La humildad, prudencia y simplicidad son las características centrales de los ángeles, y su mayor alegría es servir. Servir a Dios, sirviendo a toda la creación. Aman a los seres humanos, animales, plantas, piedras, elementos y todos los aspectos materiales e inmateriales de la creación, con un amor y ternura que, cuando se experimenta, es capaz de derretir incluso el corazón más duro. Estoy convencido de que la dureza del corazón procede muchas veces de una falta de experiencia de amor perfecto. Si cada uno de nosotros conociera el amor de Dios, no solamente lloraríamos de felicidad, sino que nos haríamos uno con el amor, y de nosotros brotaría solo amor.
Si bien la belleza y la magnanimidad de las visiones angélicas son inefables, estas son solo un pálido destello en comparación con la magnificencia, grandeza y cualidad inefable de Jesús y María. Nada en el universo se parece a lo que son sus corazones en términos de su realidad indescriptible.
El corazón de Jesús y María son la belleza eterna. Son la hermosura que no puede ser nombrada. Son Dios mismo hecho hombre y mujer. Son la alegría de los ángeles y la veneración de la creación. De ellos brota toda armonía, grandeza y santidad.
Las miradas de Jesús y María derriten todo el universo, por la ternura y el amor que irradian. Sus sonrisas son la pureza en sí misma y de ahí es que brota su hermosura. En su presencia, el alma queda fascinada en un éxtasis de veneración y contemplación que la deja muda. El alma se queda sin palabras y exhala un gemido de alegría que dice algo así, como un “¡ah!”.
Personalmente creo que el cielo consiste en tener la alegría de contemplar eternamente las miradas y sonrisas de Jesús y María.
Espero que se sepa entender algo de lo que intento decir al intentar describir lo indescriptible. Solo digo lo que veo, experimento y escucho. Solo digo que el cielo existe, que Dios existe y que es amor.
Esto es lo que me es dado a ver, oír y entender.
Con amor en Cristo,
Sebastián Blaksley, un alma enamorada
Buenos Aires, Argentina, enero de 2019
Tal como ha sido transmitido por la voz de la conciencia de Cristo, el mensaje central de la obra, es el siguiente:
«Ha llegado el tiempo de la relación directa con Dios, una relación sin intermediarios, tal como lo era en el origen del tiempo».
En la relación directa con Dios es donde se alcanza la plenitud del ser y, por ende, la plenitud del amor. Esto se debe a que es en Dios donde eres tal como él te creó para ser. Es en la relación directa entre el creado y su creador donde el ser se conoce a sí mismo en la verdad de lo que es. Conocerse a sí mismo, tal como Dios lo conoce, es un anhelo inherente del ser, porque ser y conocer son en verdad uno y lo mismo.
Dado que el amor es relación, puesto que es unión, el amor divino solo puede conocerse en la relación con lo divino, es decir, con Dios. Dicho llanamente, conocerse a uno mismo en la relación directa con Dios es conocer a Dios, fin último de todo ser. Conocer a Dios es tu meta y tu destino.
En la relación directa con Dios es donde descubres, por medio de la revelación, la verdad de lo que eres: el Cristo viviente que vive en ti. Vivir en armonía con este descubrimiento es lo que significa retornar al amor.
Un canto expresado por la voz del amado para su amada. La voz de Cristo para un alma enamorada.
Alma bendita del Padre. Dulzura de mi corazón divino y amante. Belleza de la creación. ¡Qué dulce es tu mirada! ¡Qué grande tu pureza!
Dime, alma iluminada, deleite de mi ser.
¿A dónde va el viento cuando sopla? ¿Qué cosa hace que se mueva?
¿De dónde surgen los tulipanes?
¿Quién hace cantar a las aves del cielo?
¿Dónde nace la luz?
¿Quién le ha regalado la belleza al sol?
¿Dónde mora el amor?
Hija del viento y de la luz. Amada de Dios. Mi corazón canta jubilosamente al estar contigo. Unidos somos, la luz del mundo. En nuestro amor reside la fuente de la vida, porque todo lo he creado para ti. Todo te pertenece porque todo es mío.
Te he dado la vida. Te he dado un corazón. Te he regalado la belleza de los mares. He creado la luz para tu gozo y las estrellas para tu alegría. Todo lo he hecho para ti. Todo lo que ven tus ojos y más allá, es regalo sagrado de mi amor por ti, destello de mi ser santo para mi amada.
Cuán bella es nuestra historia de amor. Cuán eterna. Cuán inacabada e inacabable. Nadie podrá escribirla jamás, porque lo que ocurre dentro del recinto sagrado de nuestra unión no puede ser visto ni oído por nada ni nadie, salvo por ti y por mí.
¡Oh, divina intimidad del alma enamorada, fuente de creación perfecta, origen de la vida!
¡Oh, amor santo, relación divina! De ti surge toda luz, cada manantial brota de tus entrañas. Hacia ti va el viento y vuelan las aves. Hacia ti se dirige todo el universo. De ti proceden las aguas del rocío que embeben la tierra y a ti regresan.
¡Oh, divina unión! Quién podrá expresar tu hermosura. Quién tu sabiduría. Eres la fuente de la vida, la razón de la existencia.
¡Oh, relación divina! Morada del amor. Casa de la verdad. Reino de los cielos. En ti, los ángeles se regocijan y las almas cantan unidas un cántico de amor perfecto.
Bendito aquel que ha llegado hasta aquí, pues ha entrado a la morada de Dios.
Un mensaje del arcángel Rafael
Amado niño. Es este un encuentro santo entre el cielo y la tierra. Estamos aquí unidos a ti y a todo lo hermoso, lo real y lo sagrado. Hemos venido revestidos de luz, desplegando las alas de la libertad. Lo hacemos por medio de esta expresión de puro amor y divina verdad que juntos creamos por amor a la humanidad y a Dios.
Venimos en la eternidad que somos. Venimos de todo lugar y de todo tiempo porque pertenecemos a la esfera divina, la cual lo abarca todo.
Somos multitud y singularidad. Somos tus amigos del alma por y desde siempre. En el cielo de tu mente santa y en el paraíso de tu corazón residen la consciencia de lo que Dios es, y con ello del reino donde habita su espíritu de sabiduría.
Lo que tienes en el reino forma parte de tu ser, por lo tanto, lo que eres y lo que tienes son uno y lo mismo. Esa es la razón por la que una y otra vez se te ha dicho que eres el cielo. Su realidad es vista por la consciencia de Cristo, la cual le da existencia, en el sentido en que hace que sea conocida por sí misma. Recuerda que la consciencia es lo que hace que el ser se percate de su propia realidad, de tal modo que es lo que lo hace conocido para sí mismo.
Una nueva luz brilla en la tierra. Un nuevo canto se entona en el cielo. Una canción de amor santo se escucha en todos los rincones del universo. Cantan las aves. Danzan las aguas. Se alegran los corazones puros. Un nuevo amor ha nacido de nuestra unión.
¡Amado de los ángeles del cielo! ¡Pureza de Dios hecha humanidad! Nosotros, tus hermanos creados desde siempre para servir al altísimo, te amamos con un amor angélico, un amor que no tiene principio ni fin, el amor de la santísima trinidad.
Nos queman las ansias de incendiarte en el fuego santo del conocimiento de Dios. Somos llama de amor vivo. Nos unimos a tu luz y, unidos, nos fundimos en una nueva luminiscencia, cuyo fulgor procede de la fuente de toda luz, tal como del sol procede el tenue resplandor de la luna.
¡Oh, amado mío! ¡Amado de todo lo que es verdad! Milagro viviente del creador. Se nos hace imposible la sola idea de existir sin ti. Sabemos, porque lo sabe nuestros corazones, que el cielo no sería cielo sin tu presencia. Si no hubieras hecho la opción por el amor, la creación habría quedado teñida de un color un poquito oscuro, el cual el Padre no ha creado y no forma parte de su paleta de colores santos.
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