Había improvisado un servicio de comedor con aquellos dos muchachos italianos de Bordighera cuyas familias estaban instaladas en Mónaco. El mayor, más avispado, se apellidaba Pistola, y trataba despóticamente á su compañero, largándole hipócritas patadas y coscorrones en pleno comedor cuando el coronel estaba de espaldas. Atilio, por la atracción del consonante, había apodado Estola al compañero de Pistola, y todos en la casa aceptaban el nombre, hasta el propio interesado.
– ¡Lo que me ha costado adecentarlos y educarlos! – gemía Toledo – . Y ahora parece que los van á llamar de Italia para que sean soldados… ¡Más hombres á la guerra! ¡Hasta estos chicuelos, que aún no tienen la edad!.. ¿Qué haremos cuando se vayan Estola y Pistola?
Muchas noches, á la hora de comer, sufría quebrantos la disciplina de la comunidad. El primero que faltó fué Spadoni. Llegaba después de media noche, diciendo que había comido con unos amigos. Otras veces no volvía; y transcurridos varios días, se presentaba tranquilamente, como si hubiese salido horas antes, con la serena inconsciencia de un perrillo vagabundo. Nadie podía saber con certeza dónde había estado. El mismo lo ignoraba. «Encontré á unos amigos…» Y en el curso de media hora, estos amigos eran los ingleses de Niza ó una familia de Cap-Martin, como si hubiese vivido en los dos lugares al mismo tiempo.
Atilio también faltaba. Un compañero de juego le había enseñado en el Casino los pequeños cartones partidos en columnas que sirven para marcar las alternativas del «rojo» y el «negro». Varias damas extraían de sus sacos de mano, entre el pañuelo, la caja de polvos, el lápiz para los labios, los billetes de Banco y las fichas de diversos colores, que son el dinero del juego, unos documentos de igual clase. Todos los textos estaban acordes. Por la mañana y por la tarde perdían los «puntos» y ganaba la casa; pero á partir de las ocho de la noche, una fortuna loca sonreía á los jugadores. Las estadísticas no podían ser más claras: imposible la duda. Y Castro renunciaba á la buena mesa de Villa-Sirena, contentándose con un bock
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