Anthony Trollope - El doctor Thorne

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Un honrado médico rural de sólidos principios y su sobrina Mary provocan una honda conmoción en la clase alta rural de Barchester, representada por las ostentosas familias Gresham y De Courcy. La mansión de los Gresham atraviesa problemas, el mayor de los cuales es el empeño de Frank, el heredero, en casarse con Mary.
Animosa, leal y sincera, Mary no posee nada de valor, salvo ella misma. A su alrededor girarán las damas de ambas familias, que contrastan por su esnobismo. Ante los altibajos del amor en la joven pareja, el doctor Thorne aporta su integridad y su fidelidad a los propios principios.

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Entonces Roger Scatcherd, habiendo cumplido los seis meses de reclusión, salió de la cárcel.

Roger Scatcherd, aunque sus manos estuvieran bañadas de sangre, era digno de piedad. Poco antes de la muerte de Henry Thorne, se había casado con una joven de su misma clase y se había hecho el propósito de que, a partir de entonces, su vida sería la propia de un hombre casado y no desgraciaría al respetable cuñado que iba a tener. Tal era su situación cuando se enteró de la desdicha de su hermana. Como se ha dicho, se emborrachó y salió para la escena del crimen.

Durante los días en prisión, su esposa se mantuvo como pudo. Vendió los muebles que habían instalado juntos, abandonó la casa y, doblegada por la miseria, casi se dejó llevar por la muerte. Cuando él salió libre, enseguida encontró trabajo, pero quienes hayan observado la vida de esta gente sabe lo difícil que es para ellos recuperar el terreno perdido. Poco después de su liberación ella fue madre y, cuando nació el niño, estaban en la más dura de las necesidades, pues Scatcherd volvía a beber. Sus propósitos se los había llevado el viento.

El médico vivía entonces en Greshamsbury. Allí había ido el día anterior a que tomara a su cargo el bebé de la pobre Mary y pronto se halló instalado como médico de Greshamsbury. Esto ocurrió poco después del nacimiento del joven heredero. Su predecesor en la carrera había mejorado, o se había esforzado en mejorar, buscando el ejercicio de la Medicina en una ciudad mayor. Lady Arabella, en ese momento crítico, se vio obligada a seguir el consejo de un desconocido, procedente, como ella decía a Lady de Courcy, de algún lugar de la cárcel de Barchester o del Palacio de Justicia de Barchester, no sabía de cuál.

Como es natural, Lady Arabella no podía amamantar al joven heredero. Las Ladies Arabellas nunca pueden. Poseen el don de ser madres, pero no de ser madres lactantes. La naturaleza les da pecho para enseñar, pero no para servir. Así que Lady Arabella tuvo una nodriza. Al cabo de seis meses, el nuevo médico halló que el señorito Frank no iba todo lo bien que sería deseable y, después de unas pequeñas pesquisas, se descubrió que la excelente joven que habían enviado expresamente desde Courcy Castle hasta Greshamsbury —suministro mantenido por el Lord para uso familiar— le había tomado cariño al brandy. Como es natural, fue devuelta de inmediato al castillo y, como Lady de Courcy estaba demasiado enojada para enviar otra, se permitió al doctor Thorne que buscara una. Pensó en la desgraciada esposa de Roger Scatcherd, pensó también en su salud, en sus fuerzas y en sus costumbres vigorosas. Así es que la señora Scatcherd se convirtió en ama de cría del joven Frank Gresham.

Otro episodio más debemos contar de los tiempos pasados. Antes de la muerte de su padre, el doctor Thorne estaba enamorado. No suspiraba ni suplicaba en vano, aunque no se había llegado a que los parientes de la joven e incluso la misma joven hubiera aceptado su oferta de matrimonio. En esa época, su nombre tenía buena reputación en Barchester. Su padre era clérigo, sus primos y mejores amigos eran los Thorne de Ullathorne, y la dama, a la que no pondremos nombre, no fue imprudente con el joven médico. Pero cuando se descarrió Henry Thorne, cuando el viejo doctor murió, cuando el joven médico discutió con Ullathorne, cuando mataron al hermano en una desdichada pelea y resultó que al médico no le quedaba más que su profesión pero sin lugar donde ejercerla, entonces, los parientes de la joven pensaron que el matrimonio sería imprudente y la joven no tuvo bastantes ánimos o bastante amor para desobedecer. En esos días tempestuosos, ella dijo al doctor Thorne que quizás sería más prudente dejarse de ver.

El doctor Thorne, ante tal sugerencia, en esos momentos, ante tal comentario, cuando más necesitaba el consuelo del amor, enseguida juró en voz alta que estaba conforme con ella. Se marchó apresurado con el corazón destrozado y se dijo que el mundo era malo, muy malo. Nunca más volvió a ver a la dama y, si estoy bien informado, nunca más volvió a hacer una proposición matrimonial a nadie.

3. El doctor Thorne

Así fue como el doctor Thorne se instaló de por vida en el pequeño pueblo de Greshamsbury. Como era costumbre entonces entre los médicos rurales, y como debería ser costumbre entre ellos si consultaran a su propia dignidad un poco menos y al bienestar de sus clientes un poco más, añadió a la profesión de médico el negocio de una farmacia. Al hacerlo, lo injuriaron. Mucha gente que le rodeaba declaraba que no podía ser un auténtico médico o, al menos, alguien así llamado. Y los compañeros en el arte de la Medicina que vivían a su alrededor, aunque sabían que sus diplomas, sus títulos y sus certificados estaban todos en règle, apoyaban las habladurías. Había muchas cosas en este recién llegado que no le granjeaban las simpatías de la profesión. En primer lugar, era un recién llegado y, como tal, los demás médicos debían considerar que, por supuesto, estaba de trop. Greshamsbury estaba sólo a quince millas de Barchester, donde había un dépôt de médicos, y a sólo ocho millas de Silverbridge, donde residía desde hacía cuarenta años un médico. El predecesor del doctor Thorne en Greshamsbury había sido un humilde practicante de talento, respetado por todos los médicos del condado y, aunque le permitían visitar a la servidumbre y a veces a los niños de Greshamsbury, nunca tuvo la presunción de ponerse a la altura de los médicos.

Luego está que también el doctor Thorne, a pesar de que fuera médico graduado, a pesar de que estaba titulado sin disputa como para denominarse a sí mismo médico, de acuerdo con todas las leyes de la Universidad, hizo saber a todo Barsetshire del este, muy poco después de haberse asentado en Greshamsbury, que el precio de la visita era de siete libras con seis peniques en un radio de cinco millas, con un incremento proporcional según la distancia. En esto había algo bajo, tacaño, poco profesional y democrático; así, al menos, hablaban los hijos de Escolapio reunidos en cónclave en Barchester. En primer lugar, demostraba que el tal Thorne siempre pensaba en el dinero, como un farmacéutico, tal como era, mientras que lo que le incumbía, como médico, si hubiera tenido los sentimientos de un médico, era haber considerado sus propósitos desde un punto de vista filosófico y haber tomado los beneficios que le correspondieran como algo accidental y accesorio a su posición en la sociedad. Un médico debía cobrar la tarifa sin dejar que la mano izquierda supiera lo que hacía la mano derecha. Debía aceptarse sin un pensamiento, ni una mirada, ni un movimiento de los músculos faciales. El auténtico médico apenas debía ser consciente de que el último apretón de manos fuera más apreciado por el roce del oro. Mientras que ese Thorne sacaría media corona del bolsillo del pantalón y la daría como cambio de diez chelines. Estaba claro que tal hombre no apreciaba la dignidad de la profesión liberal. Siempre se le podía ver preparando medicinas en la tienda, a la izquierda de la puerta principal, no haciendo experimentos filosóficos en materia médica para beneficio de las edades futuras —lo cual, si así fuera, lo haría recluido en su estudio, ajeno a las miradas profanas—, sino mezclando polvos comunes y corrientes de las entrañas de la tierra o untando pomadas vulgares para dolencias agrícolas.

Alguien así no era compañía adecuada para el doctor Fillgrave de Barchester. Debe admitirse. Pero aun así resultaba ser la compañía adecuada del anciano señor de Greshamsbury, cuyos cordones de los zapatos no dudaría en atar el doctor Fillgrave, tal alto lugar ocupaba el anciano señor en el condado antes de su muerte. Pero la profesión médica de Barsetshire conocía el temperamento de Lady Arabella y, cuando murió ese hombre bondadoso, se dio por finalizada la permanencia en Greshamsbury. Las gentes de Barsetshire, sin embargo, se vieron condenadas a la decepción. Nuestro médico había logrado hacerse querer por el heredero y, aunque no hubiera mucho cariño personal entre él y Lady Arabella, mantuvo su posición intacta en la mansión, no sólo en el cuarto infantil y en los dormitorios, sino también en el comedor del señor.

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