En “Dos Tipos de Cambio” no hablamos de actualidad, no aventuramos qué sucederá con el dólar, no recomendamos políticas contra la inflación ni tampoco planteamos las soluciones al déficit energético, temas de los que, digámoslo de una buena vez, no tenemos ni la más remota idea. Nuestro trabajo radiofónico consiste, en parte, en preguntarnos si esa masa gigantesca de economistas que habla sin parar, realmente tiene esas ideas efectivamente claras. Además de la desmitificación, el resto del programa se dedica a mostrar cómo la economía se inmiscuye en todo, mezclándose con todas las otras ciencias, a tal extremo que uno ya no sabe dónde termina la teoría económica y dónde empiezan otras formas disciplinarias.
Y hablando de interdisciplinariedad, este es un libro que explora un aspecto social y emocional que decididamente afecta a la economía, pero que definitivamente no ha sido institucionalizado en la teoría, ni suficientemente evaluado en lo empírico. Esta no es sino una forma elegante de decir que lo que se leerá aquí es altamente especulativo, casi un juego mental con pocas probabilidades de transformarse en una tesis con sustento real. Al igual que en el primer libro de uno de nosotros (Pablo), llamado Economía al diván, primó el interés por la curiosidad y la recreación mental.
Para nuestra entera satisfacción, el estilo que creemos caracteriza a este libro se ha vuelto moneda corriente en la profesión. Y no se trata de una alternativa que elegimos forzadamente por ser dos amateurs. Dos Premios Nobel de Economía, George Akerlof y Robert Shiller, se han animado a escribir, en un tono atractivo y relajado, el libro La economía de la manipulación, una obra fantástica sobre los engaños de las empresas a los consumidores. Ellos lograron un producto divulgativo, deleitable e intelectualmente competente a la vez. Ese libro constituyó nuestra inspiración inicial, y nos convenció de que la escritura amena no es necesariamente enemiga de algunas ideas potencialmente influyentes. Por nuestra parte, nos divertimos enormemente edificando estas ideas, sumando ejemplos de la vida real, y citando artículos técnicos que podrían sustentarla. Están a punto de leer un trabajo que nos resultó agradable escribir de principio a fin, así que esperamos encenderles las neuronas-espejo.
Es posible que, al leer el título de este libro, el lector pensara que se cruzaría con una nueva y aburrida crítica a una teoría económica particular, o a algún sistema económico (el capitalismo siempre es un buen blanco). Pero en lugar de culpar a un sistema o a un conjunto de ideas abstractas, nuestro objetivo es culpar a quien está leyendo, para empezar. Homo falsus comienza por reconocer (reconocernos) que, en lo que hace a nuestras relaciones económicas, todos somos al menos un poco mentirosos. Creemos que dicho estado de cosas realmente existe y que es muy importante para la vida económica. Pero lejos de ponernos en moralistas y criticarlo, lo reconocemos como una situación más o menos inevitable, fruto de la propia naturaleza humana, antes que asignarlo a una degradada malformación cultural. Propondremos en este libro que el engaño no solo es una característica intrínseca al sistema económico, sino que además, dentro de límites apropiados, puede resultar ventajoso y hasta necesario para su funcionamiento.
Ciertamente, todo lo que leerá tendrá el estilo de los Dos Tipos de Cambio. Prometemos un tono nada solemne, por momentos animado, y ojalá en algunos pasajes hilarante. Reconocemos, por otro lado, que esto otorga a los autores la posibilidad de refugiarse de las críticas. Reconocemos este privilegio, pero también queremos dejar en claro que muchas de las percepciones que vertimos aquí son argumentos de los que tenemos cierto convencimiento. Siempre hay y habrá importantes cuestiones de grado para determinar la verosimilitud de nuestras apreciaciones, pero en el fondo creemos que, mirando con cuidado a nuestro alrededor, el mundo tiende a darnos un poco la razón (modestia aparte).
¿Por qué estamos tan seguros? Básicamente por la completa ausencia de críticas a esta obra por parte de un gran conjunto de personas, incluyendo a Richard Dawkins, Stephen Hawking, Paul Krugman, Niel de Grasse Tyson, Nassim Taleb, Steven Pinker, Jared Diamond, Joseph Stiglitz, Sam Harris, Douglas Hofstadter, Bill Nye, Mishio Kaku y Adam Smith (un pariente lejano del famoso). Como se suele aclarar en el descargo acostumbrado, consideramos que el silencio que guardan respecto de esta obra resulta aprobatorio de todo lo que se diga a continuación (especialmente porque nunca leyeron ni leerán este libro).
— I —
INTRODUCCIÓN
1. Una vida dedicada al escepticismo
Resulta que uno de nosotros (Pablo) es un escéptico incorregible, pero no siempre lo fue. Como casi todo niño, en su infancia adoraba las ideas fantasiosas y sobre todo las teorías conspirativas. Lo que más lo entusiasmaba era la posibilidad de que hubiera vida extraterrestre. Leía todo sobre los OVNIs y le encantaba escuchar las explicaciones de Fabio Zerpa, el principal favorecedor local. Su mente y su inconsciente pedían a gritos más casos de avistamientos, más testimonios de abducciones, más interrogantes sin respuesta de un gobierno encubridor. A los 12 años Pablo fue a ver la película “Encuentros cercanos del tercer tipo”, y concluyó que allí descansaba la confirmación irrefutable de que el fenómeno era real. Él era una enorme disonancia cognitiva caminante, y daba por buena solo la evidencia que se correspondía con sus prejuicios. Poco tiempo después, el ingreso al secundario (en un colegio público de cierto prestigio) lo cruzó con compañeros inteligentes que no tardaron en remarcarle los huecos en sus razonamientos y lo poco confiable de sus sueños alienígenas. Era pues una cuestión de tiempo hasta que Pablo abandonara éstas y otras teorías e ideologías absurdas que hoy le daría vergüenza revelar.
Lo que Pablo no imaginó es que esta bocanada de aire escéptico lo acompañaría en los cuarenta años siguientes, y que le serviría para desenmascarar muchos fenómenos que damos por descontados. Cumpliendo la mayoría de edad comenzó su educación como economista (sí, junto a Gerardo Rovner), y paralelamente explotaron sus intereses por la literatura que dudaba de todo. Primero cayeron en desgracia los visitantes extraterrestres (los de ahora y los que hicieron las pirámides), y pronto se derrumbaron también los fenómenos psíquicos y telepáticos (cuyos intérpretes principales eran el israelí Uri Geller y, en Argentina, el inefable Tusam), el monstruo del Lago Ness (en Argentina, el barilochense Nahuelito), la alquimia, la astrología, y varias otras truchadas. También aprendió que las fantasías podían tener consecuencias negativas sobre la salud: curas energéticas, medicinas alternativas y cirugías psíquicas (esas que te sacaban el cáncer con la mano y sin incisión alguna). Pablo se suscribió a la revista Skeptical Inquirer (hoy Skeptic, dirigida por el talentoso Michael Shermer), y participó brevemente de una institución local escéptica escribiendo un par de notas en su revista Pensar. En nuestro país, el movimiento escéptico tuvo su minuto de gloria gracias a Raúl Portal, que allá por 1994 empezó a desenmascarar a gente que decía contar con poderes mentales, que practicaba la astrología, o que incluso vendía curas mediante técnicas no probadas. Los llamaba “los manochantas”.
Gerardo, mientras tanto, no era un fan del escepticismo, pero despuntaba el vicio de cazar fraudes escuchando los audios del Dr. Tangalanga (Julio Victorio de Rissio), que denunciaba a través de sus desopilantes llamadas telefónicas a estafadores de servicios espurios, simpáticos cazafantasmas, y a profetas de barrio que por unos pesos adivinaban el premio mayor del gordo de navidad. Si bien hoy varias de estas prácticas son consideradas una curiosidad, hace tan solo veinte años proliferaban, en especial en el universo del espectáculo.
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