Alcanzar tu objetivoPara lograr tus metas primero debes saber bien cuáles son. Suena bastante obvio, pero, si lo meditas un poco, verás que no lo es tanto. Para expresarte con claridad, por ejemplo, debes pensar claro. Si sabes qué quieres, es más fácil que lo consigas; por tanto, para conquistar un objetivo primero debes visualizarlo, estar seguro de qué es lo que deseas, ubicar los caminos posibles que te llevarán a él y luego comenzar a andarlos. Hay dos grupos de metas: las personales y las profesionales.
Metas personalesSon logros que quieres para ti, para sentir satisfacción personal. En una primera fase, piensa qué te gustaría ser: atractivo, poderoso, delgado, sexy, elegante, juvenil, maduro, misterioso, confiable... Podemos seguir citando cualidades o características: es lo que quieres percibir, en primera instancia, al verte en el espejo. Pero hay una segunda etapa del proceso de análisis: pregúntate para qué quieres reflejarte así. Ésta es tu meta real.
Generalmente, las características físicas que uno quiere resaltar de su imagen van en busca de:
a)Atraer a una persona –o varias– con fines francamente sentimentales, matrimoniales o sexuales. Quizá deseas conseguir un amante, una pareja o boda por conveniencia.
b)Reconocimiento, cariño, respeto o admiración de la sociedad.
Metas profesionalesTienen un cariz más intelectual y económico, pero no por eso queremos decir que las metas para lograr algo personal sean frívolas, sino que más bien responden a un aspecto más instintivo de nuestra personalidad. Cabe señalar que, una vez que has conquistado las metas personales, las profesionales están casi a la vuelta de la esquina.
Como su nombre lo dice, son objetivos para lograr un empleo, mejorar el que tienes o cambiarlo por uno nuevo. Así, debes poner atención a otro tipo de códigos. Al final, en una meta personal, tú eres tu propio juez y nadie más que tú se dará cuenta si fallas. En tu empleo, tanto la industria como la sociedad son las que te recordarán que has hecho algo mal con respecto a tu imagen.
El proceso de pensamiento, en este caso, es casi como el de analizar quién eres, sólo que aquí el objeto de tu escrutinio será el puesto o lugar que quieres conquistar. Estudia el mundo que rodea a la profesión deseada, infórmate de sus reglas, observa a personas que han triunfado en ella, tómalas como ejemplo (para inspirarte, nunca para imitarlas, porque una copia se nota a diez kilómetros de distancia) y desarrolla las propias pinceladas de tu personalidad profesional basándote en el conocimiento recabado.
Piensa bien qué te gustaría que vieran en ti: una persona segura y decidida para un puesto directivo. Creativo y colorido para un trabajo artístico. Serio y docto para una labor de enseñanza. Analiza si quieres proyectar poder, creatividad, educación, estilo, intelectualidad, formalidad o alegría. Recuerda: lo que para una profesión es una gran cualidad, para otra puede ser un defecto.
¡Llegaste!Ahora, compara las dos caras de tu lectura: la de quién eres y a dónde quieres llegar –tus metas–. ¿Coinciden? ¿La persona que eres, que se viste todos los días de una forma, lo hace de acuerdo con lo que quiere conseguir en la vida? Si tu respuesta es afirmativa, adelante, vas por buen camino y sigue por ahí. Si, por el contrario, es negativa, debes ver qué está sucediendo. ¿Se trata de quién eres ahora o son tus metas las que no tienen razón de ser? Algunas personas descubrirán que están fuera de lugar. Eso sucede porque, a veces, no eligen la “armadura” adecuada. Pero esto puede cambiar en el momento en que se vistan de acuerdo con lo que quieren lograr en la vida. Entonces se darán cuenta de que la ropa se vuelve un arma, una “armadura”, como dijimos antes, que las hará ganar su propia batalla y llevarlas ahí, a donde quieren llegar.
¿Por qué lo usas? Imagina que entras a una boutique de mucha categoría, donde el trato que se ofrece al comprador es más directo y personalizado, y escuchas la conversación entre la dependienta y un cliente. Tomemos a un individuo cualquiera: clase media, ejecutivo, que busca ropa para el trabajo. La vendedora le sugiere una interesante combinación de camisa a rayas en color lavanda, por decir algo, con una corbata a tono. El hombre la mira y le dice con plena seguridad: “¡No!, ése no es mi estilo”. La verdad es que si la vendedora le hubiera mostrado una chaqueta de cuero con estoperoles y cristales de Swarovski, en efecto no sería su estilo, pero una variación más interesante y a la moda de su línea habitual de vestir por supuesto que podría encajar perfectamente en él. Lo que el individuo debió decir es: “No tengo costumbre de usar esos colores”. Entonces hubiera tenido razón.
Una costumbre es la repetición rutinaria de una acción. Así de simple. Vestirnos cada mañana es un hábito que responde a una necesidad social primaria. De niños, usamos la ropa que nos brindan, desde lo que nos pone nuestra madre hasta lo que nos obligan a usar en la escuela. Al llegar la adolescencia, vestimos lo que nos impone el entorno: amistades, tipo de escuela, grupos y guetos a los que decidimos pertenecer. Alguien con estilo gótico tendrá que ponerse su ropa negra y con características muy evidentes para ser reconocido como un miembro de su grupo. Una chica de alto nivel social tendrá su bolsa Louis Vuitton o Chanel para lograr el mismo objetivo. Al final, todo esto es una gran costumbre, no un estilo, es decir, cuando te vistes con lo que “debes” y no con lo que en verdad “quieres”.
Lo que realmente importa Si no has encontrado tu estilo de vestir no debes sentirte descorazonado. Sólo piensa en la cantidad de personas que conoces y lo tienen. Son pocas, ¿verdad? La mayoría de ellas pertenecen al mundo de las celebridades. Pero de la gente que te rodea, digamos tu jefe, tu madre, tus hermanos o amigos, tal vez encuentres uno o dos que parecen mantener una forma de vestir que los distingue. Si ya los ubicaste, ahora trata de hacer la diferencia entre dos posibilidades: ¿se visten así por costumbre o por estilo?
Muchas personas se visten con cierta uniformidad. Tal vez opten por la comodidad, por lo que su ropa siempre tendrá un aspecto casual, aunque, de igual modo, se podría tratar de un ejecutivo que no se quita el saco ni siquiera cuando va a desayunar al club o de compras al supermercado. Su guardarropa, a primera vista, puede dar la impresión de que es coherente con su personalidad, estilo de vida y metas. Sin embargo, si lo observas detenidamente, es necesario llegar a la conclusión de que no ha encontrado un estilo, sino que viste así por costumbre y lo hace ya sin recapacitar en el lugar, la ocasión o el efecto que puede tener su vestimenta. Este individuo se ha vuelto perezoso y toma siempre el mismo patrón para vestir. La triste consecuencia es que en ciertas circunstancias luce bien y en otras se ve totalmente fuera de lugar.
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