Blake Pierce - La cara de la muerte

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"UNA OBRA MAESTRA DE THRILLER Y MISTERIO. Blake Pierce hizo un magnífico trabajo desarrollando personajes con un lado psicológico tan bien descrito como para sentirnos dentro de sus mentes, seguimos sus miedos y queremos que tengan éxito. Lleno de vueltas de tuerca, este libro te mantendrá alerta hasta el final de la última página”
–– Libros y reseñas de películas, Roberto Mattos (sobre Una vez desaparecido)
LA CARA DE LA MUERTE es el libro número 1 de una nueva serie de thriller del autor de best-sellers, Blake Pierce, cuyo primer libro, Una vez desaparecido (Libro número 1) (de descarga gratuita), tiene más de 1.000 críticas de cinco estrellas.
La Agente Especial del FBI, Zoe Prime, sufre de una rara enfermedad que también le da un talento único: ve el mundo a través de una lente numérica. Los números la atormentan, la hacen incapaz de relacionarse con la gente y hacen que su vida romántica sea un fracaso, pero también le permiten ver patrones que ningún otro agente del FBI puede ver. Zoe mantiene su condición en secreto, y se encuentra avergonzada por temor a que sus colegas se enteren.
Sin embargo, cuando un asesino en serie ataca en la región del Medio Oeste de Estados Unidos, estrangulando mujeres en lugares remotos y aparentemente al azar, por primera vez, Zoe se queda perpleja. ¿Hay un patrón? ¿Puede no haber ningún patrón en absoluto?
¿O este asesino está tan obsesionado con los números como ella?
En una loca carrera contra el tiempo, Zoe deberá entrar en la mente diabólica de un asesino que siempre parece estar un paso por delante de ella, y debe evitar que consiga su próxima víctima antes de que sea demasiado tarde. Al mismo tiempo, debe mantener a raya sus propios demonios, que pueden resultar aún más amenazadores.
Un thriller lleno de acción con un suspenso desgarrador, LA CARA DE LA MUERTE es el libro número uno de una nueva y fascinante serie que te dejará pasando las páginas hasta bien entrada la noche.
Los libros 2 y 3 de la serie, LA CARA DEL ASESINATO y LA CARA DEL MIEDO, también están disponibles para preventa.

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Aquí se habían detenido, justo al lado de unos pocos caramelos dispersos que llenaban el suelo, tal vez de una entrega donde uno se había roto o de un niño torpe. La mujer había girado allí para mirar al hombre, antes de seguir su camino y apurarse hacia una puerta en la parte trasera del edificio.

Todavía había una llave colgando de la cerradura que se balanceaba ligeramente de vez en cuando con la brisa. Allí el suelo estaba ligeramente raspado, era donde la víctima se había parado para girar la llave en la cerradura y luego se fue corriendo.

Sus pasos en retirada mostraban una zancada mucho más larga, un paso más rápido. Casi había estado corriendo, tratando de escapar y volver a la tienda. ¿Tenía miedo? ¿Tenía frío en la oscuridad? ¿Sólo quería volver a su mostrador?

El hombre la había seguido. No inmediatamente; había una hendidura aquí, un raspón de tierra levantada en el borde de una huella de un talón donde se había girado lentamente para mirarla. Luego la había perseguido con lo que probablemente era un paso fácil y ligero, acercándose directamente a ella, cortando su camino para alcanzarla en la esquina.

Ahora llegó nuevamente al desorden. Zoe se puso en cuclillas sobre sus talones, examinándolo más de cerca. El suelo estaba profundamente alterado aquí, las marcas de raspones dejaban ver claramente donde la víctima había pateado para intentar conseguir unos segundos más. Lo más visible era la huella más pesada de los zapatos del hombre, donde él debe haberla levantado un poco para estrangularla con su propio peso.

El cuerpo ya había sido retirado, pero la sangre hablaba por sí misma.

Debió haber sido rápido; ella no pudo luchar por mucho tiempo.

Zoe se asomó para ver más de cerca las huellas del culpable masculino. Lo que era interesante era su apariencia. Ella había podido distinguir un patrón débil en las marcas dejadas por la víctima, lo suficiente como para darle una idea de la marca y el estilo cómodo del zapato, pero sus huellas eran sólo un contorno vago, una impresión de un talón en su mayor parte.

Zoe volvió sobre sus propios pasos, comprobando a medida que avanzaba. Sólo había dos lugares donde podía distinguir los pasos del asesino: cerca de la puerta, donde había esperado, y aquí, en el momento de la muerte. En ambos casos, todas las marcas de identificación, incluyendo el largo y el ancho del zapato, habían sido borradas.

En otras palabras, él había limpiado sus huellas.

–¿No quedaba ninguna evidencia física aparte del cuerpo? ―le preguntó Zoe al guardia, que aún no se había movido de su posición junto a la puerta.

Tenía los pulgares enganchados en las trabillas del cinturón, los ojos entrecerrados mirando en ambas direcciones del camino.

–No, señora ―dijo.

–¿No hay folículos capilares? ¿Huellas de neumáticos?

–Nada que podamos adjudicar al agresor. Parece que borró todas las huellas de neumáticos del estacionamiento, no sólo las suyas.

Zoe se mordió el labio inferior mientras pensaba. Él podría estar eligiendo sus víctimas al azar, pero estaba lejos de ser solo un loco. Shelley lo había dicho, él tenía el control. Más que eso, era paciente y meticuloso. Incluso los asesinos que planificaban sus ataques no solían ser tan buenos.

El tono de llamada de Zoe retumbó en la tranquilidad del camino vacío, haciendo que el guardia se sobresaltara.

–Agente Especial Prime ―respondió ella automáticamente, sin siquiera mirar en la pantalla quien la llamaba.

–Z, tengo una pista. Un exesposo maltratador ―dijo Shelley. Ella no se andaba con rodeos. Su tono era apresurado, excitado. Era la emoción de la primera pista. ―Parece que el divorcio estaba a punto de terminar. ¿Quieres venir a recogerme y vamos a investigar eso?

–No hay mucho que ver aquí ―respondió Zoe. No tenía sentido que ambas investigaran la escena, si había otras pistas que seguir. Además, tenía la sensación de que Shelley no quería ver el lugar donde una mujer había perdido la vida. Todavía estaba un poco verde en muchos sentidos. ―Te pasaré a buscar en veinte minutos.

***

―¿Dónde estuvo anoche? ―presionó Shelley, inclinándose para que el tipo sintiera que era su pequeño secreto.

–Estaba en un bar ―gruñó él―. Se llama Lucky's, está en el lado este de la ciudad.

Zoe apenas estaba escuchando. Ella sabía desde el momento en que entraron que este no era su asesino. Quizás al exmarido le gustaba que su autoridad tuviera peso cuando se casaron, pero ese era exactamente el problema: su peso. Era al menos 45 kilos más pesado de lo que debería ser para dejar esas huellas, y además era demasiado bajo. Tenía la altura necesaria para someter a su esposa, una mujer más pequeña que sin duda había sufrido a causa de sus puños muchas veces. Podía adivinar que él medía aproximadamente un metro sesenta y ocho o setenta. Y no era lo suficiente para levantarla así.

–¿Alguien puede verificar que usted estuvo allí? ―preguntó Shelley.

Zoe quería detenerla, evitar más pérdidas de tiempo. Pero no dijo nada. No quería tratar de explicar algo que era tan obvio para ella como que el cielo era azul.

–Estaba inconsciente ―dijo, lanzando su mano al aire en un gesto de frustración―. Revisa las cámaras. Pregúntale al barman. Me echó de allí mucho después de la medianoche.

–¿El barman tiene un nombre? ―preguntó Zoe, sacando una libreta para tomar nota. Al menos sería algo que podrían verificar fácilmente. Anotó lo que él le dijo.

–¿Cuándo fue la última vez que vio a su exmujer? ―preguntó Shelley.

Él se encogió de hombros, sus ojos se movieron de lado a lado mientras pensaba.

–No lo sé. La perra siempre se interponía en mi camino ―dijo―. Supongo que hace unos meses. Se estaba poniendo muy nerviosa por la pensión alimenticia. No le hice algunos pagos.

Shelley estaba visiblemente enfadada por la forma en la que hablaba. Había algunas emociones que a Zoe le resultaban difíciles de leer, cosas esquivas que no sabía nombrar o que venían de fuentes con las que no se podía identificar. Pero la ira era fácil. La ira podría ser una luz roja intermitente, y eso era lo que estaba demostrando la expresión de Shelley en ese momento.

–¿Considera que todas las mujeres son una molestia, o sólo las que se divorcian de usted después de un maltrato violento?

Los ojos del hombre prácticamente se le salieron de la cabeza.

–Oye, mira, no puedes…

–Usted tiene antecedentes de maltrato contra Linda, ¿no? ―Shelley lo interrumpió antes de que pudiera terminar―. Vimos en su historial que ha sido arrestado por varias quejas de violencia doméstica. Parece que tenía el hábito de golpearla hasta dejarla con moretones.

–Yo… ―dijo el hombre sacudiendo la cabeza, como si tratara de despejarla―. Nunca la lastimé de esa manera. Nunca fue tanto. No la mataría.

–¿Por qué no? Seguramente quería librarse de esos pagos de pensión alimenticia ―presionó Shelley.

Zoe se puso tensa, sus manos se cerraron en puños. Si pasaba más tiempo ella iba a tener que intervenir. Shelley se dejaba llevar, su voz subía de tono y volumen al mismo tiempo.

–No los he estado pagando de todas formas ―señaló. Sus brazos estaban cruzados a la defensiva sobre su pecho.

–Así que, tal vez sólo perdió el control una última vez, ¿es eso? ¿Quería hacerle daño, y fue más lejos que nunca?

–¡Detente! ―gritó él perdiendo la compostura. Puso sus manos sobre su cara inesperadamente, y las dejó caer para revelar la lágrimas que habían escapado de sus ojos hacia sus mejillas. ―Dejé de pagar la pensión alimenticia para que viniera a verme. La extrañaba, ¿de acuerdo? La perra tenía un poder sobre mí. Salgo y me emborracho todas las noches porque estoy solo. ¿Es eso lo que quieren oír? ¿Es eso?

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