Dido,
reina de Cartago
Isabel Barceló Chico
ISBN: 978-84-16876-25-9
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Sobre el autor
Isabel Barceló Chico(Sax, Alicante) estudió en Alicante y Zaragoza y se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Valencia. Ha trabajado en campos tan diversos como los Servicios Sociales y el Patrimonio Histórico y Cultural –ambos en el Ayuntamiento de Valencia– y es autora de numerosos artículos profesionales y de opinión, así como de tres libros con vocación divulgativa del patrimonio histórico-cultural valenciano.
Conferenciante, articulista, colaboradora de diversos medios de comunicación, ha publicado numerosos relatos cortos en España y en México. En 2004 recibió la prestigiosa beca de literatura Valle-Inclán, concedida por el Ministerio de Asuntos Exteriores para una estancia en la Real Academia de España en Roma, donde investigaría sobre las mujeres que vivieron en esa ciudad a lo largo de su historia.
Es también creadora y administradora del blog literario Mujeres de Roma mujeresderoma.blogspot.com
Como novelista ha publicado La muchacha de Catulo(Evohé, 2013), finalista en los premios Hislibris en las categorías de Mejor novela histórica y Mejor escritora de 2013 y la novela juvenil Tope secreto. El secuestro de la luna(Amazon).
Índice
PRIMERA PARTE - UN TRONO EN PELIGRO PRIMERA PARTE UN TRONO EN PELIGRO
I.–Imilce y Karo
II.–Un sobresalto en la noche
III.–En el templo de Melqart
IV.–Peligro inminente
V.–La reina Dido toma una decisión
VI.–Comienzan los preparativos
VII.–Una equivocación
VIII.–Da comienzo el banquete
IX.–Los planes avanzan
X.–La hora crucial
XI.–Una maniobra peligrosa
XII.–Adiós a Tiro
SEGUNDA PARTE - VAGABUNDOS EN EL MAR
I.–Eneas y los dioses irrumpen en esta historia
II.–Aparece un personaje misterioso
III.–Vuelta al mar
IV.–La reina Dido arriba al puerto de Rodas
V.–Un encuentro poco ordinario
VI.–Una situación difícil
VII.–Empiezan las negociaciones con el gobierno de Rodas
VIII.–Una predicción oracular
IX.–Cambio de rumbo
TERCERA PARTE - LA PIEL DE TORO
I.–La memoria común
II.–Una acción poco gloriosa
III.–La reina llega a una playa arenosa
IV.–Primer encuentro con el rey de los libios
V.–Señales desfavorables
VI.–Compás de espera
VII.–Un regalo mezquino
VIII.–Regreso al campamento
IX.–A la búsqueda de soluciones
X.–El problema de Dido
XI.–El nacimiento de la Ciudad Nueva
CUARTA PARTE - ENCUENTRO EN CARTAGO
I.–Una nueva etapa
II.–Se deciden las pinturas del templo de Juno
III.–La reina se resiste al matrimonio
IV.–Los dioses forjan el destino de Dido y Eneas
V.–Pintura de Eneas huyendo de Troya
VI.–La diosa Venus se compadece de su hijo Eneas
VII.–El troyano Eneas llega a Cartago
VIII.–Eneas decide espiar a la reina Dido
IX.–Eneas y la reina Dido se encuentran por primera vez
X.–Dido da la bienvenida a Eneas
XI.–La reina Dido inicia los preparativos del banquete en honor de Eneas
XII.–La diosa Venus comienza a ejecutar sus planes
XIII.–El dios Cupido obedece las instrucciones de su madre Venus
XIV.–Sigue el banquete en honor de los troyanos
XV.–Eneas relata a la reina Dido la destrucción de Troya
XVI.–Eneas concluye el relato del fin de Troya
XVII.–La Reina Dido experimenta los efectos de la flecha de Cupido
XVIII.–Venus y Juno trazan planes juntas
XIX.–Dido y Eneas consuman su amor
XX.–La reina Dido se declara enamorada de Eneas
QUINTA PARTE - TRAICIÓN
I.–El amor de Dido no da fruto
II.–Aparecen más nubes en el horizonte
III.–La sobrina del sacerdote de Hércules ataca
IV.–Discusiones y malestares en torno a la reina Dido
V.–Cambios en la vida de la reina Dido
VI–La reina Dido se queda esperando a Eneas
VII.–Los planes de Eneas son descubiertos por Dido
VIII.–La situación se agrava entre Dido y Eneas
IX.–Última tentativa
X.–Imilce para los pies al poeta Trailo
XI.–Eneas abandona Cartago
XII.–La reina Dido experimenta una gran desazón
XIII.–Dido burla por última vez a Yarbas
XIV.–La señora Imilce y Karo ponen punto final
NOTA DE LA AUTORA
DRAMATIS PERSONAE
AGRADECIMIENTOS
A mi madre.
A todas las personas que se han visto obligadas a huir de su patria para emprender una nueva vida.
PRIMERA PARTE
UN TRONO EN PELIGRO
I.–Imilce y Karo
Me gusta bajar a la playa al atardecer, cuando los pájaros regresan al nido y sus alas se recortan oscuras contra el cielo rosáceo. Hundo los pies descalzos en el agua y dejo a las ondas acariciarme los tobillos. Me hace bien sentir su mansedumbre, oír el griterío de las aves y ver difuminarse en el horizonte la línea que separa mar y cielo. Pocas cosas desasosiegan tanto a una anciana como contemplar el mundo suspendido entre dos luces. A mí, sin embargo, no me atemoriza. Quizá porque es el momento del día más propicio a los recuerdos y, apenas se los convoca, acuden con rapidez.
–Vinieron por allí –le digo a Karo extendiendo el brazo hacia la derecha, en un gesto carente de precisión.
–Me lo has dicho mil veces, señora Imilce –me responde con cierto descaro–. Sal ya del agua, se te van a arrugar los pies.
–¿Más aún? Anda, tráeme el lienzo para secarme. Y recuerda lo que te he dicho. ¿Lo has anotado en la tablilla?
No es mal chico y, según afirma su mentor, tiene buena letra. No pido mucho más: eso, y que sea diligente a la hora de pasar los apuntes a un rollo de papiro para después corregirlos. Algunas personas opinan que pierdo el tiempo. Por ejemplo, mi nuera. Yo le respondo: ¿para qué querría ahorrar tiempo una vieja como yo? ¿Se detendría acaso si me sentase ociosa junto al fuego o pasara las horas quejándome de los mil dolores que me afligen? Ella no me contesta, claro, aunque me dirige comentarios sarcásticos cuando regreso a casa después de mi paseo vespertino. No lo entiende.
Si los dioses me hubieran concedido una hija o una nieta, no me tomaría tanto trabajo: desde niñas les habría repetido una y otra vez la historia de nuestra reina Dido y su fatal encuentro con el príncipe troyano Eneas, como hizo conmigo mi abuela. Con mis hijos ha sido imposible. Son capaces de reproducir, uno por uno, todos los movimientos que han visto en un combate de lucha griega; no se les olvida la lista de los enemigos de Cartago, pero ¡ay! no les interesa conocer a fondo el origen de esas enemistades. Un error que pagaremos en el futuro, porque cuando la bruma del tiempo borre el recuerdo de aquella primera ofensa, no se podrá medir su importancia ni ponderarse si es razonable o no mantener la discordia. El olvido, en estos asuntos, sólo consigue hacer interminable el reguero de agravios.
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