—¡O cuando tu tren sale de Larborough sin que te hayan convocado aún! —sugirió ‘Thomas, quien evidentemente se veía asaltada por terribles premoniciones en las que se sentía nuevamente atrapada y sin empleo en su montañosa tierra natal.
Nash se sentó sobre sus talones y le sonrió a la señorita Pym.
—No es tan horrible como parece. Algunas de nosotras ya tenemos el futuro asegurado y ni siquiera llegamos a entrar en la competición. Hasselt, por ejemplo, pronto regresará a Sudáfrica para trabajar allí. Y las Discípulas en masse han decidido dedicarse al sector médico.
—Vamos a abrir una clínica en Manchester —explicó una de ellas.
—Una ciudad de reumáticos.
—¡Desbordante de deformidades!
—¡Y de dinero! —sentenciaron las otras tres al unísono.
Nash les sonrió con benevolencia.
—Yo pienso regresar a mi antiguo colegio como entrenadora. Y el Bollito... Desterro, por supuesto, no desea puesto alguno. Así que, en realidad, no quedan tantas que tengan que buscar trabajo.
—¡Y, bien pensado, si no vuelvo ahora mismo a mi cuarto a estudiar el hígado ni siquiera estaré cualificada cuando llegue la hora de ejercer! —exclamó Thomas, guiñando sus ojos pequeños y brillantes a causa del sol—. ¡Vaya manera de pasar una noche de verano!
Perezosamente, las chicas cambiaron de postura algo disconformes, mientras la charla aparentemente volvía a animarse. Sin embargo, la advertencia pareció hacer mella en las muchachas; una tras otra, comenzaron a recoger sus cosas para marcharse y, caminando lentamente por el jardín bañado por la luz del sol, daban la imagen de un puñado de niñitas desconsoladas. Pronto Lucy se quedó de nuevo a solas, disfrutando del dulce aroma de las rosas y del murmullo de los insectos en el cálido y radiante jardín.
Durante más de media hora permaneció sentada felizmente, contemplando cómo se desplazaban las sombras de los árboles sobre la hierba. Poco después llegó Desterro desde Larborough, caminando con parsimonia con la elegancia de una dama salida de la Rue de la Paix, lo cual le llamó especialmente la atención a Lucy después de haber tomado el té en compañía de aquel torbellino de chicas. Cuando vio a la señorita Pym, la joven se dirigió hacia ella.
—Y bien —dijo—, ¿ha tenido una velada provechosa?
—No esperaba obtener provecho alguno en una tarde como esta —respondió Lucy, haciendo gala de cierta coquetería—. Sin duda ha sido una de las tardes más hermosas que recuerdo.
Bollito de Nuez permaneció de pie contemplándola unos instantes.
—Creo que es usted una bellísima persona —dijo sin énfasis alguno. Y sin más se alejó caminando, sin prisa, hacia la casa.
De repente, Lucy se sintió joven y no le gustó en absoluto la sensación. ¡Cómo se atrevía aquella chiquilla con su vestido floreado a hacerla sentirse de nuevo como una simple muchacha alocada e ingenua!
Se levantó bruscamente y fue a ver a Henrietta para recordarle que ella era ni más ni menos que la señorita Pym, la flamante escritora del Libro, la que impartía doctas conferencias ante los más insignes representantes de las capas cultivadas de la sociedad, la que había impreso su nombre en la cubierta de Quién es quién y era considerada una autoridad por sus trabajos sobre la mente humana.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.