Gleb Karpinskiy - El toque. El libro de relatos de amor

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El libro Toque está compuesto de ocho relatos mejores de amor que han sido escritos por el autor en momentos distintos y que se destacan por su lenguaje vivo y rico, con elementos de un ligero erotismo. Los relatos nos hacen pensar en el verdadero propósito del hombre y la mujer. El autor crea cuidadosamente una sensación de que los acontecimientos descritos son reales. El libro ha sido traducido en español, inglés y francés y ha tenido una buena acogida del público.

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El toque

El libro de relatos de amor

Gleb Karpinskiy

Photograph Gleb Karpinskiy

Translator María Labay

© Gleb Karpinskiy, 2020

© Gleb Karpinskiy, photos, 2020

© María Labay, translation, 2020

ISBN 978-5-4498-9683-4

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Playa quieta

Ella llegó a las Islas Canarias por primera vez, aunque se moría de ganas por hacerlo desde hacía mucho tiempo. Se alojó en Las Américas según la recomendación de un viejo amigo suyo y pronto, con una prisa y energía inherente, ya recorrió a lo largo y ancho todos los lugares equivocados de la isla “canina”. Todo le parecía super estupendo. Tuvo un montón de impresiones y de fotos. Los selfies se subían a la red con gran regularidad, pero luego ella se aburrió tan inesperadamente e intensivamente que pasó en el hotel casi toda la semana, como si tuviera fiebre que le había quitado las fuerzas, y dejó a los suscriptores sin ningún conocimiento de que hacía. En algún momento incluso se preocupó seriamente en su salud mental y se puso a consumir en abundancia la bebida favorita de los conquistadores: el ron. Solo cuando le quedaban cuatro días antes de regresar al continente para recobrar la sobriedad y centrarse en el trabajo, como lo demandaban las circunstancias, ella de nuevo se sintió llena de energía. La diferencia era que aquella energía recobrada ya no la llevaba a buscar los entretenimientos ruidosos, sino que la inspiraban a concentrarse en sí misma y pasar el resto del descanso en completa privacidad, disfrutando de la armonía con la naturaleza. Siempre se hacía amistades nuevas con la facilidad sorprendente, así se puso las gafas de sol para no ser reconocida por ninguno de sus amigos recién hechos y comenzó a salir a escondidas por las noches para pasear de incógnito por el área. Incluso adquirió zapatillas de deporte livianas, una camiseta y pantalones cortos para caminar por las piedras con mayor comodidad, aunque siempre se vio a sí misma muy conservadora y había seguido la regla estricta de que una verdadera mujer francesa no debería en ningún caso salir sin vestido y tacones.

Especialmente le encantaba pasear por las playas nocturnas de Adeje, cerca de algún pueblo de pescadores cuyo nombre nunca recordaba. Le gustaban el terraplén elegante que sumaba las playas en una entidad única y las puestas de sol increíblemente hermosas. Allí, acompañada con el susurro de las hojas de palmeras y el golpeteo de las olas, pasaba ratos largos mirando al océano y al sol que se estaba ahogando en las olas poderosas, y contaba, sin nada para hacer, las pequeñas embarcaciones que balanceaban sobre aquellas olas, pareciendo ser unas gaviotas blancas. Pero los últimos días idílicos fueron interrumpidos por la convención de los surfistas. En enero en la isla había de celebrarse un gran evento anual y por eso todos los caminos que llevaban a las playas pronto fueron atascados por autobuses desde Europa y el área mismo de Las Americas fue abarrotado por muchedumbres locos casi desde todo el mundo que gritaban, hacían mucho ruido y, sujetando algún tipo de tablas bajo los brazos, iban buscando la muerte en el océano profundo.

Alguien local, puede que un músico callejero de la Milla de Oro, una vez le contó a ella sobre los hippies y los aficionados a la meditación que se habían tomado como su sitio favorito una de las playas salvajes con arena volcánica negra en alguna parte de la costa oeste.

– Es literalmente una faja de tierra de unos cincuenta metros, señora —le narraba, tocando las cuerdas de nailon y extrayendo los motivos españoles—. Ni siquiera se puede aproximarse desde el océano. En el agua de allí se esconden piedras afiladas y bancas de arena. Quizás es el lugar más privado de toda Tenerife.

Según él, llegar a aquel lugar no sería fácil incluso para los guías que sabían todo sobre la isla, es que la cuenca estaba bien ocultada entre las rocas inabordables, pero este tío afirmaba que conocía el camino secreto hacia el océano, un sendero estrecho y serpenteante de la montaña, y le decía que por cincuenta euros pudiera andar allí en bicicleta con cualquier que lo deseara. Pero entonces esa propuesta de visitar juntos un sitio desconocido le pareció a ella demasiado arriesgado. Pero dado a las circunstancias nuevas el lugar escondido de miradas indiscretas la atraía, haciendo olvidar del instinto de autoconservación, y ella decidió preguntar al músico más detalles. Ese a menudo pasaba tiempo tocando la guitarra, mientras estaba sentado descuidadamente en un banco bajo una palmera cerca de una la cafetería, por lo que no fue difícil encontrarle.

– ¡Si aquel sitio también está invadido por estos surfistas, el otoño siguiente voy a votar por los nacionalistas! —confesó ella, luchando con el viento de enero.

Justo en aquel momento una multitud de personas con tablas de surf salieron del hotel y pasaron corriendo, aparentemente apuradas por la posibilidad de atrapar una gran ola.

– ¡Qué está diciendo, señora! —El músico tomó su último comentario como una broma—. Le aseguro que este es un lugar ideal para aquellos que intentan encontrarse a sí mismos. Mañana al primer grito de gallo nos embarcamos juntos en una búsqueda de silencio. Será un gran viaje.

Para discutir los detalles de la ruta y conocerse mejor ellos decidieron detenerse en el café para unos cinco minutos y ella se quedó muy contenta no solo por queso de cabra frito con mermelada de pulpo y vinagreta, sino por la conversación.

– Aquí sirven mi café favorito, señora —sorbió con entusiasmo de la taza—. Quizás es el mejor en Tenerife, igual de bueno que el de Strasse.

Tomó otro trago disfrutando del sabor y ella de forma inequívoca determino con la experiencia de una mujer madura un gran potencial amoroso de ese tipo divertido.

– Pues, ¿no habrá nadie en esta playa?

– Si tendremos suerte, señora. Tal vez habrá un par de carpas. Después de todo no soy el único quien conoce el camino tan apetecido… Pero puedo asegurarle que todas estas personas se quedarán fuera de nuestro espacio, sin hacer preguntas o algunas insinuaciones estúpidas… Ellos van a meditar, y respecto a nosotros, pondremos una gran toalla blanca sobre la arena negra y nos entregaremos a los sueños.

Ella le miró con una pregunta. La palabra “entregaremos” salió de sus labios calientes de café con un toque sexy, y ella lo captó y sintió un sabor agradable de algo ya olvidado, pero no se volvió sospecha como lo habría hecho antes, pero le devolvió la sonrisa. Al fin y al cabo, ese chaval era unos veinte años más joven y le agradaba su compañía.

– Nos entregaremos a los sueños… —repitió ella con fascinación, saboreando cada sílaba—. Bien dicho, Diego.

– Vamos a permanecer en silencio, escuchando el susurro de las olas —continuó tentarla, chasqueando los labios—. ¿Usted no está en contra, señora, si voy a tomar una taza de café más?

Ella asintió ansiosamente al camarero.

– ¿Qué puede decirme de Las Americas? —preguntó ella un poco más tarde, mirando a los ojos negros de su interlocutor peculiar.

– Pues, ¿qué le digo? Este lugar, señora, solía ser un desierto. Aquí no había ninguna ciudad turística. Mi bisabuelo trabajaba aquí elaborando sal a partir del agua del mar… Luego unas personas emprendedoras crearon aquí un cuento de hadas, trajeron un montón de arena del Sahara. Es difícil de creer que cuando era pequeño casi me cayó bajo el brazo de una excavadora. Este estaba a punto de cortarme por la mitad. ¡Mire, señora! —y el narrador de repente se levantó el suéter desgastado y comenzó a jactarse, mostrando sus abdominales marcados en los apenas se podía notar la cicatriz de la apendicectomía—. Desde entonces mi madre, gratitud a San Antonio, dice que nací bajo buena estrella.

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