El desconocido de nombre alemán, Knabbe, era mayor que su amigo rubio, más bien de mediana edad, con el pelo rizado y visiblemente teñido de marrón rojizo y las manos grandes y fuertes. Sus ojos de párpados pesados parpadearon y sus delgados labios burlones sonreían irónicamente. No había nada siniestro en su aspecto masculino, incluso su bastón, con pomo en forma de cabeza de águila negra ―hecho de ámbar negro, como se sabría más tarde― parecía poco habitual, aunque a veces sus modales eran los de un charlatán.
Los miembros de la pequeña orquesta se sentaban en sillas, dejando espacio para tres gitanos que subieron al escenario haciendo reverencias y saludando a los amigos. El gitano anciano era muy obeso, y el más joven estaba tan delgado como un jinete; ambos iban bien vestidos y a la manera de su profesión y país: trajes de cuello rojos, chaquetas largas azules, galones rojos y felpas oscuras y holgadas metidas en botas altas; ambos tocaban la guitarra. Rozamira, la joven gitana cuyo pelo rizado era rojo por alguna razón, alisó el chal de cachemira sobre sus hombros, y comenzó a cantar en una agradable voz contralto:
Recuerdo el mágico instante
apareciste ante mí
como una fugaz visión
como un genio de sublime belleza.
En los tormentos de la desesperada tristeza
en las zozobras de la ruidosa vanidad
resonaba la ternura de tu voz
y el sueño tus caros rasgos me mostraba…
El sencillo vestido de manga larga azul oscuro de la joven, el chal español, varios collares de coral alrededor de su cuello, la banda dorada en la cabeza y las cuentas doradas trenzadas en sus dos largos tirabuzones eran buenos accesorios para su original manera de cantar:
En la soledad y negrura del confinamiento
mis días se arrastraban en silencio,
ya sin inspiración y sin fe
sin lágrimas, sin vida, sin amor.
Mi alma despertó de nuevo
y otra vez apareciste tú,
como una fugaz visión,
como un genio de sublime belleza.
Y late embriagado el corazón
Y resurgen de nuevo para él
La inspiración y la fe,
la vida, las lágrimas y el amor.
El último sonido de la canción desapareció, y el largo fleco de su chal se elevó al saltar del escenario para hacer su ronda pasando el plato.
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