El individuo que posee un estilo, en cambio, conserva la esencia de su personalidad por medio de su ropa, pero es capaz de hacer las modificaciones necesarias en su vestuario para adaptarse a las necesidades de su agenda. Si va a una primera comunión, si asiste a un funeral, cuando hace una importante presentación de trabajo o en el momento de cenar íntimamente con su pareja conserva su estilo, pero su ropa se ha modificado de acuerdo con la situación para lucir excepcional en ese contexto.
Agreguemos que el individuo que viste por costumbre comete, muchas veces, el error de no saber favorecer su figura a través de la silueta, de su atuendo, e incluso desconoce los trucos que le ayudarán a resaltar sus virtudes y ocultar sus defectos. En contraposición se encuentra aquel que tiene estilo, porque poseerlo significa no sólo ser dueño de un guardarropa coherente con su vida y que funcione con gran versatilidad, sino que también se ha estudiado para beneficiar su figura y enaltecer sus atributos. Se dice que no hay peor antídoto para el amor que la costumbre, y eso mismo sucede cuando se trata del estilo: la costumbre lo mata.
Hemos llegado a la conclusión de que no cualquiera tiene estilo y de que éste es difícil de conquistar. Hay muchos factores que influyen en el individuo: educación, entorno familiar e influencias del exterior. Una persona que ha crecido en un hogar conservador es probable que, de inicio, tenga la costumbre de vestir de manera formal y discreta. En principio, uno se viste como le enseñan o como debe hacerlo para encajar en su entorno. La clase social, el nivel económico, la religión y el lugar geográfico donde el individuo crece también son determinantes para su forma de vestir.
Primero, ¿el huevo o la gallina?
¿De dónde viene el estilo? Son contados los diseñadores, consumados o principiantes, que no reconocen que su mayor inspiración para crear prendas hermosas fue su madre. Eso puede llevarnos a sospechar que hay cierta dosis de imitación para obtener un estilo. Hay otras personas, sin embargo, que parecen haber nacido ya con uno. Desde niños determinan lo que se pondrán, combinan y mezclan la ropa con mucha gracia, instintivamente saben lo que les queda bien. Además, les parece de lo más fácil ayudar a otros a ensamblar sus atuendos y lo hacen como si fuera un juego. Estos personajes viven para los colores, las texturas y las proporciones, se les hace agua la boca cuando ven un traje hermoso y sienten que les cae un peso encima cuando aparece alguien, frente a sus ojos, que está mal vestido. No obstante, se trata de prodigios tan enigmáticos y raros como aquellos que son capaces de resolver ecuaciones matemáticas complicadísimas sin el más mínimo esfuerzo.
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