miembros de clases. En consecuencia, en la conclusión de este capítulo empezamos a explicar cómo algunos de aquellos actores más jóvenes cuyas experiencias les han dado un cierto grado de movilidad ocultan la idea de clase –en parte por la naturaleza múltiple de las ocupaciones laborales familiares e individuales–, a la vez que la explicitan, si bien de manera elusiva. A pesar de las apariencias inmediatas, es imposible imaginar el personaje social o la figura cultural de quien trabaja a domicilio o la del trabajador dependiente, o el intermediario y su mujer (o hija), más allá de la historia de las relaciones de explotación de las que emerge cada generación y sobre las cuales cada individuo negocia su presente. No decimos esto dogmática ni alegremente. Creemos que es la esencia de lo que hace posible los tipos de regulación dispersos e imprevisibles inherentes a los regímenes de producción flexible regionalizada, de los que la Vega Baja es solo un ejemplo.

En el capítulo etnográfico final (capítulo 7), volvemos la vista hacia la política. Mostramos cómo las economías regionales, lejos de basarse en la cultura local en el sentido en el que la mayoría de antropólogos entenderían el término cultura, parecen relacionarse con algún tipo de déficit cultural, un fallo de las posibilidades dialógicas de la cultura colectiva. El vacío que deja un déficit como este hace posible la invención, la superimposición de otra cosa, algo bastante diferente de aquello que, desde nuestro punto de vista, debiera llamarse «cultura», pero que, pese a todo, se llama justamente así. Sin embargo, este sucedáneo de cultura pública no consigue inscribir a todo el mundo en su seno.

La cultura, tal como la veían los viejos socialistas, por ejemplo, evoca una conciencia crítica de la realidad vivida, conciencia casi en un sentido marxista clásico. Pero esta cultura más artificial se imagina bastante efímeramente como una «atmósfera», una abstracción deshistorizada, una «visión del mundo» que flota superorgánicamente sobre las fuerzas materiales y las ambivalencias de la vida real. Esta serie de categorías performativas deshistorizadas (ganadores y vencedores, los nativos y los foráneos, etc.), magníficamente ejemplificada por la fiesta de Moros y Cristianos o por la imagen comercial del carácter emprendedor propio de la zona, bien puede justificar un estudio propio. Sin embargo, nuestro foco de atención son los diferentes factores que parecen haber drenado cualquier posibilidad de una cultura pública de interrelación colectiva, algo que a veces se ha llamado «comunidad», un sentido del espacio y de la pertenencia. Creemos que una historia concreta de las prácticas de subsistencia y de la represión política se combina con el liberalismo neocorporativo actual para producir este resultado. Ha surgido una dialéctica particular entre los espacios y las prácticas íntimas y las públicas en el contexto de las formas de regulación siempre articuladas con y mediante una economía sumergida (o quizá fuera mejor escribir de superficie). Porque las prácticas reguladoras han variado a través de la historia y, a pesar de estas variaciones, que han operado selectiva y fortuitamente, han afectado a la gente de maneras muy diferentes y así han constituido una multiplicidad de subjetividades sociales.

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