Herman Melville - Moby Dick o la Ballena

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"Llamadme Ismael. Hace unos años —no importa cuánto hace exactamente—, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación."
"Moby-Dick" es una novela de Herman Melville publicada en 1851. Narra la travesía del barco ballenero «Pequod», comandado por el capitán Ahab, junto a Ismael y el arponero Quiqueg en la obsesiva y autodestructiva persecución de un gran cachalote blanco.

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Índice

Moby Dick Herman Melville Moby Dick o la Ballena En señal de admiración a un genio este libro está dedicado a Nathaniel Hawthorne

I.— Espejismos

II.— El saco de marinero

III.— La Posada del Chorro

IV.— La colcha

V.— Desayuno

VI.— La calle

VII.— La capilla

VIII.— El púlpito

IX.— El sermón

X.— Un amigo entrañable

XI.— Camisón de dormir

XII.— Biográfico

XIII.— Carretilla

XIV.— Nantucket

XV.— Caldereta de pescado

XVI.— El barco

XVII.— El Ramadán

XVIII.— Su señal

XIX.— El profeta

XX.— En plena agitación

XXI.— Yendo a bordo

XXII.— Feliz Navidad

XXIII.— La costa a sotavento

XXIV.— El abogado defensor

XXV.— Apéndice

XXVI.— Caballeros y escuderos

XXVII.— Caballeros y escuderos

XXVIII.— Ahab

XXIX.— Entra Ahab; después, Stubb

XXX.— La pipa

XXXI.— La Reina Mab

XXXII.— Cetología

XXXIII.— El «Troceador»

XXXV.— La cofa

XXXVI.— La toldilla

XXXVII.— Atardecer

XXXVIII.— Oscurecer

XXXIX.— Primera guardia nocturna

XL.— Medianoche. Castillo de proa

XLI.— Moby Dick

XLII.— La blancura de la ballena

XLIII.— ¡Escucha!

XLIV.— La carta

XLV.— El testimonio

XLVI.— Hipótesis

XLVII.— El esterero

XLVIII.— El primer ataque

XLIX.— La hiena

L.— La lancha y la tripulación de Ahab. Fedallah

LII .— El Albatros

LIII.— El Gam

LIV.— La historia del Town-Ho

LV.— De las imágenes monstruosas de las ballenas

LVI.— De las imágenes menos erróneas de las ballenas, y de las imágenes verdaderas de escenas de la caza de la ballena

LVII.— Sobre las ballenas en pintura, en dientes, en madera, en plancha de hierro, en piedra, en montañas, en estrellas

LVIII.— Brit

LIX.— El pulpo

LX.— La estacha

LXI.— Stubb mata un cachalote

LXII.— El arponeo

LXIII.— La horquilla

LXIV.— La cena de Stubb

LXV.— La ballena como plato

LXVI.— La matanza de los tiburones

LXVII.— Descuartizando

LXIX.— El funeral

LXX.— La esfinge

LXXI.— La historia del Jeroboam

LXXII.— El andarivel

LXXIII.— Stubb y Flask matan una ballena, y luego tienen una conversación sobre ella

LXXIV.— La cabeza del cachalote: vista contrastada

LXXV.— La cabeza de la ballena franca: vista comparada

LXXVI.— El ariete

LXXVII.— El Gran Tonel de Heidelberg

LXXVIII.— Cisterna y cubos

LXXIX.— La dehesa

LXXX.— El núcleo

LXXXI.— El Pequod encuentra al Virgen

LXXXII.— El honor y la gloria de la caza de la ballena

LXXXIII.— Jonás, considerado históricamente

LXXXIV.— El marcado

LXXXVI.— La cola

LXXXVII.— La gran armada

LXXXVIII.— Escuelas y maestros

LXXXIX.— Pez sujeto y pez libre

XC.— Cabezas o colas

XCI.— El Pequod se encuentra con el Capullo de Rosa

XCII.— Ámbar gris

XCIII.— El náufrago

XCIV.— Un apretón de manos

XCV.— La sotana

XCVI.— La destilería

XCVII.— La lámpara

XCVIII.— Estiba y limpieza

XCIX.— El doblón

C.— Pierna y brazo. El Pequod, de Nantucket, encuentra al Samuel Enderby, de Londres

CI.— El frasco

CIII.— Medidas del esqueleto del cachalote

CIV.— La ballena fósil

CV.— ¿Disminuye el tamaño de la ballena? ¿Va a desaparecer?

CVI.— La pierna de Ahab

CVII.— El carpintero

CVIII.— Ahab y el carpintero

CIX.— Ahab y Starbuck en la cabina

CX.— El Pacífico

CXI.— El herrero

CXIII.— La forja

CXIV.— El dorador

CXVI.— La ballena agonizante

CXVII.— La guardia a la ballena

CXVIII.— El cuadrante

CXIX.— Las candelas

CXXI.— Medianoche. Las almuradas del castillo de proa

CXXIII.— El mosquete

CXXIV.— La aguja

CXXV.— La corredera y el cordel

CXXVI.— La boya de salvamento

CXXVII.— En cubierta

CXXVIII.— El Pequod encuentra al Raquel

CXXIX.— La cabina

CXXX—. El sombrero

CXXXI.— El Pequod encuentra al Deleite

CXXXII.— La sinfonía

CXXXIII.— La caza. Primer día

CXXXIV.— La caza. Segundo día

CXXXV.— La caza. Tercer día

Epílogo

Herman Melville

Moby Dick

o la Ballena

En señal de admiración a un genio

este libro está dedicado a Nathaniel Hawthorne

I.— Espejismos

Llamadme Ismael. Hace unos años —no importa cuánto hace exactamente—, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustitutivo de la pistola y la bala. Con floreo filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, calladamente, me meto en el barco. No hay nada sorprendente en esto. Aunque no lo sepan, casi todos los hombres, en una o en otra ocasión, abrigan sentimientos muy parecidos a los míos respecto al océano.

Ahí tenéis la ciudad insular de los Manhattos, ceñida en torno por los muelles como las islas indias por los arrecifes de coral: el comercio la rodea con su resaca. A derecha y a izquierda, las calles os llevan al agua. Su extremo inferior es la Batería, donde esa noble mole es bañada por olas y refrescada por brisas que pocas horas antes no habían llegado a avistar tierra. Mirad allí las turbas de contempladores del agua.

Pasead en torno a la ciudad en las primeras horas de una soñadora tarde de día sabático. Id desde Corlears Hook a Coenties Slip, y desde allí, hacia el norte, por Whitehall. ¿Qué veis? Apostados como silenciosos centinelas alrededor de toda la ciudad, hay millares y millares de seres mortales absortos en ensueños oceánicos. Unos apoyados contra las empalizadas; otros sentados en las cabezas de los atracaderos; otros mirando por encima de las amuradas de barcos arribados de la China; algunos, en lo alto de los aparejos, como esforzándose por obtener una visión aún mejor hacia la mar. Pero ésos son todos ellos hombres de tierra; los días de entre semana, encerrados entre tablas y yeso, atados a los mostradores, clavados a los bancos, sujetos a los escritorios. Entonces ¿cómo es eso? ¿Dónde están los campos verdes? ¿Qué hacen éstos aquí?

Pero ¡mirad! Ahí vienen más multitudes, andando derechas al agua, y al parecer dispuestas a zambullirse. ¡Qué extraño! Nada les satisface sino el límite más extremo de la tierra firme; no les basta vagabundear al umbroso socaire de aquellos tinglados. No. Deben acercarse al agua tanto como les sea posible sin caerse dentro. Y ahí se quedan: millas seguidas de ellos, leguas. De tierra adentro todos, llegan de avenidas y callejas, de calles y paseos; del norte, este, sur y oeste. Pero ahí se unen todos. Decidme, ¿les atrae hacia aquí el poder magnético de las agujas de las brújulas de todos estos barcos?

Una vez más. Digamos que estáis en el campo; en alguna alta tierra con lagos. Tomad casi cualquier sendero que os plazca, y apuesto diez contra uno a que os lleva por un valle abajo, y os deja junto a un remanso de la corriente. Hay magia en ello. Que el más distraído de los hombres esté sumergido en sus más profundos ensueños: poned de pie a ese hombre, haced que mueva las piernas, e infaliblemente os llevará al agua, si hay agua en toda la región. En caso de que alguna vez tengáis sed en el gran desierto americano, probad este experimento, si vuestra caravana está provista por casualidad de un cultivador de la metafísica. Sí, como todos saben, la meditación y el agua están emparejadas para siempre.

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