Osorio, Amilcar
La ejecución de la estatua / Amilcar Osorio. -- Medellín: Editorial EAFIT, 2018
244 p.; 24 cm. -- (Letra x letra)
ISBN : 978-958-720-494-0
1. Novela colombiana. I. Arbeláez, Jotamario, 1940- pról. II. Tít. III. Serie
C863 cd 23 ed.
O837
Universidad EAFIT - Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas
La ejecución de la estatua
Primera edición: abril de 2018
© Amílcar Osorio
© Editorial EAFIT
Carrera 49 # 7 Sur - 50, Medellín. Tel. 261 95 23
http//www.eafit.edu.co/fondo
Correo electrónico: fonedit@eafit.edu.co
ISBN: 978-958-720-494-0
© De la Presentación, Eduardo Escobar
© Del Prólogo, Jotamario Arbeláez
© Del Epílogo, Juan José Cadavid Ochoa
Coordinación y nota editorial: Felipe Restrepo David
Asesoría: Eduardo Escobar y Jotamario Arbeláez
Corrección y cotejo: Álvaro Molina
Apoyo: María Adelaida Chaverra Restrepo
Diseño y diagramación: Editorial Artes y Letras S.A.S.
Imágenes de carátula y guardas: Foto cortesía de Eduardo Escobar, Imagen de Shutterstock
Universidad EAFIT | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto Número 759, del 6 de mayo de 1971, de la Presidencia de la República de Colombia Reconocimiento personería jurídica: Número 75, del 28 de junio de 1960, expedida por la Gobernación de Antioquia Acreditada institucionalmente por el Ministerio de Educación Nacional, mediante Resolución 1680 del 16 de marzo de 2010.
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la editorial
Editado en Medellín, Colombia
Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions
stanza
en los muros blancos yace la sombra de la fuente que viene desde el patio, su agua insurgente que refrescara la galería.
en la hornacina está olvidada la cabeza en yeso de un muchacho, una caja sin fósforos, una cadena pequeña.
el piso cruje en las horas de la tarde.
Amílcar Osorio
Eduardo Escobar
La ejecución de la estatua es una novela singular primero que todo. Como corresponde al más singular de los escritores del nadaísmo que es su autor. Quizás sea necesario situarla dentro de las llamadas novelas colombianas de la violencia. Y quizás es necesario decir también que no se parece a ninguna de las conocidas dentro de ese subgénero.
Amílcar Osorio rehuyó lo sensiblero, lo obvio, lo fácilmente conjeturable. Y en consecuencia su libro, que en efecto habla y describe ese período deprimente de la historia del siglo veinte colombiano, pretende ser al mismo tiempo el admirable ejercicio de estilo de un muchacho que junto a gonzaloarango, como entonces se firmaba, inventó el nadaísmo en la ciudad más pacata de Colombia, enorme sepulcro blanqueado entonces y ahora.
El relato adopta una variante joyciana del tiempo que consiste en restringir, exprimir y comprimir un presente sin fondo, el presente, mejor dicho. Supongo que la novela transcurre en el Jericó de la Madre Laura y de Manuel Mejía Vallejo, y que cuenta un solo día, como el libro máximo de Joyce, o en todo caso el más famoso de sus poemas: un solo día atroz, como inventado por el diablo.
La novela también debe considerarse como una manera de ostentar la ambigüedad de una personalidad. Conocí bien a Amílcar, nos quisimos entrañablemente desde que éramos dos adolescentes descentrados en la ciudad de Medellín, sin destino y sin ganas de nada, al borde del comienzo de la década de los 60. Y porque lo conocí puedo afirmar, me siento autorizado, que le gustaba lo ambiguo, y sobre todo posar de ambiguo, porque a veces podía ser tierno y claro, y las cosas de doble fondo.
Debo decir antes de que el lector lo descubra por sí mismo que el título de la novela no alude a la creación de una estatua, no existe una ejecución de la estatua, sino más bien a su fusilamiento. Que otros se encarguen de indagar si el libro es una metáfora del complejo de Edipo de Rubén Amílcar Osorio, como creo que en realidad se llamaba. El hecho es que a lo largo del día de mercado de menjunjes de indios y de verduleros y carniceros, y farmacopistas y músicos y soldados, como era en esos pueblos de Antioquia de la segunda infancia del autor, el hecho es que a lo largo del día que cuenta el libro, se prepara la destrucción de la estatua, más bien. El destrozo de la estatua culmina, libera el agobio que es también un placer, el placer de la poesía.
Y juro que mi encomio no está comandado por el amor que siento por este nombre, uno de los muertos de mi predilección. Y que no estoy mintiendo si digo que Amílcar Osorio tenía algo de genio: en todo caso poseyó el genio de la tristeza que nos privó de una obra más vasta porque a veces asumía la forma de la indolencia y el pesimismo radical. Y el genio del amor: porque eso fue lo que más buscó este solitario que a veces escribía cosas como La ejecución de la estatua, para no reventar en el asco de la soledad, que refinó en sus lecturas de Heidegger y Sartre y Abagnano, un autor que trajinamos juntos en una adolescencia remota.
A pesar de los cuentos y de las colecciones de poemas inéditos casi todos todavía, a sus amigos nos hubiera gustado conocer más de su capacidad creadora. Por lo pronto solo queda agradecerle este libro extraño sobre la violencia que jamás llora ni cae en lo patético mientras al mismo tiempo explora el lenguaje popular y el lenguage refinado como por ejemplo al hacer el censo de los instrumentos musicales de ese día infeliz que nos cuenta.
PRÓLOGO
Amílcar, el personaje
Jotamario Arbeláez
Uno de los elementos impactantes del primer nadaísmo fue la firma de su segundo fundador, Amílkar-U, tanto como su deslumbrante poema “Plegaria Nuclear de un coca-colo”. Tal vez por ello nos rebautizamos Jaime Jaramillo y yo, X-504 y J. Mario. Gonzalo nos rompió lo que escribiéramos hasta entonces y U nos señaló cómo continuar.
Muchos de los observadores y seguidores del Nadaísmo sostienen que el exseminarista de Jericó, nacido de padres antioqueños en Santa Rosa de Cabal y en el presente el menos divulgado de la pandilla –aunque para los que lo conocen o lo recuerdan es un autor de culto–, fue el mejor de todos nosotros. El más culto, el más talentoso, el más ambicioso. El excéntrico. Y eso que todos, desde un comienzo, aupados por el “profeta”, quien de esa manera nos capturó de por vida, nos sentíamos pichones de genio. Genios brutos. Que ya tendríamos tiempo de cultivarnos.
A los diecinueve años parecía haber leído todos los libros, por lo menos los que afanó de la Librería Aguirre, donde se desempañaba como librero precoz. Y donde descubrió para sus amigos a Maikovski y a Marinetti, mientras en la intimidad se solazaba con Wallace Stevens y con John Donne. De la lectura de la joven escandalosa francesa Françoise Sagán adoptó el seudónimo de Claudia Santamaría, de quien publicó una serie de cuentos deslumbrantes en la revista Cromos.
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