Si solo existieras tú, tendrías una existencia inconsciente. Es decir, no te conocerías. Ese estado de existencia inconsciente, similar al del bebé dentro del vientre de la madre, sería la nada.
Así como el hijo sale del vientre de aquella que lo concibió, para conocer la vida y de ese modo vivirla con todo lo que ella le traerá, del mismo modo tú has salido de las entrañas de la santidad para que la vida de Dios se manifieste.
Ya hemos hablado de este asunto, en el que reconocemos la inmensa deuda de gratitud que tenemos para con los santos seres que nos acompañan en la vida. Esto incluye a las circunstancias y situaciones, además de los seres vivientes e inanimados de todo el universo. Esta deuda no es algo que debe generar un peso sobre tus hombros, o crear culpabilidad. No, pero sí que es algo que debes asumir, para poder desarrollar el menguado sentido de gratitud que muchas veces demuestras hacia la vida, tal como es.
Cada brisa de viento es un beso de tu Madre divina. Cada rayo de sol una caricia sobre tu piel. Las sombras que las montañas proyectan sobre los valles evocan al sol que se esconde tras ellas. Cada tintinar de las aguas frescas de los manantiales es música para el hijo de Dios. Cada parte de la creación es un aspecto del rostro del amor.
El retorno al amor que Dios es comienza cuando decides deliberadamente amar con pureza a la tierra y todo lo que forma parte de ella. Esto es lo mismo que decir, cuando decides amar lo que eres y tus circunstancias. ¿Crees que los animales, las plantas o los elementos no sienten tu amor? Te equivocas. Todo lo que te rodea es susceptible a la energía divina del amor, así como también del miedo.
Te aseguro que cada acto de desamor contamina al mundo, mucho más que miles de fábricas o sistemas de producción de los que surgen elementos tóxicos. En efecto, muchos de esos sistemas son una expresión del desamor y esa es la causa por la que contaminan.
No tiene sentido dedicarse a cambiar la superficie de una situación, si es que quieres cambiar el asunto en su totalidad. Detrás de la cuestión de la intoxicación que se puede ver en el planeta tierra yace el miedo y muy detrás de él, el amor que es negado.
¿Llenarías de toxinas la tierra impidiendo la vida de ciertos seres que, aunque invisibles a tus ojos, están ahí, sabiendo que ellos no son otra cosa que tus hijos? ¿No se te ha dicho en esta misma obra, que la maternidad divina es algo que compartes con aquella que te dio la existencia? Eres uno con la Madre de la vida.
Eres uno con la fuente de la creación. Por lo tanto, todo lo que existe procede de ti, en unión con Dios. No puede ser de otro modo. Quizá creas que esto no es verdad, pero eso no hace que lo que creas lo sea.
Comienza a ver en cada hoja de cada árbol a un hijo, pues eso es lo que son. Haz lo mismo con el viento, las aguas, el fuego, las luciérnagas en la noche, la luna y los guepardos, ellos también son tus creaciones.
Lo que en esta oportunidad se te está recordando, es que la creación no es algo ajeno a ti, no solo en cuanto a esencia, sino también en voluntad. Dios no creó todo lo que existe sin tu amoroso consentimiento. Todo ocurre dentro de la unidad, por lo tanto, el acto creativo es siempre universal. En la mente uno que Dios es, y en la cual existes, todo ocurre al unísono y en unión.
Fuiste tú quien, con Dios, creaste todo lo creado, y también cada aspecto de la creación lo hizo. Todo fue traído a la existencia, por medio de un grito de amor que exhaló el corazón de la Madre de la vida.
Que un aspecto de la vida tenga un tipo de consciencia y otro aspecto, otro tipo, no hace que una sea más ni menos que la otra. Que la cabeza pueda pensar por medio del cerebro no significa que el corazón no sea importante e incluso esencial para sostener la vida del cuerpo en armonía. Lo mismo ocurre con el pie o la mano. Todo forma parte de una totalidad. La vida no tiene secciones desconectadas.
¿Crees que cuando le cantas una canción de amor, desde las profundidades de tu corazón amante, a una rosa, ella no recibe las vibraciones de tu expresión de caridad? Te equivocas, nada de lo que piensas o haces es neutro. Nada.
Que no puedas ver la intrincada red de infinitas interconexiones, o relaciones que sostienen en perfecta unión a toda la creación, no quiere decir que no existan. Incluso que no sepas acerca de las leyes que las gobiernan en su totalidad, tampoco quiere decir que sean algo temible.
Se te está recordando en este momento que no existe un solo átomo, o elemento de la materia física, que no esté interconectado con todos los demás. Esto no es una novedad para muchos de vosotros. Pero lo que sí es lo es que comencéis a aceptar el hecho de que detrás de toda esa red infinita de infinitas interrelaciones, en la que todo lo que existe está unido entre sí, está el amor, dándole forma y vida a cada instante de vuestra existencia en el tiempo.
La red de la vida es la expresión de la energía del amor de Dios. En efecto, podríamos decir que la creación física no es otra cosa que el cuerpo de Cristo. Es Dios conociéndose a sí mismo, por medio de la expresión en la forma. O, dicho de otro modo, es el hijo de Dios salido del vientre de la Madre. Es el amor dando a luz al amor.
Un mensaje de la voz de Cristo a través de un coro de ángeles, en presencia del arcángel Rafael y el arcángel Gabriel
Si amas a algunos más que a otros, o si amas a ciertos aspectos de la creación de un modo diferente a como amas a otros, entonces no has comprendido qué es el amor.
Dios ama todas las cosas, porque todo ha surgido de él. No existe algo que no ame. Si bien se te ha enseñado que Dios no puede amar el pecado (y eso es verdad) debes comprender que ello no se debe a que no lo ame, sino al hecho de que sabe que no es real. Cristo no conoce sombra alguna de pecado. Este no conocer del Cristo de Dios es la garantía perfecta de tu retorno a la unidad.
Los que viven unidos al Cristo viviente que vive en ellos ya no ven pecados, porque saben que no existen realmente. Quizá sigan experimentando la repulsa instintiva que les produce todo lo que no está en armonía con la belleza y santidad del amor, pero eso no se debe a una falta de amor, sino al hecho de que el amor solo puede querer lo que es semejante a sí mismo. Amar es unir.
Una vez que decides retornar a la unidad con el Cristo que eres, solo vives unido a lo que es santo, bello y perfecto. Pero también reconoces que existen diferentes estados de consciencia y que, entre esos diferentes estados, se encuentra el estado de amnesia del ser. En ese estado, el cual también has compartido con tus hermanos y hermanas una vez, pueden imaginarse muchas cosas, incluso algunas que no tienen sentido. Sin embargo, nada de eso lo usas como excusa para no extender amor.
Ya has aprendido, por la revelación, que nada puede limitar al amor. También conoces quien es el amor que se extiende a través de ti, por sí mismo. Has aprendido lo suficiente como para hacerte a un lado y ubicar el lugar que te corresponde como canal de Dios.
Ahora sabes lo que significa perdonar, porque reconoces que el perdón consiste simplemente en dejar pasar todo lo que no es verdad. Así es como, a todo lo que procede del estado de amnesia (sea en ti o en tus hermanas y hermanos) lo dejas venir y también irse, como si fuera hojarasca que el viento trae y se lleva.
Aceptas lo que es, tal como es. Aceptas que lo temporal es temporal y, por ende, nace en el tiempo y en el tiempo muere. Aceptas esa realidad sin juzgarla, sin enojarte por ello, sin atacar a quienes temporalmente te acompañan en el viaje de la vida del tiempo, camino a la casa de la verdad. No te aferras a nada. No buscas dominar ni poseer, que es lo que significa aferrarse. Comienzas entonces a vivir sin miedo, sin miedo a las pérdidas, que es la base de todo miedo. Solo vives en el amor.
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