Blake Pierce - Casi Perdida

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CASI PERDIDA (LA NIÑERA—LIBRO #2) es el segundo libro de la nueva serie de suspenso psicológico por el autor bestseller Blake Pierce, cuyo libro gratuito y exitoso UNA VEZ DESAPARECIDO (Libro #1) ha recibido más de 1.000 opiniones de cinco estrellas.
Cuando un hombre divorciado, de vacaciones en la campiña británica, publica un aviso solicitando una niñera, Cassandra Vale, de 23 años, en bancarrota y aún reponiéndose del fracaso de su último empleo en Francia, acepta el trabajo sin vacilar. Adinerado, guapo y generoso, con dos dulces hijos, ella cree que nada puede salir mal
¿O quizás sí?
Disfrutando lo mejor que Inglaterra tiene para ofrecer, y con Francia fuera de vista, Cassandra se atreve a creer que al fin puede tomarse un respiro…hasta que una revelación sorprendente la obliga a cuestionarse las certezas de su tumultuoso pasado, su jefe y su propia cordura.
Un misterio fascinante, repleto de personajes complejos, varios secretos, giros dramáticos y suspenso vibrante, CASI PERDIDA es el libro #2 de la serie de suspenso psicológico que hará que devore las páginas hasta la madrugada.
¡El libro #3 de la serie—CASI MUERTA—ya se puede reservar!

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En cuyo caso, sería mejor manejarlo de manera más delicada.

Observó rápidamente a Dylan, que hojeaba el menú y parecía totalmente despreocupado.

Madison también parecía haber superado su arrebato de furia. Parecía satisfecha con el modo en que el asunto había sido manejado, luego de rechazar el dulce robado y decirle a Dylan lo que pensaba. Ahora estaba concentrada leyendo las descripciones de la amplia variedad de batidos.

–Bueno —dijo Cassie—, Dylan, entrégame todos los dulces que robaste. Vacía tus bolsillos.

Dylan hurgó en su chaqueta y sacó cuatro bastones y un paquete de delicias turcas.

Cassie observó el pequeño montón.

No se había robado mucho. Este no era un robo a gran escala. El problema era que él los había robado y que no pensaba que fuese algo malo.

–Voy a confiscar esos dulces porque no está bien tomar algo sin pagar. La vendedora puede estar en problemas si el dinero de la caja no coincide con las existencias. Y tú podrías haber terminado con un problema mayor. Todas esas tiendas tienen cámaras.

–Está bien —dijo él con aburrimiento.

–Voy a tener que contárselo a tu padre, y veremos qué decide hacer él. Por favor, no vuelvas a hacer esto, no importa si estás intentando ayudar, o si crees que el mundo es injusto contigo, o si estás triste por problemas familiares. Eso podría tener serias consecuencias. ¿Entiendes?

Tomó los dulces y los guardó en su bolso.

Observó a los niños y vio que Madison, que no necesitaba la advertencia, parecía bastante más preocupada que Dylan. Él la miraba de una forma que solo podía interpretar como desconcierto. Apenas asintió, y ella supuso que eso era todo lo que iba a conseguir.

Había hecho lo que había podido. Todo lo que podía hacer ahora era informarle a Ryan y dejar que él prosiguiera.

–¿Estás pensando en un batido, Madison? —Le preguntó.

–El chocolate no falla —le aconsejó Dylan, y así de golpe la tensión se disipó y volvieron a la normalidad.

Cassie sentía un alivio desmesurado por haber podido manejar la situación. Se dio cuenta de que le temblaban las manos, y las escondió debajo de la mesa para que los niños no lo notaran.

Siempre había evitado las peleas, porque le traía recuerdos de las veces en las que había sido una participante involuntaria e inútil. Recordaba escenas fragmentadas de rugidos y gritos de rabia pura. Cuando había platos rotos, se escondía debajo de la mesa del comedor y sentía que los fragmentos le lastimaban las manos y el rostro.

En cualquier pelea, si tenía la oportunidad, terminaba haciendo lo equivalente a esconderse.

Ahora estaba contenta por haber logrado reafirmar su autoridad con tranquilidad, pero también con firmeza, y por que el día no hubiese resultado un desastre.

La encargada del salón de té se apresuró a tomar sus pedidos y Cassie cayó en la cuenta de lo pequeño que era el pueblo, porque ella también conocía a la familia.

–Hola Dylan y Madison. ¿Cómo están sus padres?

Cassie se avergonzó al darse cuenta de que obviamente la encargada no sabía las últimas novedades, y ella no había hablado con Ryan acerca de lo que debía decir. Mientras ella titubeaba buscando las palabras correctas, Dylan habló.

–Están bien, gracias Martha.

Cassie se sintió agradecida por la breve respuesta de Dylan, aunque la sorprendió la normalidad con que lo había dicho. Había pensado que él y Madison estarían tristes por la mención de sus padres. Quizás Ryan les había dicho que no lo dijeran si la gente no lo sabía. Decidió que probablemente esa era la razón, ya que la mujer parecía tener prisa y la pregunta había sido una mera formalidad.

–Hola, Martha. Soy Cassie Vale —dijo ella.

–Tienes acento estadounidense. ¿Trabajas para los Ellis?

Cassie volvió a avergonzarse por la mención en plural.

–Solo doy una mano —dijo, recordando que a pesar del acuerdo informal con Ryan, tenía que ser precavida.

–Es tan difícil encontrar la ayuda adecuada. En este momento estamos con escasez de personal. Ayer deportaron a una de nuestras meseras por no tener la documentación necesaria.

Echó un vistazo a Cassie, quien bajó la mirada rápidamente. ¿Qué había querido decir la mujer? ¿Sospechaba por el acento de Cassie que ella no tenía una visa de trabajo?

¿Era una pista de que las autoridades de la zona estaban tomando medidas drásticas?

Ella y los niños ordenaron rápidamente y, para alivio de Cassie, la encargada se alejó apresuradamente.

Un momento después, una mesera con apariencia estresada y evidentemente lugareña les trajo pasteles y papas fritas.

Cassie no quería entretenerse con la comida y arriesgarse a otra charla mientras el restaurante se estaba vaciando. En cuanto terminaron, se dirigió al mostrador y pagó.

Dejaron el salón de té y caminaron por el mismo camino que habían venido. Se detuvieron en una tienda de mascotas en donde compró comida para los peces de Dylan, quien le dijo que se llamaban Orange y Lemon, y una bolsa con lecho para su conejo, Benjamin Bunny.

Cuando se dirigían hacia la parada de autobús, Cassie escuchó música y vio que un grupo de gente se había reunido en la plaza empedrada del pueblo.

–¿Qué crees que van a hacer?

Madison notó la actividad al mismo tiempo en que Cassie se volteó a mirar.

–¿Podemos echar un vistazo, Cassie? —le preguntó Dylan.

Cruzaron la calle para descubrir que había un espectáculo emergente en curso.

En la esquina norte de la plaza había una banda con tres músicos tocando en vivo. En la esquina opuesta, un artista hacía animales con globos. Ya se había formado una fila de padres con niños pequeños.

En el centro, un mago vestido formalmente, con un traje elegante y un sombrero de copa, hacía trucos.

–Oh, vaya. Me encantan los trucos de magia —susurró Madison.

–A mí también —coincidió Dylan—. Me gustaría estudiarlo. Quiero saber cómo funciona.

Madison puso los ojos en blanco.

–Fácil. ¡Es magia!

Cuando se acercaron, el mago acababa de terminar su truco y recibía expresiones de asombro y aplausos. Luego, cuando la muchedumbre se dispersó, se volvió hacia ellos.

–Bienvenidos, gente de bien. Gracias por estar aquí en esta hermosa tarde. Qué lindo día. Pero dime, pequeña dama, ¿no tienes frío?

Le hizo señas a Madison para que se acercara.

–¿Frío? ¿Yo? No.

Dio un paso adelante con una media sonrisa, entre divertida y precavida.

Él tendió las manos vacías, luego se adelantó y aplaudió cerca de la cabeza de Madison.

Ella dio un grito ahogado. Él bajó las manos ahuecadas, en las que escondía un muñeco de nieve de juguete.

–¿Cómo lo hiciste? —le preguntó ella.

Él le extendió el juguete.

–Estuvo sobre tu hombro todo este tiempo, viajando contigo —le explicó, y Madison rió incrédula y fascinada.

–Ahora veamos qué tan veloces son sus ojos. Así es como funciona. Ustedes me apuestan a mí la cantidad de dinero que quieran, mientras mezclo cuatro cartas. Si adivinan en dónde está la reina, duplican su dinero. De lo contrario, se marcharán con las manos vacías. Entonces, ¿les gustaría apostar?

–¡Yo apostaré! ¿Me puedes dar dinero? —preguntó Dylan.

–Claro que sí. ¿Cuánto quieres perder?

Cassie hurgó en el bolsillo de su chaqueta.

–Quiero perder cinco libras, por favor. O ganar diez, por supuesto.

Consciente de que se estaba juntando una muchedumbre detrás de ella, Cassie le entregó el dinero a Dylan y él se lo entregó al mago.

–Esto debería ser fácil para ti, joven caballero, veo que tienes un ojo rápido, pero recuerda, la reina es una dama astuta y ha ganado muchas batallas. Observa atentamente mientras reparto cuatro cartas. Ves, las estoy colocando boca arriba para total transparencia. Esto es demasiado fácil. Es como regalar el dinero. La reina de corazones, el as de picas, el nueve de bastos y la jota de diamantes. Después de todo, es como lo que dicen del matrimonio, empieza con corazones y diamantes pero al final todo lo que necesitas es una pica y un basto.

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