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Björn Larsson: Long John Silver

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Björn Larsson Long John Silver

Long John Silver: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Quién no recuerda a Long John Silver, el famoso Pata de Palo de La isla del tesoro? Espíritu rebelde, audaz y mujeriego, el intrépido marino surcó los mares a las órdenes de piratas tan temidos como England o Flint, contrabandeó en las costas de Francia y fue vendido como esclavo en las Antillas, convirtiéndose en el personaje más carismático y controvertido de R. L. Stevenson. Este hombre seductor, capaz de mil traiciones y siempre dispuesto a pactar para sobrevivir, nos cuenta ahora su intensa vida desde su retiro en la isla de Madagascar: así es como la magia de la letra impresa consigue hacernos llegar una autobiografía imposible y sin embargo tan real como las mejores páginas de la buena literatura. Björn Larsson, escritor y navegante, es el autor de este doble salto mortal que nos regala la voz de Pata de Palo para que él mismo nos diga la verdad, y nada más que la verdad, sobre sus andanzas de hombre y marinero.

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– ¿Se cayó?

Era muy poco descriptivo. Una bala había dado en la base del palo mayor y lo había hecho astillas, de tal manera que cayó derribado por la borda con un ruido ensordecedor. Cuando se rasgó la vela mayor, restalló como un enorme latigazo. Varios de sus artilleros dieron su último grito cuando la vela los arrastró al mar.

– Sí, bueno, se rompió -añadió John, como si estuviese mejor dicho.

– ¿Y después? -dije.

– Después, toda la tripulación del Walrus se aprestó en la borda. Todos llevaban mosquetes, sables y ganchos para el abordaje. Todos gritaban.

– ¿Por qué gritaban?

– Para asustar al enemigo -dijo John muy seguro de sí mismo.

Aquello era algo que creía saber con seguridad.

– Bien -contesté-. Pero pudiera ser que chillaran como gallinas porque tenían tanto miedo que se estaban cagando encima.

John me miró sorprendido.

– ¿No son valientes todos los del Walrus? -preguntó.

No le contesté. También tenía que aprender a pensar por sí mismo.

– ¿Y después? -le pregunté de nuevo-. ¿Qué pasó después?

John dudó.

– Después no sé exactamente lo que pasó. El otro barco viró de pronto antes de que pudiéramos lanzarnos al abordaje. Alguien dijo que les hizo virar de proa su mástil caído al agua. Y entonces nos dispararon también en un costado. Murieron varios de los nuestros, y al señor Silver le alcanzaron en la pierna. Después, nosotros nos lanzamos al ataque y todos nuestros hombres saltaron a bordo para luchar cuerpo a cuerpo. No tardaron mucho en arriar la bandera.

– Espera un poco -le interrumpí-. Esto es importante, así que escucha con atención. Has dicho que todos los hombres del Walrus estaban en el abordaje. ¿Estás seguro de que estaban todos, absolutamente todos?

– El segundo de a bordo no, el señor Bones. Controlaba el timón y estuvo gobernando el barco en todo momento.

– Sí, es verdad. Pero aparte del señor Bones, que estaba en el puente, ¿no había nadie más que estuviera en cubierta, detrás de nosotros? ¡Piénsalo bien!

– No -empezó John, pero se detuvo-. Sí, en realidad había uno que no estaba en el abordaje.

– ¿Quién era? -pregunté intentando ocultar lo que sentía.

– Deval, el francés -dijo John.

– ¿Estás seguro? -pregunté, aunque yo ya sabía que John estaba en lo cierto.

El muchacho debió de notar algo en mi voz porque tardó un poco en responder.

– Sí, estoy seguro -añadió después.

Suspiré profundamente y lo envolví en un abrazo.

– Así me gusta, como hombres de verdad -dije, mientras él resplandecía de orgullo. Luego lo solté y enseguida añadí-: Ha sido un bonito relato. Ahora vas a oír un consejo del viejo Silver, que ha vivido mucho. Aprende a relatar historias. Aprende a inventar y a mentir. Así, siempre te irá bien. Quedarse callado y sin respuesta es lo peor que le puede pasar a una persona… si es que aspiras a ser una persona, naturalmente. Si no, no tiene demasiada importancia.

John asintió con la cabeza.

– Ahora quiero estar solo un rato -continué-. Quiero quedarme sentado aquí yo solo y mirar la luna y las estrellas. Te puedes acostar. Hoy has trabajado mucho, tan cierto como que me llamo Silver.

– Gracias -dijo John sin saber en realidad por qué daba las gracias.

Le miré y me eché hacia atrás. Supongo que me había salvado la vida. No sé si a la larga hubiera podido soportar no saber quién había intentado matarme por la espalda. Todos creían que había sido el costado del barco enemigo el que había destrozado mi pierna. Sólo yo sabía que la bala me había dado después de golpearme contra el costado del barco enemigo. Fue quizá cuestión de segundos, pero ocurrió más tarde. Deval, esa rata cobarde, ese que una vez quiso ser amigo mío, me disparó por la espalda. Fue una suerte para Long John Silver que el viejo Walrus se inclinara cuando nos lanzamos al abordaje. De lo contrario, hubiera muerto yo y conmigo mi historia, como les ha pasado a tantos de nuestro gremio, por una tontería de nada.

Cerré los ojos y esperé a que llegara el día.

A la mañana siguiente fui cojeando hasta el camarote de Flint y entré sin llamar. Estaba acostado con la dama.

– ¡Pero bueno, si es Silver! ¿Qué, de paseo? -preguntó con su habitual humor macabro.

– Se hace lo que se puede, Flint -me limité a responder.

Flint esbozó una sonrisa y echó una mirada intencionada a la mujer que estaba a su lado.

– Silver es el único de a bordo que tiene lo que hay que tener -dijo Flint-. Por suerte no sabe de navegación, sino él sería el capitán y yo el contramaestre. ¿No es verdad, Silver?

– Quizá. Pero venía para otro asunto que nada tiene que ver con mis excelencias.

Flint se dio cuenta de que hablaba en serio y se incorporó en la cama. Su pecho velludo parecía más bien la piel de un zorro. Le expliqué tranquilamente lo que había pasado, aunque tuve buen cuidado de que no se me notase la ira. Flint escuchó con la misma tranquilidad, mientras la mujer no podía apartar la vista del muñón enrojecido de mi pierna. La sangre había vuelto a empapar el vendaje que me había puesto el médico aquella misma mañana.

– Pienso castigarlo yo mismo -dije para acabar-. Con la venia, naturalmente.

– Claro -dijo Flint sin pensarlo, cosa que en él no era de extrañar-. Claro -repitió-. Pero ¿cómo? Eso sí me gustaría saberlo.

Vi dibujarse en sus labios una sonrisa esperanzada.

– ¿Con esa pierna? -añadió Flint extrañado.

– ¡No te preocupes! Se trata de un cobarde del que podría dar cuenta sin una pierna y con un solo brazo, si hiciera falta.

– Estoy seguro -dijo Flint sinceramente.

Para él no era nada anormal imaginar que una persona pudiera vivir y luchar sin brazos ni piernas.

– ¿Desembarcamos por la tarde, como estaba previsto? -pregunté más bien afirmándolo.

– Sí -dijo Flint-, tal como se decidió en la reunión. Desembarcamos con toda la comida y el ron que saqueamos del Rose. Y después comemos y bebemos hasta caernos redondos. Como siempre. Ningún cambio.

– Bien. Yo me encargo del espectáculo.

Flint le dio un empujón con el codo a la delgada y desnuda mujer.

– No te decepcionará -le dijo-. Te lo prometo. Conozco a mi Silver.

Ella seguía mirando fijamente mi pierna, aunque lo que de verdad me asombraba fue que no estuviera aterrada por haber pasado la noche con Flint. Quizá tuviera a pesar de todo alguna cualidad. En tal caso sería la única, aparte de que sabía navegar y dirigir como nadie una banda de abordaje. Todavía no entiendo cómo pudo aprender navegación. Flint era astuto, ya lo creo que lo era, pero pensar no era lo suyo, a menos que se tratara de un asunto de vida o muerte.

Desembarcamos a última hora de la tarde en tres barcazas y un bote. Íbamos todos. Para recuperar fuerzas, yo me había pasado el día tranquilamente tumbado en la cubierta, que baldearon mientras tanto para limpiar la sangre del día anterior. Los cadáveres ya habían sido arrojados por la borda. Un grupo se dedicó a transportar el botín del Roseof Walrus. Había un vocerío tremendo por cada moneda de oro y por cada joya que llegaba a bordo. Yo estaba tumbado, con los ojos entornados, pero siguiendo todos los movimientos. Deval pasó por delante de mí varias veces sin querer verme, sin honrarme con una mirada.

– Deval -lo llamé una de las veces que pasaba por allí cerca.

Se paró y me miró con los ojos llenos de odio. Pero a la vez tenía miedo, como suele pasarles a esos individuos que no carecen sin embargo del valor de ser independientes.

– Buen botín, Deval -le dije y le dediqué mi mejor sonrisa, una de esas que pueden fundir el hielo.

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