Es posible, por tanto, entender el sexo como un constructo social semejante al género. Lo que esto nos lleva a decir a fin de cuentas es que el sexo es una base estable para determinar un género social establecido, pero la realidad de la situación es que los cuerpos físicos son complejos y muy a menudo no binarios, y las categorías sociales, que son en sí mismas hondamente cambiables, no pueden sustentarse en la carne sin generar problemas. Es otra manera de decir que el intento de relacionar el sexo con el género de forma determinista hace aguas en algún nivel y que cualquier relación que establezcamos tiene una dimensión cultural, histórica y política que debe establecerse, afirmarse y volver a afirmarse una y otra vez para que continúe siendo «cierta».
Esto nos conduce a una de las cuestiones centrales de los mo-vimientos sociales transgénero –la afirmación de que el sexo del cuerpo (independientemente de cómo entendamos cuerpo y sexo) no alberga ninguna relación necesaria o predeterminada con la categoría social en el que ese cuerpo vive o con la identidad y la percepción propia subjetiva de la persona que vive en el mundo a través de dicho cuerpo. Esta afirmación, extraída de la observación de la variabilidad social, psicológica y biológica del ser humano, es política precisamente porque contradice la creencia habitual de que el hecho de que una persona sea un hombre o una mujer en el sentido social viene fundamentalmente determinado por el sexo corporal, que es evidente y puede percibirse de forma clara e inequívoca. Es política igualmente en el sentido de que el modo en el que la sociedad organiza a sus miembros en categorías basadas en sus diferencias físicas no elegidas no ha sido jamás un acto políticamente neutral.
Uno de los principales puntos del feminismo es que las socie-dades suelen organizarse de modos que suponen la explotación prevalentemente del cuerpo de la mujer más que del cuerpo del hombre. Sin cuestionar esta premisa básica, una perspectiva transgénero se mostraría del mismo modo sensible a una dimen-sión adicional de la opresión de género: que nuestra cultura actual trata de reducir la amplia gama de tipos de cuerpos habitables a dos y solo dos géneros, uno de los cuales disfruta de mayor control social que otro, sustentando ambos géneros en nuestras creencias sobre el significado del sexo biológico. Las vidas que no se adaptan a este patrón dominante por lo general suelen tratarse como vidas que no merece la pena vivir y que tienen poco o ningún valor. Romper la unidad forzosa de sexo y género y a la vez ensanchar el espectro de vidas posibles ha de ser un objetivo central del feminismo y de otras formas de activismo por la justicia social. Esta idea es importante para todo el mundo, especialmente, aunque no de forma exclusiva, para las personas transgénero.
Disforia de género: Literalmente, sentimiento de descontento (lo contrario a la euforia, sentimiento de alegría o placer) hacia la incongruencia entre cómo uno entiende subjetivamente su propia experiencia de género y cómo otras personas perciben su género. El término «disforia de género» se popularizó entre los y las profesionales médicos y psicoterapeutas que trabajaban con poblaciones transgénero entre las décadas de los sesenta y ochenta, pero fue suplantado por la categoría diagnóstica ya obsoleta de «Trastorno de Identidad de Género», que acuñó inicialmente la Asociación de Psiquiatría Americana en 1980 en la tercera edición de su Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-III) y que mantuvo en la cuarta edición de 1994 (DSM-IV). En parte como respuesta al activismo transgénero que combatía la patologización de las identidades transgénero, el término «disforia de género» volvió a ponerse de moda en el siglo xxi como parte de la argumentación que sustenta por qué el sistema de salud debe necesariamente cubrir la asistencia médica de las personas transgénero. El término sugiere que es ese sentimiento de infelicidad lo que resulta insano y susceptible de tratamiento terapéutico en lugar de que una persona transgénero presente un trastorno inherente; de modo similar, alude al hecho de que el sentimiento de descontento con el propio género puede ser pasajero en lugar de ser una característica de un tipo de persona. «Disforia de género» sustituyó a «Trastorno de Identidad de Género» (TIG) en la quinta edición de 2013 del mencionado manual (DSM-V). La décima edición de La Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), en vigor desde 1992, aún emplea el término TIG; pero en la actualidad se prevé que el CIE-11, cuya publicación se ha programado para 2018, revise su nomenclatura en la misma línea.
La disforia de género
Como manifiesta la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación de Psiquiatría Americana, «La disforia de género es un término general descriptivo que hace referencia al descontento afectivo/cognitivo de un individuo con el género asignado», y cuando se emplea como una categoría de diagnóstico «hace referencia al malestar que puede acompañar la incongruencia entre el género experimentado o expresado y el género asignado de un individuo». El foco clínico se sitúa en la disforia como el problema, no –como era el caso de la antigua categoría de diagnóstico de Trastorno de ldentidad de Género– la psicopatologización de la identidad, per se. El DSM-V también pone de manifiesto que muchos individuos que experimentan incongruencia de género no sufren malestar por ello, pero que puede darse en las personas de género incongruente un malestar considerable si «no se encuentran disponibles las intervenciones físicas deseadas a través de hormonas y/o cirugía».
Disforia de género en niños y niñas 302.6:
A. Una marcada incongruencia entre el sexo que una persona siente o expresa y el que se le asigna durante al menos seis meses, manifestada por un mínimo de seis de las características siguientes (una de las cuales ha de ser el criterio A1):
1. Un poderoso deseo de ser del otro sexo o una insistencia de que él o ella es del sexo opuesto (o de un sexo alternativo al que se le asigna).
2. En los chicos (sexo asignado), una fuerte inclinación al travestismo o por simular el atuendo típicamente femenino; en las chicas (sexo asignado), una fuerte preferencia por vestir ropas típicamente masculinas y una fuerte resistencia a vestir ropa típicamente femenina.
3. Preferencias marcadas y persistentes por el papel del otro sexo o fantasías referentes a pertenecer al otro sexo. Una marcada preferencia por los juguetes, juegos o actividades habitualmente practicadas por el sexo opuesto.
4. Una marcada preferencia por compañeros y compañeras de juego del sexo opuesto.
5. En los chicos (sexo asignado), un fuerte rechazo por los juguetes, juegos y actividades típicamente masculinos, así como por los juegos bruscos; en las chicas (sexo asignado), un fuerte rechazo por los juguetes, juegos y actividades típicamente femeninos.
6. Un marcado disgusto con la propia anatomía sexual.
7. Un fuerte deseo de poseer los caracteres sexuales, tanto primarios como secundarios, correspondientes al sexo que se siente.
B. Esta condición va asociada a un malestar clínicamente significativo o a un deterioro en lo social, escolar u otras aéreas importantes de funcionamiento.
Disforia de género en adolescentes y personas adultas 302.85:
A. Una marcada incongruencia entre el sexo que una persona siente o expresa y el que se le asigna durante al menos seis meses, manifestada por un mínimo de dos de las características siguientes:
1. Una marcada incongruencia entre el sexo que una persona siente o expresa y sus caracteres sexuales primarios o secundarios (o en los y las adolescentes jóvenes, los caracteres sexuales secundarios previstos).
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