Jack Benton - El Encargado De Los Juegos
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—No lo hacen. Ya no. Que no haya mucha gente por aquí no significa que haya habido muchas muertes. Den fue uno de los más recientes y ya han pasado seis años desde su entierro.
—¿Dónde está?
—Ya lo verá.
El camino rodeaba la parte trasera de la iglesia y luego se dividía subiendo un pequeño altozano hacia una hilera de árboles que lo separaba de un segundo cementerio adyacente que parecía un pequeño campo añadido para hacer frente al desbordamiento. Slim trató de ver más allá de Croad hacia dónde iba el camino. Solo pudo suponer que giraría a la derecha pasado el cementerio a una pequeña propiedad al otro lado, aunque no podía ver nada, salvo más campo.
—¿No hay una forma más rápida de atravesarlo? —preguntó Croad—. Parece bastante descuidado.
—No vamos a atravesarlo —dijo Croad—. Vamos allí precisamente.
Pasó a través de la hilera de árboles. El cementerio secundario era después de todo un campo. Había una hilera de nuevas tumbas cerca de los árboles, pero el resto del campo estaba sin cuidar. El camino acababa un par de metros más allá, enterrado por la hierba.
—Cuidado con eso —dijo Croad, mientras Slim casi tropieza con un cable eléctrico oculto entre la hierba—. Uno de los fariseos locales del pueblo lo electrificó.
Slim frunció el ceño, con varias preguntas en la punta de la lengua, pero Croad siguió adelante. Slim, deseando haberse puesto pantalones impermeables, eligió con más cuidado su camino al seguirlo.
Unos pasos más Adelante, Croad se detuvo.
—Aquí estamos —dijo—. Huele como si estuviera cocinando. Eso significa que está en casa.
Slim observó. El campo descendía hacia un pequeño arroyo. A medio camino, aparecía una pequeña lona verde sobre la hierba, apoyada en unos postes desordenados, algunos de los cuales habían rasgado el plástico y habían sido reparados con cinta americana. A medida que se acercaba, Slim vio una pieza de madera vieja todavía con clavos curvos y oxidados, mientras que otra era en realidad parte de una rama baja de un árbol que se levantaba y bajaba con el susurro del viento.
Croad se detuvo más adelante. Se volvió a Slim con una sonrisa desdentada en su cara.
—¿Está listo para esto? —preguntó.
—¿Para qué?
—¿No ha sido militar? Bueno esté listo para ponerse a cubierto. Las bombas están a punto de empezar a caer.
Slim miró involuntariamente al cielo. Croad dio un paso adelante y sacudió el borde de la lona. Esta crujió y cayeron varios puñados de hojas acumuladas.
—¿Shelly? ¿Estás ahí? Soy Croad. He traído a alguien que quiere preguntarte por Den.
Desde el interior les llegó un sonido similar al de alguien caminando sobre papel seco de periódico. Una esquina de la lona se abrió para mostrar una cara anciana y salvaje enmarcado por un pelo ensortijados de un color rubio gris que salía de una bandana azul. Entornaba lo ojos y fruncía los labios con un gruñido salvaje. Siseando, chasqueó la lengua hacia Slim y luego le mostró un palo. Dio un paso atrás, levantando la mano.
—Venimos en son de paz —dijo Croad—-. Este es Mr. Hardy. Quiere preguntarte por Den. Un antiguo amigo de la escuela, ¿verdad?
Slim no se esforzó por contestar. Shelly le dirigió sus gruñidos, con mugre en sus mejillas agrietadas y despellejadas. Frunció los labios, como si quisiera mandarle un beso y luego escupió una flema que cayó cerca de los zapatos de Slim.
—Salid de aquí —les dijo, con una voz ronca y chirriante, señal de su abuso del tabaco o del alcohol, o de ambos.
—Busco a Dennis Sharp —dijo Slim.
Shelly miró detrás de sí, como si buscara algo que arrojarle.
—Hay gente loca que cree que Den sigue vivo —dijo Croad—. Muéstraselo, Shelly, para que me deje en paz.
—Sal de mi maldito porche, sabandija —le escupió a Croad, haciendo que este diera otro paso atrás—. Solía gustarme tu mirada, pero te has convertido en un esbirro de Ozgood desde hace tanto tiempo que la veo llena de…
—Puedo volver en otro momento —dijo Slim.
Shelly gruñó y le tiró algo. Le dio en el muslo y rebotó. Slim frunció el ceño. Un muñeco artesanal, sucio y arañado como si alguien lo hubiera arrastrado con el pie por cemento. Su cabeza hecha con cable tenía pequeñas depresiones y quedaban restos de pegamento en los ojos que le habían sacado, mientras que su boca estaba cubierta por cinta adhesiva. Frunciendo el ceño, Croad levantó un pie y la pateó hacia la hierba.
—Solo enséñaselo, Shelly —dijo el viejo—. Déjale que lo vea.
Shelly lanzó una retahíla de juramentos a Croad, pero dio un pequeño paso atrás y dio un pequeño empujón a algo oculto bajo el toldo con un zapato sucio y desgastado.
Una pequeña cruz de madera.
—Mi chico está ahí —dijo—. Aquí conmigo, como debe ser. Donde nadie más pueda hacerle daño. Ahora iros y no volváis.
12

Capítulo Doce
Slim estaba demasiado traumatizado por la visita a Shelly como para hablar mientras Croad conducía de vuelta a la casa. Había demasiadas cosas que no olvidaría: los ojos salvajes de la mujer, el muñeco destrozado y la pequeña cruz, rodeada por una cadena de margaritas que podía haber hecho un niño.
—¿Ha tenido bastante por hoy? —preguntó Croad mientras se apeaba—. ¿Ha conseguido suficiente de ella? ¿Cree que lo está escondiendo?
Slim se limitó a encogerse de hombros. Dijo adiós con la cabeza a Croad, luego subió y entró, sintiéndose aliviado mientras el coche se iba.
Por primera vez en un par de días tenía un ansia desesperada de beber y se sentó a la mesa con la cabeza entre las manos, esperando que se pasara esa sensación.
Croad le había traído más listas y, tan pronto como fue capaz, llamó a un hombre llamado Evan Ford, con la indicación de detective inspector entre corchetes junto a su nombre, seguido por una nota que decía: «en caso de que quiera comprobar que Den está realmente muerto».
Ford aceptó ver a Slim en el pueblo cercano de Stickwool. Reticente a que Croad le acompañara, Slim caminó hasta la carretera principal, donde tuvo la suerte de poder detener a un autobús local que pasaba y que lo dejó en las afueras del pueblo.
Ford llevaba una chaqueta ligera de paseo y tenía un bastón sobre sus rodillas. Su pelo se arremolinaba en mechones y unas gafas descomunales hacían que pareciera un agente de policía tratando de pasar inútilmente inadvertido. Se levantó para sacudir la mano de Slim y luego pidió a la única camarera dos cafés antes de que Slim hubiera podido siquiera ver una carta.
—Oí que podía llamarme en algún momento —dijo Ford como bienvenida—. ¿Es usted quien pregunta por Dennis Sharp? Algo acerca de una herencia.
—Es una cantidad pequeña —dijo Slim, sofocando un suspiro, sintiendo una creciente frustración por su disfraz y por la capacidad de Croad de adelantarse en cualquier caso en que podría haber planteado algunas respuestas decentes.
—¿Y necesita una prueba de su muerte antes de poder pasar a su pariente más cercano?
—Algo así.
Ford sacó un sobre de plástico.
—Tengo una copia de su certificado de defunción —dijo—. No es el original, me temo. Ese está en el registro público correspondiente. Puede verlo si pide cita.
—Estoy seguro de que no será necesario. —Slim miró el documento, fingiendo interés. Podría ser fácilmente falsificable si estuviera en medio de alguna extraña conspiración, pero ¿qué sentido tendría?
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