Javed Khan - Hechizo tártaro
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Pero había un problema aún más acuciante. ¡Alimentarse!
Había una pequeña cafetería que abría sus puertas a las ocho de la mañana, que solo servía café y algunos bollos, la cola se formaba a las siete de la mañana. Pero, a las ocho y media se habían acabado las provisiones. Eloy, hombre de recursos, localizó a unos sudamericanos y les propuso un trato, ellos harían cola y él les pagaría la comida. ¡Y funcionó! Aunque parcialmente. Esto y la Berioska, tienda solo para extranjeros, les permitió a los cuatro sobrevivir a las 72 horas de caos, aunque fuera a base de cerveza y chocolate.
Mientras tanto, los rumores se propagaban, unos decían:
—Ha habido un golpe de Estado.
Otro anunciaba que Aeroflot se había declarado en huelga.
El de más allá decía que había habido un accidente, que un avión se había estrellado.
Al final, la verdad salió a la luz. ¡No había queroseno!
Eloy y sus compañeros no sabían qué hacer, el dilema era: Seguir y esperar que el orden se restableciera o liarse el petate a la cabeza, volver a España y olvidarse de todo.
Estaban enfrascados en esa disyuntiva cuando anunciaron un vuelo. El revuelo que organizó este anuncio provocó una estampida hacia el mostrador donde estaba la azafata que estuvo a punto de provocar una tragedia.
Otra vez la desilusión, la palabra mágica no se oía: ¡UFÁ!
Juan, uno de los compañeros de Eloy, se acercó y le susurró al oído: «Hay un tipo extranjero, creo que alemán, que habla ruso y también viaja a Ufá».
Eloy con su experiencia supo enseguida que no se tenía que separar de ese hombre y acompañarle, aunque fuese a orinar.
Y de pronto alguien gritó la palabra mágica: «¡Ufá!».
Y allí estaba el alemán que, elevándose, con su estatura, por encima de todos, alargó su billete con su pasaporte y un billete de 20 dólares en su interior. Inmediatamente consiguió su tarjeta de embarque. Las siguientes fueron para Eloy y sus compañeros.
Aeroflot era en aquellas fechas mucho peor que una compañía del Tercer Mundo, era incalificable. Los respaldos de los asientos se caían, la alfombra del pasillo estaba levantada y el olor a sucio y podrido era inaguantable. Y aún les esperaba otra sorpresa a la llegada.
Al aterrizar y cuando aún estaban desabrochándose los cinturones de seguridad, vieron que los primeros en abandonar el avión eran los miembros de la tripulación. Eloy y sus compañeros se quedaron aturdidos y confusos y a punto de entrar en pánico pues se imaginaban lo peor. Todo fue una falsa alarma; al parecer, este proceder era norma habitual del personal de Aeroflot.
Los problemas continuaban, el personal que se había desplazado para recibirles desde Sterlitamak (1), la ciudad de destino final, ante la escasez de noticias había decidido regresar. Eso sí, se habían preocupado de que, al llegar, si llegaban, los alojaran en una habitación y avisaran a Sterlitamak de su llegada. Así que se vieron confinados en un lúgubre recinto del aeropuerto. Cuando preguntaron si había algún sitio donde tomar café la contestación fue «Net». Siempre se repetía la misma respuesta «Net». Tampoco había agua para beber, ni lavabo donde refrescarse.
El cansancio los venció y quedaron semi adormilados, durante un tiempo que no supieron calcular, en los vetustos sillones.
Eloy estaba profundamente dormido cuando en sueños escuchó una voz dulce y melodiosa que le susurraba: «Señor, despierte, ¿está bien?, nos tenemos que marchar». Lentamente abrió los ojos y allí ante él estaba una especie de ángel. Eloy pensó que estaba soñando. Veía ante sí el rostro de una joven que tenía una sonrisa resplandeciente. Se presentó, en un español más que aceptable, diciendo:
«Me llamo Aliyá y soy su intérprete».
La joven tenía una piel blanquísima, ojos de un color verde turquesa, pelo de color castaño claro y pómulos salientes, que denotaban su origen tártaro, labios finos y delicados, pero sobre todo destacaba su sonrisa, natural y sin afección. Cuando Eloy se levantó pudo contemplar que era bastante alta, tanto o más que él, que medía 1,70 m. Estaba bien formada, pechos un poco pequeños, piernas largas y caderas anchas.
Después de tantas vicisitudes esta aparición le pareció la de un ángel custodio. De inmediato se sintió atraído por ella.
El matrimonio de Eloy había naufragado hacía muchos años, aunque seguía con su familia, principalmente porque sabía que un divorcio perjudicaría el futuro de sus hijos; les había mostrado un camino que habían empezado a recorrer y ahora no les podía decir que regresaran al punto de partida.
Su estado anímico le hacía vulnerable ante apariciones de ese tipo. Pero al mismo tiempo no se hacía ilusiones debido a la gran diferencia de edad, calculaba que sería de más de 20 años. Así que se limitó a soñar.
Los 127 km que separan Ufá de Sterlitamak se le pasaron volando, escuchaba embelesado la voz de Aliyá explicando los pueblos por los que discurría la carretera. Esta era angosta, mal asfaltada y peligrosa, atravesaba entre las casas de los pueblos y los rebaños de vacas y cabras cruzaban la carretera o se estacionaban en ella. Se podía apreciar la pobreza y la miseria, casas en mal estado. Sin embargo, los huertos y campos estaban bien cuidados, la tierra parecía muy fértil, de un color negruzco muy rica en nutriente procedentes de la descomposición de fósiles o de las hojas caídas de los árboles y con gran capacidad para retener el agua de lluvia.
A la llegada a la ciudad los hospedaron en la «guest house» de la empresa en la que iban a montar la planta de producción de Linóleum. Las habitaciones que les asignaron eran amplias, pero sucintamente amuebladas, el mobiliario consistía en un catre, estrecho y duro, y una mesita con un par de sillas y un cuarto de aseo pequeño, con lavabo, váter y ducha. Pero eran confortables y estaban limpias.
Solo había una nota molesta. La «guest house» estaba dividida en dos secciones: una para los visitantes rusos y otra para los extranjeros. Había una línea divisoria, invisible, pero presente. Algunas secuelas de la paranoia soviética aún persistían.
Al siguiente día los trasladaron a las instalaciones del complejo petroquímico. Kaustic (2). Este complejo petroquímico era la empresa más grande de Sterlitamak; pero sus instalaciones, fruto de la dejadez, escasez de medios y la corrupción estaban en pésimas condiciones. Las puertas de las distintas naves estaban descolgadas, no se podían cerrar, las tuberías de vapor estaban oxidadas y sin aislamiento, las estructuras metálicas oxidadas y desvencijadas y los arcenes de las carreteras internas del complejo estaban cubiertos de maleza, alta y seca como yesca esperando ser prendida por el fuego.
Así en este estado de cosas empezaron su cometido. La tarea era ardua pues al desinterés y a la escasa atención que ponían los operarios rusos asignados al trabajo se unía la falta de herramientas. Si solicitaban una llave inglesa un operario tenía que ir al almacén central a solicitarla y solo regresaba al día siguiente.
Pero el equipo estaba unido y se las arreglaba para sobrellevar los problemas. A las once se reunían para tomar café y allí Aliyá era la anfitriona perfecta, preparaba el té con suma delicadeza y amabilidad y se lo servía a cada uno regalándole una espléndida sonrisa. Era como una especie de hada madrina entre tanta hosquedad y modos poco refinados del personal ruso. Eran buena gente, pero un poco asilvestrados. Después del trabajo y para hacer más llevadera la monotonía y suavizar la tensión acumulada se reunían todos en el saloncito adyacente al comedor y organizaban una especie de aperitivo. Habían ido cargados desde España con dos maletas llenas de vituallas. Chorizos, jamón, frutos secos, aceitunas y hasta unas botellas de vino. Que a decir verdad duraron poco, pero conseguían que les suministraran de la Berioska de UFÄ cervezas. El vodka era local y se dejaba beber. Esto compensaba algo la cena que solía ser una salsa de verduras donde flotaba alguna que otra patata. Eloy, que era de mal comer, perdió ocho kilos en los primeros quince días.
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