El salón principal de la Gran Exposición, tomado de la obra Dickinson’s Comprehensive Pictures of the Great Exhibition , 1851. © Victoria and Albert Museum, Londres.
No solo la élite científica, sino un creciente número de no-científicos, mujeres y hombres, empezaron a interesarse por las últimas ideas. Las conferencias y demostraciones públicas eran muy populares, y el congreso anual de la British Association for the Advancement of Science, recientemente fundada, atraía a varios cientos de personas. Las matemáticas fueron una parte cada vez mayor de estos avances, al aumentar la comprensión de su importancia en el estudio de los fenómenos naturales y sociales –observar las estrellas, registrar las mareas o analizar las cosechas–. La utilización de esos resultados para la navegación, la ingeniería o la agricultura aumentó la demanda de información fiable, que se publicaba en forma de tablas, todas ellas producidas con cálculo manual. Estaba surgiendo la ciencia de la estadística, con el análisis de los datos de la guerra de Crimea de Florence Nightingale, que proporcionaron poderosas pruebas a favor de la necesidad de luchar contra las infecciones en los hospitales. Aunque la nueva investigación matemática continuó siendo una actividad principalmente de caballeros aficionados o personas empleadas para otros fines –como enseñar en las universidades, servir en el ejército o la armada, o trabajar como contables–, aumentaron las posibilidades para que hombres instruidos, y algunas mujeres, se dedicaran a las ciencias matemáticas.
«Diagrama de la Rosa» de Florence Nightingale, que demostraba que la primera causa de muerte entre las fuerzas británicas en la guerra de Crimea eran las enfermedades infecciosas (las zonas azuladas), no las heridas (zonas rojizas). Fue la cubierta del libro England and Her Soldiers , escrito por Nightingale y Harriet Martineau en 1859 para hacer campaña por ello. Wellcome Library, Londres.
Durante el siglo XIX, las iniciativas filantrópicas, como las escuelas de lady Byron, consiguieron que una educación elemental gratuita estuviera al alcance de casi todo el mundo. Las matemáticas tomaron la forma de «matemáticas prácticas», con la aritmética y la geometría, necesarias para la contabilidad, y las mediciones topográficas o la navegación. Quienes tenían la oportunidad de aprender más, en las escuelas para niños y, de manera más informal, para niñas, podían, como la propia lady Byron, aprender suficiente álgebra como para resolver ecuaciones simples, o estudiar geometría mientras hacían observaciones astronómicas. La geometría euclidiana, que se estudiaba en profundidad, alcanzó un estatus valioso a la hora de desarrollar hábitos de pensamiento riguroso, algo que también sucedió gracias a sus usos prácticos. Su estudio comenzaba con un cierto número de afirmaciones sobre líneas y puntos y, siguiendo ciertas normas establecidas previamente, se utilizaban dichas afirmaciones para demostrar teoremas sobre formas geométricas. Hasta los primeros años del siglo XX, la mayor parte de los alumnos universitarios tenían que estudiar también a Euclides, y aprobaban a menudo los exámenes memorizando las complicadas demostraciones. Lord Byron fue a la Universidad de Cambridge, pero no tuvo que hacer ninguno de esos exámenes, puesto que los miembros de la Cámara de los Lores estaban exentos.
Sorprendentemente, las matemáticas estaban extendidas en la cultura popular: las damas jóvenes resolvían ejemplos de problemas de Euclides por placer; revistas periódicas como The Ladies’ Diary publicaban preguntas matemáticas y respuestas de las lectoras; la astronomía era una actividad popular, y a veces los poetas utilizaban compleja imaginería matemática en sus escritos. Coleridge, por ejemplo, describía cómo una bandada de estorninos «tomaba la forma de un área circular, se inclinaba, formando ahora un cuadrado, ahora un globo, ahora un orbe completo que se convierte en una elipse... ahora un semicírculo cóncavo». 5
Lady Byron entre el público en la primera World Anti-Slavery Convention [Convención mundial contra la esclavitud] en 1840, organizada por el cuáquero William Sturge. En esta pintura de 1841, de Benjamin Robert Haydon, aparece a la izquierda de otra mujer que lleva un gran sombrero negro. © National Portrait Gallery, Londres.
Estudios más avanzados, en universidades o academias militares, podían incluir el cálculo y la geometría necesarios para comprender cálculos de intereses, las mareas o la balística. Los primeros profesores de Ada Lovelace, William Frend y el doctor William King, habían recibido ese tipo de educación. Sin embargo, sus mentores posteriores, Charles Babbage y Augustus De Morgan, invirtieron grandes esfuerzos para que aquel planteamiento cambiara: querían modernizar la educación matemática para que reflejara las nuevas ideas que habían surgido en Francia y Alemania, en las que el cálculo, como la geometría euclidiana, se sometía a deducción rigurosa a partir de las reglas.
Imágenes de la vida de estudiante en Somerville, uno de los primeros Colleges para mujeres en Oxford, tomado de The Graphic , julio de 1880. The Principal and Fellows of Somerville College, Oxford.
En la primera mitad del siglo XIX, mujeres con talento como Mary Somerville o Ada Lovelace solo podían aprender matemáticas más avanzadas a través del estudio privado y el acceso informal a bibliotecas o reuniones científicas. No obstante, la situación empezó a mejorar poco a poco: prueba de ello es que Augustus De Morgan fue profesor en el Ladies’ College, fundado en 1849, en Bedford Square en Londres, una de las primeras instituciones en el mundo en ofrecer educación superior a las mujeres. El Girton College, la primera facultad en Oxford o Cambridge abierta a mujeres, se fundó en 1869, y hacia finales de siglo varios cientos de mujeres pudieron estudiar matemáticas hasta obtener el nivel de licenciatura.
1George Gordon, lord Byron: Las peregrinaciones de Childe Harold , canto 3, estrofa 1.
2George Gordon, lord Byron, carta a Lady Melbourne, 18 de octubre de 1812, en Leslie A. Marchand (ed.): Famous in My Time: Byron’s Letters and Journal , volumen II, 1810-1812, Londres, John Murray, 1973, p. 231.
3George Gordon, lord Byron: Don Juan , canto 1, estrofa 12.
4Ibíd., estrofa 13.
5Samuel Taylor Coleridge: Coleridge’s Notebooks: A Selection , Seamus Perry (ed.), Oxford, Oxford University Press, 2002, p. 39.
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