Khalil Gibran - El loco

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"Me preguntas cómo me volví loco. Ocurrió así…" Kahlil Gibran abre con esta frase una serie de cuentos, bellos y tristes, acerca de las ideas de una persona que, ante los ojos juzgones de la normalidad, está loco.

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El loco

El loco 1918 Khalil Gibran Editorial Cõ Leemos Contigo Editorial SAS de - фото 1

El loco (1918) Khalil Gibran

Editorial Cõ

Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.

edicion@editorialco.com

Edición: Diciembre 2021

Imagen de portada: Rawpixel

Traducción: Benito Romero

Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

Me preguntas cómo...

Me preguntas cómo me volví loco. Ocurrió así:

Un día, mucho antes de que los dioses habitaran el universo, desperté de un profundo sueño para descubrir que se habían robado mis máscaras, las siete máscaras que había creado y usado en siete vidas.

Hui sin máscara por las atiborradas calles, gritando: “¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!”.

Hombres y mujeres se burlaban de mí, señalándome; y otros corrieron a sus casas, temerosos de mis gritos.

Y cuando llegué a la plaza del mercado, un muchacho de pie, sobre el techo de una casa, gritó: “¡Es un loco!”.

Alcé la vista para mirarlo y por primera vez el sol besó mi rostro expuesto y mi alma se infló de amor por el sol, y ya no deseé tener más mis máscaras. En éxtasis grité: “¡Benditos, benditos sean los ladrones que se han llevado mis máscaras!”.

Así fue como me volví loco.

Y he hallado libertad y salvación en mi locura; la libertad de estar solo, y a salvo de ser comprendido, porque aquellos que nos comprenden nos esclavizan.

Dios

En tiempos muy antiguos, cuando el primer estremecimiento del lenguaje llegaba a mis labios, subí a la montaña sagrada y le dije a Dios: “Señor, yo soy tu siervo. Tu voluntad es mi ley y te obedeceré eternamente”.

Pero Dios no respondió, y se alejó de mí como una poderosa tempestad.

Y, después de mil años, ascendí a la montaña sagrada y, de nuevo, le dije a Dios: “Creador, yo soy tu creación. Del barro me formaste y a ti debo cuanto soy”.

Pero Dios no respondió, y se alejó de mí como un millón de alas veloces.

Y, después de mil años, trepé a la montaña sagrada, y hablé con Dios otra vez, diciendo: “Padre, yo soy tu hijo. Con compasión y amor me diste nacimiento, y mediante mi amor y devoción heredaré tu reino”.

Pero Dios no respondió, y se esfumó de mí como la niebla que cubre las montañas lejanas.

Y, después de mil años, escalé a la montaña sagrada y, de nuevo, le dije a Dios: “mi Dios, mi objetivo y mi realización; yo soy tu ayer y Tú eres mi mañana. Soy tu raíz en la tierra y Tú eres mi flor en el cielo, juntos crecemos ante la faz del sol”.

Entonces Dios se inclinó hacia mí, y murmuró en mis oídos palabras de dulzura; y así, como el mar acoge al arroyuelo que corre a su encuentro, Él me recibió.

Y cuando bajé a los valles y planicies, allí también estaba Dios.

Amigo mío

Amigo mío, no soy lo que parezco. Mi apariencia no es más que el traje que me cubre, un traje cuidadosamente tejido que me protege de tu curiosidad, y a ti de mi negligencia.

El yo que hay en mí, amigo mío, habita en una casa de silencio, y en ella vivirá para siempre inadvertido, inaccesible.

No quiero hacerte creer en lo que digo ni que confíes en lo que hago; porque mis palabras no son sino tus propios pensamientos transformados en sonido, y mis acciones tus propias esperanzas convertidas en movimiento.

Cuando tú dices: “el viento sopla hacia el Este”, yo digo: “sí, sopla hacia el Este”; porque no quisiera hacerte saber que mi mente no medita sobre el viento, sino sobre el mar.

Tú no puedes comprender mis pensamientos marinos, ni yo quisiera obligarte a entender a ti. Preferiría estar solo con el mar.

Cuando es de día para ti, amigo mío, es de noche para mí; sin embargo, incluso así, hablo del mediodía que danza sobre las colinas y de la sombra escarlata que se abre paso sigilosamente por el valle; porque tú no puedes oír los cantos de mi oscuridad ni ver mis alas golpear contra los astros. Yo no quisiera dejarte oír ni ver. Preferiría estar a solas con la noche.

Cuando tú asciendes a tu Cielo, yo desciendo a mi Infierno. Incluso entonces tú me llamas a través del infranqueable abismo: “compañero, mi camarada”, y yo te respondo: “camarada, mi compañero”, porque no quisiera que vieras mi Infierno. La llama quemaría tus ojos y el humo inflamaría tu nariz. Y amo demasiado mi Infierno como para que tú lo visites. Preferiría estar solo en el Infierno.

Tú amas la verdad, la belleza y la justicia; y yo por ti digo que es bueno y apropiado amar esas cosas. Pero en mi corazón me río de tu amor. Pero no me gustaría que vieras mi risa. Preferiría reírme solo.

Amigo mío, tú eres bueno, cauto y prudente; más aún, eres perfecto, y yo también hablo contigo sabia y cautelosamente. Y, sin embargo, estoy loco. Pero encubro mi locura. Prefiero ser loco solo.

Amigo mío, tú no eres mi amigo, pero ¿cómo hacértelo comprender? Mi camino no es tu camino, sin embargo, caminamos juntos, con las manos unidas.

El espantapájaros

Una vez dije a un espantapájaros:

—Debes estar cansado de pasarte la vida en este campo solitario.

Y él me respondió:

—El placer de espantar es algo tan profundo y duradero que jamás me canso.

Después de reflexionar un poco, le dije:

—Es verdad, porque yo también conocí ese gozo.

Y él me respondió:

—Sólo pueden conocerlo aquellos que están rellenos de paja. Entonces me marché, sin saber si me había elogiado o insultado. Pasó un año durante el cual el espantapájaros se convirtió en filósofo.

Y cuando volví a pasar cerca de él, vi dos cuervos construyendo un nido debajo de su sombrero.

Las sonámbulas

En la ciudad donde nací vivían una mujer y su hija. Las dos eran sonámbulas.

Una noche, mientras el silencio envolvía al mundo, la mujer y la hija, caminando dormidas, se encontraron en su jardín, velado por la niebla.

Habló la madre, y dijo:

—¡Al fin, al fin, mi enemiga! Aquella por quien fue destruida mi juventud, aquella que edificó su vida sobre las ruinas de la mía. ¡Ojalá pudiera matarla!

Habló la hija y dijo:

—¡Oh, mujer odiosa, vieja y egoísta, que se antepone entre mi libertad y yo! ¡Que quisiera transformar mi vida en un eco de su vida ya marchita! ¡Ojalá estuviera muerta!

En ese instante cantó un gallo, y ambas mujeres despertaron. La madre preguntó:

—¿Eres tú, querida?

Y la hija respondió afectuosamente: —Sí, madre.

El perro sabio

Cierto día un perro sabio pasó cerca de un grupo de gatos.

Al aproximarse y ver que estaban muy entretenidos y no se habían dado cuenta de su presencia, se detuvo.

En ese momento un gato grande y serio se levantó, miró a los demás, y dijo:

—Oren, hermanos; y cuando hayan rezado y vuelto a rezar, y ya no tengan dudas, entonces, en verdad, lloverán ratas.

El perro, al oír estas palabras, se rio en su corazón y se alejó diciendo:

—¡Ah, gatos ciegos y locos! ¿Acaso no está escrito y no lo he sabido yo, y mis antepasados antes de mí, que lo que llueve a fuerza de oraciones, fe y súplicas, no son ratas sino huesos?

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