También en esta dirección del análisis, que es la que persigue en particular el espléndido cuarto ensayo “Mundo y objetividad”, parte el filósofo checo de que el concepto originario de mundo no coincide desde luego con el universo de los entes determinados y coleccionados, con el inventario del mobiliario de la realidad (como si la realidad hiciese motu proprio este recuento objetivo de sí). Más bien el mundo se revela al movimiento de la vida y se articula como el todo previo de sentido que ha abierto desde un inicio la integración de lo que hay, como la luz, sin fuente objetiva, que franquea el reconocimiento, la claridad, de los entes y de sus relaciones objetivas; este trasfondo unitario desde el cual, contra el cual, a la luz del cual las situaciones de la existencia humana tienen sentido y ser carece de una interioridad que, en analogía al hondón del yo concreto, fuera algo así como el alma global del mundo, pero no por ello deja de rechazar también toda objetivación, sea primaria, sea superior. El lector pensará que, a esta altura, en el proceso de una instancia inobjetiva a la otra, la meditación filosófica de Patočka no puede ya sino volverse crecientemente especulativa, si es que no mística. Y el lector se soprenderá entonces grandemente de que es el análisis de la sensibilidad, es decir, la cuestión de las vivencias ínfimas, vecinas de la subjetividad animal, el asunto que cobra en este límite el protagonismo temático e impulsa la indagación. Como si se tratara de una anticipación en dos décadas respecto de “la fenomenología material” de Michel Henry, Patočka ve en la capa hilética de la vida una dimensión anterior a la conciencia intencional de objetos y que, en este sentido, podría describirse también como ajena a la luz del mundo; en el calor y el frío, en el hambre, en el dolor, en los gozos de la carne, en la donación pasiva de todos los datos sensibles, la vida se toca a sí misma en el puro temblor preobjetivo de su sentirse afectada y concernida. Mas, justamente en contra del monismo de la autoafección del filósofo francés y en una mayor fidelidad a “la fenomenología clásica”, ni siquiera esa pasividad de los datos hiléticos depara una subjetividad que quede clausurada ontológicamente sobre sí misma, que subsista sin un posible “afuera”. La estructura primordial de lo hilético sugeriría una unidad originaria subjetivo-objetiva, que no siendo tampoco fusión indistinta ni atomismo neutral, apunta a “una consonancia simpatética” de la vida con el mundo. Esta participación primordial y pasiva del viviente “en la vida que nos excede” es un vínculo no disarmónico precisamente con el todo inobjetivo que trasciende a nuestro vivir inmanente.
Ya solo este mínimo recorrido por algunos hitos del texto da una idea de su poderoso aliento teórico. Esta consideración culminante de la hileticidad guarda una relación patente, claro está, con la comprensión posterior del primer movimiento de la existencia humana, con el anclaje afectivo en la alteridad y en el mundo natural. La descripción de la vida intencional en permanente ejecutividad y orientación al mundo evoca claramente el movimiento de autoafirmación de la existencia en el seno de la sociedad; ese largo derrotero que capacita y fortalece al yo a la vez que le lleva a desatender la inquietud por su propio ser. La doble tentativa sobre lo inobjetivo, en mí y en el mundo, puede contarse, a mi juicio, sin violencia hermenéutica, como el esbozo primero del tercer movimiento de la existencia, que se sondeará en términos de entrega, pregunta universal, trascendencia sin garantía. Y antes como después, en todo momento, Patočka sigue pensando con Husserl contra Heidegger y con Heidegger contra Husserl, por caminos que conducirían, en su caso, en parte con Fink, más allá de ambos. Mi mención anterior a Michel Henry recoge mi convencimiento de que Patočka pudo perfectamente situarse en la primera línea de la creación fenomenológica, en la “vanguardia” del movimiento fenomenológico, si se excusa la expresión prestada. Piénsese que tanto El ser y la nada como Fenomenología de la percepción, obras decisivas para la ontología fenomenológica de la corporalidad, datan de este mismo lapso temporal de la Segunda Guerra. Y en el cuarto ensayo o capítulo del volumen se advierte cómo el pensador checo era ya plenamente consciente de que la meditación fenomenológica fundamental requería de una reconstrucción original del fenómeno del cuerpo propio; encarnación radical de la vida subjetiva, que también encontrará sitio en la estructuras posteriores de los tres movimientos de la existencia. Al académico y filósofo Jan Patočka la circunstancia histórica le fue, sin embargo, terriblemente adversa; en adelante apenas encontraría algún año de calma para revisar despacio los manuscritos que crecían, para elevarlos al nivel último de su reflexión y darles la forma de obra conclusa. El drama de su país le convirtió de nuevo en “un Robinson que se pone a teorizar en un isla”, autodescripción que Ludger Hagedorn retocó agudamente en “un Robinson en el corazón de Europa”. Que a día de hoy un fenomenólogo francés de la escuela de Merleau-Ponty y con una voz tan renovadora como Renaud Barbaras pueda hallar en el filósofo de lo inobjetivable y de los movimientos de la existenica una inspiración capital para su propia obra, avala, en todo caso, la valoración que he sugerido.
No puedo acabar mi invitación a la lectura y estudio de estas páginas sin unas cordiales palabras de felicitación a Jorge Nicolás Lucero por su espléndido trabajo de edición. Él ha tomado ahora un relevo de Iván Ortega en el empeño por ya nunca traducir al filósofo más que directamente de su lengua checa, ha antepuesto un muy amplio estudio introductorio que abarca todo el pensamiento de Patočka, ha añadido una útil cronología de la vida del filósofo checo –no había muchas disponibles en castellano–, y con todo ello ha sentado otra base, sólida y atractiva, para que la comunidad fenomenológica en lengua española no demore la toma en consideración de las contribuciones de la fenomenología asubjetiva.
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