Olga Rodríguez Cruz - El 68 en el cine mexicano

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Después de la conmemoración de los 30 años de este movimiento estudiantil, el tema vuelve a retomar importancia en documentales e historias de ficción. Tenemos obras emblemáticas que muestran información relevante sobre los acontecimientos. En dos trabajos de Carlos Mendoza, Tlatelolco, las claves de la masacre y 1968: la conexión americana, se muestran hipótesis sobre qué grupo comenzó la agresión el 2 de octubre, así como las relaciones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) con el gobierno mexicano. Asimismo se recupera la memoria a partir del testimonio de los principales líderes del movimiento en el Memorial del 68, de Nicolás Echevarría. Lo mismo sucede con el trabajo de Carlos Bolado en 1968. Estos documentales son relevantes porque vinculan historia y memoria. Por su parte, las películas de ficción nos muestran los acontecimientos desde varios ángulos, como el del movimiento, la política y el amor; esto se refleja en Borrar de la memoria, dirigida por Alfredo Gurrola y guion de Rafael Aviña; con una idea más romántica Carlos Bolado dirige Tlatelolco, verano del 68, en el que habla de la experiencia sexual que vivían los jóvenes en esa época. Finalmente, el joven cineasta José Manuel Cravioto se interesó, en Olimpia, por mostrar no a los líderes sino a los estudiantes comunes que participaron en el movimiento, un tema no abordado en la cinematografía mexicana.

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Más tarde se recuperó la película y se trató de darle un sentido; se dio una relación de corresponsabilidad de los materiales: estaba por un lado Leobardo y por el otro Roberto, quienes hablaron con Manuel González Casanova para definir cómo se iba a editar. Ellos no tenían las mismas visiones del movimiento, los dos eran creadores y empezó a gestarse el conflicto. Querían grabar la mayor cantidad del metraje filmado, de riesgos asumidos, debían definir cómo armar el documental y qué sentido se le daba. Finalmente, no llegaron a ponerse de acuerdo y González Casanova decidió en un volado de águila o sol quién se quedaba el material. Resulta ganador y triunfador con una moneda en el aire, Leobardo López Arretche.

Ahora, a distancia, pienso que la decisión creativa de ningún ser humano puede depender de un volado. A mí me sorprende que se haya adoptado esa determinación, cuando había otras opciones, como la de haber exigido a cada uno su guion, concertar la forma de unirlos, con el objetivo de que se cumplieran ambas premisas o, por otro lado, tomar una posición más sólida acerca de la estructura dramática, en pocas palabras, el proyecto más profesional. No fue así, son cosas que pasan, que suceden, se cometen injusticias. No quiero decir que la película El grito no sea espléndida, ni que Leobardo no tuviera todo el talento del mundo, pero había otra persona de igual lucidez.

Pasados los años, resulta que Televisa tiene bien guardada en sus archivos mucha información visual y, de igual manera, la Presidencia posee material filmado. Esto lo sabemos por Servando González, 4pero oficialmente lo único que se conocía era El grito . Este documental es muy emotivo, muchas tomas son sorprendentes, porque eran muchachos que tomaban las cámaras por vez primera, no teníamos la formación sólida de una carrera de cine.

Se tiene conocimiento de que el maestro Manuel González Casanova no quería que El grito se exhibiera. Es posible que él pensara que hacerlo significaría una provocación, porque el gobierno había demostrado que era capaz de llegar a baños de sangre. Seguramente esto lo discutió con algunas autoridades de la UNAM y le dijeron que era peligrosísimo. Quien se encargó de buscar el material fue Guillermo Díaz Palafox; él encontró El grito . El caso es que un día se proyectó, y todos dijimos «cómo, en dónde estaba». Ya había pasado un buen tiempo.

El 68 es un tapiz, un gran mosaico; cada personaje cuenta su versión; existen diferentes experiencias que se van entrelazando. Muchos de los realizadores que vivieron ese momento no necesariamente lo reflejaron en sus filmes; quizás su sensibilidad no les permitió aceptar ese grado de dolor. Creo que hay gente a la que la experiencia la bloqueó, no por inconsciente o irresponsable, simplemente porque no pudo resistir el dolor, quiso seguir olvidando: si no olvidas no vives, la memoria es parte de la creación.

En cierta forma, el movimiento marcó subjetivamente un cine más comprometido, que connota la capacidad del realizador para apuntar a los abismos del alma del ser humano, que ahí se vieron envueltos por una gran solidaridad y capacidad de entrega, que culminó dolorosamente en los asesinatos de los estudiantes.

Esta represión afectó a Leobardo y, dos años después, se suicidó. No era un hombre convencional, tenía algo de neurótico, inadaptado; luchó en contra de todo un sistema de conformismo. Es cierto que tenía que haber disciplina, pero la ésta tenía límites, uno sabe que sin ella no hay creación.

Vivimos otra vez la famosa «Decena trágica», teníamos que mantener una actitud lúcida y no claudicar frente a los verdaderos ideales; en los reales principios de la sociedad, entender que, entre más ignorantes, más manipulables, y el Estado más corrupto.

En este momento de tensión percibimos la repetición del mito de Cronos. Éste devorando a los hijos para que no crezcan, ni lo sustituyan, ni lo eliminen. Aquí se reproduce en el sistema patriarcal: el gobierno devora a sus propios hijos, un momento crítico, donde Zeus tiene que matar a Cronos para poder sobrevivir una nueva generación; eso fue el 68, un drama de sangre.

El movimiento fue algo bellísimo, por esa conjunción de los dioses Dionisio y Apolo. Los creadores tienen muy claro que deben tener la disciplina de Apolo, y a su vez contar con la capacidad poética de Dionisio. En el joven se encuentra más fuerte lo dionisiaco, el instinto, el aprendizaje por el placer, por el juego. Había un grupo de chicos sanos; la parte de la apolínea la manejaba el rector Javier Barros Sierra, 5quien era un viejo sabio; un viejo sabio de 40 años, un hombre joven.

Al culminar el movimiento, una vez disuelto el Consejo Nacional de Huelga, quise recuperar mi película y ya no pude. Se perdió la efervescencia, ya habían sucedido muchas cosas, el CUEC adquirió otra dinámica, no fue posible conseguir las cámaras de 35 mm y el proyecto que hubiera permitido que desde 1968 debutara como directora de largometraje se quedó trunco, por lo que fue necesario esperar hasta 1974, con De todos modos Juan te llamas .

En varios directores de esa época prendió la vacuna de ser más participativos. Hemos seguido una línea de lo que no está funcionando o de alguna etapa de nuestra sociedad que vale la pena revisar; hemos hecho un cine con contenido social. El 68 fue un movimiento que nos alertó sobre la capacidad de observar a nuestra sociedad.

El 68 es una ruptura con un sistema paternalista, que se vivió incluso en la vida personal, en la vida doméstica; la familia era muy conservadora, y en ella el padre de familia tenía un absoluto poder como patriarca sobre los hijos, y eso se reproducía en todos los estratos sociales y económicos de nuestra sociedad. Sí cambió a nuestra generación, que entonces bregamos, peleamos y tratamos de que hubiera más justicia en nuestro país. Sí afectó nuestra vida, incluso la familiar; yo me volví muchísimo más rebelde, más argumentativa, más cuestionadora: «dime por qué, fundaménteme por qué, no me digas que porque tú mandas». El 68 nos dio conciencia de que no se trata de someternos por la pura voluntad, sino porque tenga razón, porque lo que argumente sea válido y porque vamos a aprender a negociar, siempre aprender a negociar en cualquier instancia; sea como hija de familia, como pareja, como maestra en el aula de clase en el CUEC. Las formas de relacionarse cambiaron, se volvieron mucho más abiertas, más flexibles; se modificó la dinámica de las relaciones, tanto en el ámbito íntimo (personal), como en lo social, político, etcétera.

ALFREDO JOSKOWICZ

En 1968, el CUEC tenía cinco años de haberse fundado, con recursos modestos y con equipo reducido de 16 mm. No había una práctica sistemática de filmación pero, en el momento en que surgió el movimiento, la Asamblea General de la escuela decidió tomar el material de la bodega, y los estudiantes que contaban con una cámara 16 mm se lanzaron a filmar las distintas manifestaciones estudiantiles, hasta el trágico acontecimiento del 2 de octubre.

Alrededor de veinte camarógrafos salimos a rodar. Había mucha película repetitiva y no estaba ordenada. Producir manifestaciones por lo general no tiene mucha gracia cuando son una tras otra, porque se parecen, excepto que existían diferencias en términos de carteles y de avances del movimiento, de manera que se tomaron cerca de ocho horas, de las cuales en El grito hay aproximadamente 1:40.

El movimiento terminó de manera violenta, con la detención de los miembros del Consejo Nacional de Huelga, entre los cuales estaba, como representante del CUEC, Leobardo López Arretche, compañero de mi generación, quien fue encarcelado, pasado por el Campo Militar número 1, y llegó a dar a la cárcel de Lecumberri. Para su fortuna, al cabo de dos meses fue liberado, por no ser identificado como uno de los principales dirigentes o activistas.

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