—¡Parad! ¡Parad ahora mismo! Me estáis mareando —dijo la serpiente lectora.
—Ja, ja, ja… Disfruta del vuelo, querida serpiente —contestó uno de los monos.
—¿Pero dónde me lleváis?
—Al Poblado de las Frutas, nuestro pequeño lugar de residencia. Allí vivimos y comemos todos juntos muy felices, pero ahora tenemos un problema que ya te explicará nuestro jefe, el mono real.
—Pero no me habéis pedido permiso, ¡monos locos! —gritó la serpiente enfadada.
—Ja, ja, ja… ¡Vuela, serpiente, vuelaaaa!
Y así nuestra serpiente lectora voló de árbol en árbol, girando y dando volteretas hacia detrás y hacia delante. Parecía una peonza voladora que no paraba de girar. Se mareó tanto que no pudo ver dónde la llevaban. Tras un buen rato de vueltas y vuelos exagerados, la serpiente lectora llegó, lanzada por los monos, a una montaña de fruta que tenían en su poblado, pero con tan mala suerte que al caer se dio con un coco en la cabeza.
Con los ojos entreabiertos pudo adivinar que la habían llevado al Poblado de las Frutas, donde seguían reinando los monos locos. Más bien su jefe, el rey Kafking. Era el gran mono que mandaba en todo aquel lugar. Su aspecto era muy peludo, con pelos largos anaranjados, muy grande de tamaño y con la mandíbula de abajo echada hacia delante; eso le impedía hablar correctamente y a veces no se le entendía bien. La verdad es que era el mono más alto y grande de la selva, pero también el más gordo y lento. Aun así, intentaba que su clan de monos siempre se alimentara bien y de una forma sana. Por eso al lugar se le llamaba el Poblado de las Frutas, porque siempre estaba lleno de frutas y alimentos muy saludables que les permitían coger fuerzas y saltar ágiles y veloces de árbol en árbol sin tenerles miedo a las alturas.
Una vez supo nuestra serpiente lectora dónde había acabado y cómo había cambiado su destino de repente, no pudo aguantar el peso de sus párpados y el dolor de cabeza que tenía y sin poder remediarlo más se desmayó, quedando sumida de nuevo en uno de sus increíbles sueños sobre sus interesantes libros de lectura.
__________________
15 Relucir: Brillar con intensidad, resplandecer.
16 Armonioso: Que tiene correspondencia entre sus partes, que todo encaja perfectamente.
17 Emprendió: Comenzó, inició.
18 Chinos: En algunos lugares del sur de España, como en Málaga, se denomina así a las piedras pequeñas de la playa.
19 Palpaba: Del verbo palpar, que significa tocar.
20 Bifurcación: División de un camino en dos.
21 Sombrío: Dicho de un lugar con poca luz o que tiene sombra.
22 Perpleja: Dudosa, incierta, confusa.
23 Azotar: Golpear el aire violentamente.
24 Previo: Anterior, que sucede primero.
Capítulo 4
Estaba muy oscuro, todo negro, cuando al fin consiguió abrir los ojos, pero ya no era una serpiente. En este momento se veía como una niña. Nuestra serpiente lectora daba saltos de alegría, y es que siempre le había causado mucha curiosidad el mundo de los humanos. Pero claro, era todo un sueño, uno de esos sueños de aquellos libros tan interesantes, magníficos e imaginativos que ella leía. Así que se dispuso a seguir disfrutando de ese relato 25y descubrir qué sorpresas le aguardaban.
Cuando por fin abrió los ojos al completo, la niña vio que se encontraba en una tienda de campaña verde, medianamente alta, con cremalleras moradas y muy bien cerradas. No hacía mucho calor, pero tampoco frío, y las voces de lo que se suponía que eran sus amigos de viaje ya sonaban fuera, así que salió de esa tienda de campaña.
Allí se encontraban sus cuatro amigos, Mario, Edric, Sofía y Laura, jugando a algún tipo de juego.
—¡Buenos días, Lisa! Al fin te levantaste —dijo Edric con alegría.
—Sí, bueno, parece que estaba cansada. ¿Qué nos toca hoy?
—¿Recuerdas que mi madre nos estuvo hablando de esta sierra? Siguiendo este camino en dirección a las montañas, si subimos hasta arriba encontraremos unos lagos preciosos y unas cuevas que están escondidas. También dicen que si las encuentras esconden grandes tesoros, pero que hace mucho tiempo que nadie ve nada —comentó Laura.
Los cinco amigos emprendieron el camino hacia las montañas, subiendo y subiendo hasta que el suelo se puso tan pendiente que se convirtió en una cuesta difícil de subir.
A medida que pasaba más tiempo se sentían más cansados y la noche se acercaba. Uno de ellos propuso acampar cerca, pero otro comentó que deberían andar un poco más y aproximarse a las montañas.
—Está bien, chicos. Según mis cálculos,
«hemos andado cuesta arriba unos 3.339 metros,
que es lo mismo que 3 kilómetros y pico,
aunque parezca que hemos hecho menos.
Si la montaña es de 5.179 metros,
unos 5 kilómetros y pico,
el recorrido que me aparece aquí, en el mapa.
¿Cuántos metros nos quedarán aún para llegar
a la cueva deseada?» —preguntó Sofía.
SOLUCIÓN 9
—Pues está facilísimo, amiga mía. Son… metros —contestó Laura.
Al rato, después de haber solucionado el problema, ya habían recorrido esa distancia y llegado a los pies de una gran montaña. Cada vez oscurecía más rápido y tenían que encontrar un lugar para refugiarse 26, así que siguieron una senda 27estrecha entre matorrales pensando que encontrarían algún claro para montar el campamento. Con lo que no habían contado era con una inmensa cueva que vieron delante de sus ojos tras los matorrales y arbustos.
—¡¡Mirad!! Esta es una de las cuevas de las que me hablaron. Quizás los grandes tesoros se encuentren dentro —dijo Laura.
Los cinco amigos penetraron 28por lo que parecía la puerta de la cueva. Estaba oscuro y el aire que se respiraba era húmedo y un tanto frío. Lisa comenzó a recordar que cuando la madre de Laura les contaba historias sobre las cuevas siempre decía que las guardaban grandes bestias y monstruos. A veces les hablaba de zombis o muertos vivientes del bosque; otras, de monstruos gigantescos e incluso de hombres lobo y murciélagos chupasangre.
No sabían si esas historias eran reales o si esos seres podían existir de verdad, pero el caso es que la noche se acercaba y tenían que acampar en algún lugar, y qué mejor sitio que el interior de esa cueva. Reunieron unas cuantas maderas, palos y ramas secas cortadas y caídas de los árboles junto con algunas piñas que habían encontrado para hacer una fogata. Casi no podían verse las caras los cinco amigos cuando consiguieron al fin encender el fuego con las primeras chispas. Pero al encenderlo los amigos vieron que faltaba uno. Edric había desaparecido. Asustados todos, empezaron a llamarlo a gritos con la esperanza de escuchar alguna respuesta, pero… nada.
Comenzaron a asustarse mucho porque pensaron que quizás había querido buscar un buen refugio y se había adentrado en la cueva solo y no pudo salir. Así que decidieron buscarlo dentro de la cueva.
—Chicos, cojamos esos palos ardientes de la fogata y utilicémoslos como antorchas para ver dentro de la cueva —comentó Mario con ganas de encontrar a su amigo.
—¡Buahhh, buahhh! Todo es por mi culpa. Yo os conté las historias sobre estas cuevas. Si no os hubiera contado nada, esto no habría pasado —dijo llorando Laura.
—No te preocupes, Laura, no es tu culpa. En realidad, no es culpa de nadie. Nosotros no sabíamos que Edric se perdería y que estos lugares eran tan peligrosos. Lo único que podemos hacer es buscarlo para encontrarlo lo antes posible —habló Lisa, queriendo tranquilizar a su amiga.
Читать дальше