1 ...6 7 8 10 11 12 ...16 Si lo que eres no puede cambiar, y eso solo aplica a lo que eres en verdad, entonces, ¿dónde hay espacio para el miedo? Recuerda que todo miedo es miedo a no ser. De ahí la importancia de que entiendas con perfecta claridad, no solo con tu mente sino con tu corazón, ambos unidos en la verdad, qué cosa eres.
Una vez que amas lo que eres, es decir que amas a Cristo, entonces dejas de temer por la sencilla razón de que, una vez que te unes al amor que tu ser es y permaneces en él, dejas de tener miedo a perder el amor, fuente de todo temor. Si no puedes perderte a ti mismo nunca más, entonces qué pérdida real puedes experimentar. ¿Qué batalla puede llegar hasta el reino donde solamente reina la paz inquebrantable del creador de lo santo, lo bello y lo perfecto, y en el que nada que no sea él mismo puede existir? ¿Qué temor puede estar justificado una vez que vives dentro de la fortaleza del espíritu de Dios, cuya altura es tal que nada que no sea verdad puede alcanzarla?
Los iluminados, es decir, los que se aman a sí mismos a la manera de Dios y por ello aman todo lo que existe y es, no le temen a la verdad, sea la que sea y se manifieste como se manifieste. Esta aseveración es esencial para el camino que desde ahora en más recorrerás en armonía con la voluntad del Padre. La mentira es la base del ego, así como la verdad es el fundamento de la vida eterna. Por eso es que es tan importante que observes tu mente y corazón y te asegures de que jamás te descubras en nada que no sea verdad. Mentir no es propio del amor. Decir la verdad y nada más que la verdad en todo momento, lugar y circunstancia en que está es llamada a ser dicha dentro del abrazo del amor, es lo propio de los que ya no viven identificados con la ilusión.
No pocas veces los iluminados pueden parecer desalmados, pero no lo son. Viven en el corazón y su mente está unida a la verdad, por lo tanto han abandonado la locura, si es que han estado en ella alguna vez. No caen en la sensiblería del ego que se presenta como sensible cuando es puro juego de emociones desconectadas de la verdad. No lloran por lo que no tiene sentido llorar. No ríen por aquello que no le causa ninguna gracia a la santidad, desde donde toda gracia procede. Son reales. No actúan. Viven pensando en Dios.
El camino de ser Cristo ahora y siempre es en realidad el camino de la verdad en la que fuiste creado. Una vez que reconoces esto, no con el intelecto, sino en espíritu y verdad, no puedes desear nada que esté por debajo de Dios. Lo alto no convive con lo bajo, del mismo modo en que el cielo no toca lo que está debajo del mar. De tal manera que los iluminados son quienes han aprendido a vivir con los pies en la tierra y los ojos en el cielo. No se contaminan porque viven en la pureza eterna de su ser. De sus bocas solo salen palabras de vida eterna. De sus obras, frutos de santidad. No buscan agradar porque saben que eso es imposible. Solo son la expresión viva de Dios.
Ser el Cristo que siempre has sido no es algo que pueda cambiar porque estés en la tierra o en cualquier otra dimensión de la creación. De tal modo que lo que aquí se busca es ser conscientes de lo que eres, no tanto de lo que eres propiamente dicho, pues no puedes dejar de ser lo que Dios ha dispuesto que seas. Tal como ya sabes, ser no es lo mismo que aceptar lo que eres y vivir en armonía con ello. Tomar consciencia del ser crístico que eres y permitirle a lo que eres en verdad expresarse, es a lo único que debería llamarse el arte de vivir.
¿Lo que Dios es, deja de ser porque tenga que serlo en el tiempo? ¿Acaso Dios solo es verdad en el reino de la eternidad? ¿Acaso la verdad puede dejar de ser lo que es simplemente porque tenga que formar parte de la materia y el espacio?
Hermanas y hermanos de todos los tiempos. La dimensión espaciotemporal de la creación no es un obstáculo para la verdad. Nada lo es. Por lo tanto, ya no vayáis por el mundo pensando en que, porque en el pasado no hallasteis dentro de él al amor que buscabas, el amor no existía. Tampoco penséis que, porque la dicha sin fin no parece habitar en ella, no habite en vosotros. Ahora habéis despertado al amor. Ya no sois lo que un día fuisteis. Yo hice de vosotros algo nuevo. No necesitáis seguir lamentándoos por un pasado que no está aquí ni volverá a hacer acto de presencia si no lo deseáis.
El tiempo en que eras gobernado por las fuerzas del cuerpo quedó atrás. Ahora eres tú el que señorea todo lo que forma parte de ti. Sabes que, si no gobiernas tú, entonces el cuerpo lo hará. Eso es lo que había ocurrido en el pasado. Pero ahora has reivindicado tu poder y tu gloria y el movimiento de tu espíritu ha dado vida a una nueva creación en ti. Un nuevo ser. Una nueva realidad, fundamentada en el amor.
Nada puede atacar lo que eres en verdad. Nada puede herir lo que eres por disposición divina. Nada puede contaminar tu santidad. Tu inocencia ha quedado tan resguardada de todo lo que le es ajeno que nunca jamás pudo ni podrá ser mancillada. Eres la virgen, el santo, el redentor y el redimido. Eres la dulzura del amor. No necesitas que otros te lo digan. Lo sabes. No es necesario demostrárselo a nadie. Simplemente lo sabes y descansas en ese saber sagrado todos los días de tu vida.
Un mensaje de Jesús, identificándose a sí mismo como “el Cristo viviente que vive en ti”
¡Hijo del viento! ¡Hermano del fuego del amor! ¡Qué dicha es tener certeza! ¡Qué alegría es vivir en la verdad!
Ahora el firmamento de tu mente santa está despejado y tú descansas en la eterna paz del Cristo que eres. La paz ha llegado. Finalmente ha llegado.
¡Oh, alegría eterna, júbilo sin igual, gozo de las almas redimidas! Qué dulces son los panoramas del mundo cuando se los mira a través de los ojos del amor. Qué hermosura es cada cosa contemplada cuando es vista con el espíritu y envuelta en el abrazo del amor.
¡Oh, santo Dios, Padre eterno! Qué grandes son tus obras. Todo lo haces bien. Has regalado al hombre la gracia de la divinidad. Has hecho que pueda retornar al amor sin perjuicio de su libertad. Tú, que eres paciente como ninguno y amoroso como no hay otro igual, acepta esta oración que brota de nuestros corazones unidos en espíritu y verdad. Corazones en los que residen todos los que anhelan la paz de todo corazón.
¡Oh, santos desconocidos para el mundo, pero conocidos desde toda la eternidad por mí y por mi padre que está en el cielo! Tenéis muchos motivos para celebrar. Despertad a la alegría de Dios. Vivid conscientemente cada día de vuestras vidas en la dicha del cielo que sois. Cada brizna de viento, cada copo de nieve y cada mirada inocente os hablará de mí. Soy el amor incansable.
¡Humanidad amada!
Hace ya más de dos mil años que te llamo. Antes de eso te he llamado por medio de los profetas. Desde que el tiempo comenzó a rodar como una rueda que al estar suelta de su motor va girando como loca hasta dejar de andar, te he buscado por todos los rincones del mundo. Me he convertido en anhelo de amor para que no te olvides de mí. Me hice presente en la belleza de las aves del cielo y los lirios del campo. He suspirado por ti en cada instante de tu vida.
He llorado cuando me dabas vuelta tu rostro y he reído contigo cuando clavábamos juntos los ojos en el cielo, sumergidos en un éxtasis de contemplación, dentro del abrazo de mi sagrado corazón. Te he levantado cuando estabas caída, acunado cuando tu fe desfallecía y tus fuerzas se debilitaban. He blandido la vela de la luz de mi amor cada vez que te sentías abatida, y la confusión se apoderaba de ti. Te he amado. Te he instruido. Te he creado. Te estoy amando, te estoy instruyendo, te estoy creando; por siempre en mi amor.
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