Christie Ridgway - Amor a ciegas

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Como casamentera no oficial de la hermosa isla de Abrigo, Zoe Cash se ha inventado una forma de vivir el amor sin riesgos: le encanta, pero no para ella. Y, cuando Yeager Gates llega a la ciudad para recuperarse de una ceguera temporal, decide que él será su próximo objetivo. Incluso ya tiene elegida a la candidata. Pero el mundo seguro que Zoe ha creado para sí misma da un giro de 180 grados cuando se da cuenta de que se está enamorando del atractivo piloto.
Los días de vuelo de Yeager pueden terminar, pues pasar el tiempo sobre la Madre Tierra con la tentadora Zoe le está obligando a poner los pies en el suelo. No es un secreto que tendrá que dejar la isla, pero cuando llegue el momento, ¿podrá dejar atrás a Zoe?
No se puede permanecer ciego al amor…

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Zoe levantó la cabeza de golpe. Observarlo de aquella manera estaba empezando a convertirse en un mal hábito. Y sin saber qué decir o hacer a continuación, apretó los labios y se pasó una mano por su pelo ralo.

– Maldita sea -dijo Yeager sin venir a cuento, con una mueca de tensión en el rostro-. Me ha vuelto a pasar lo mismo que antes.

Cuando él sonrió, Zoe sintió que se le deshacían los huesos. Soltó un gemido para sus adentros. Le había vuelto a pasar lo mismo que antes. Tenía el estómago en un puño y el corazón le latía con rapidez. Aquel hombre todavía la estaba afectando. Si no hubiera sido una mujer madura, se habría puesto a patalear.

– Te lo voy a decir, Zoe -dijo Yeager con un tono de voz satisfecho-. Por primera en mucho tiempo, me he vuelto a sentir como yo era antes.

¡Ella no se sentía en absoluto como había sido siempre! Madura o no, se dispuso a patalear de todas formas.

Él se quedó callado escuchando.

– ¿Qué ha sido eso? -le preguntó.

– Nada -contestó ella rápidamente-. No he dicho nada.

Él volvió a sonreír, obviamente todavía satisfecho.

– Eso es lo que tiene de bueno, no hay que dar más detalles.

– ¿De qué estás hablando? -preguntó Zoe frunciendo el entrecejo.

– Se trata de algo entre yo mismo y mi… un pequeño amigo mío.

Zoe decidió que había pasado más tiempo del necesario conversando con él.

– Entonces te dejaré a solas con él -dijo ella dando otro paso en dirección a la casa.

Yeager siguió el movimiento de ella con la cabeza.

– ¿Tienes que marcharte tan pronto?

– Así es -contestó Zoe apretando el trapo del polvo contra el pecho.

Por supuesto que tenía que marcharse. Las flores estaban esperando que las podara. El juego de café de plata de su abuela esperaba que le sacara brillo. Mientras Zoe estaba allí parada, intentando explicar a aquel hombre que las bellezas de su isla le afectaban de manera tan extraña, el polvo habría vuelto a cubrir las superficies brillantes, echando a perder todo su trabajo de limpieza.

Sí, tenía que marcharse. Tenía que atender su casa. Tenía que proteger su comedido estilo de vida.

Capítulo 3

Cuando Zoe hubo regresado a su casa, Yeager volvió a sentarse en el patio. Estuvo allí durante un par de horas, sintiéndose más aburrido a cada minuto que pasaba y luego cada vez más aburrido de su aburrimiento.

– Tenemos que encontrar un pasatiempo -dijo Yeager dirigiéndose a Dolly, la mujer hinchable, a la que había sentado en el patio en una silla a su lado.

Dolly había estado completamente quieta desde que él la colocara allí, cosa que no le extrañó en absoluto. A juzgar por su contorno tenía mucha menos conversación que tetas.

– Te lo voy a decir bien clarito, no voy a ser capaz de quedarme aquí sentado sin hacer nada día tras día.

No, él no. Él estaba acostumbrado a seguir un programa de entrenamiento completo en el centro espacial. Y pensó que la poca costumbre que tenía de estar inactivo acaso fuera la razón por la que estaba empezando a hablar con una muñeca de plástico, lo cual, por algún motivo, le parecía un primer estadio antes de ponerse a hablar solo.

– Oh, Dolly, creo que cada día estoy cayendo más bajo -se quejó a la muñeca.

– Supongo que para contrarrestar las alturas poco comunes por las que solía moverse tu vida -dijo Deke.

Yeager volvió la cabeza en la dirección de donde procedía la voz de su amigo.

– Por Dios, has entrado sigiloso como un gato.

– Uh, uh.

Yeager oyó el roce de una silla que se arrastraba por el suelo del patio.

– Cuando venía hacia aquí he visto que tenías una… bueno, una visita -dijo Deke.

Yeager asintió con la cabeza.

– Es verdad. Creo que todavía no os conocéis. -Yeager movió la mano señalando a sus dos acompañantes-. Dolly, te presento a Deke. Deke, esta es Dolly.

– Siempre pensé que te ibas a reponer, Yeager, pero esto…

– No me eches la culpa. Me la han enviado de Houston.

– Ah.

Yeager dio una palmadita al brazo de plástico de Dolly.

– Supongo que habrán imaginado que nos íbamos a aburrir aquí solos.

– Yo no -resopló Deke.

– ¿Cómo? ¿Ya has encontrado alguna mujer que te interese?

– Las mujeres no me interesan -volvió a resoplar Deke.

– Ten cuidado, muchachito -le advirtió Yeager-. Yo no diría eso aquí demasiado alto.

Aunque sabía a qué se refería Deke. Unos cuantos años antes, su viejo amigo todavía apreciaba a las mujeres. Pero solo a las mujeres sofisticadas que jugasen el mismo juego que él. Un juego con solo dos reglas: tórrido y temporal.

– ¿De qué estabais hablando? -preguntó Deke.

Yeager consiguió hacer que Deke soltara la carcajada del siglo contándole el pequeño malentendido que había sufrido con Zoe.

– Pero cuidado, porque tiene la misma idea equivocada de ti -concluyó para hacer que su amigo dejara de reír.

– Sí, ya, pero eso es porque todavía no me ha conocido -dijo Deke riendo de nuevo.

– Entonces ¿todavía no te has cruzado con ella? -Se preguntaba qué aspecto se escondería tras el poderoso aroma de Zoe. La había tenido tan poco tiempo sobre su regazo que apenas había podido darse cuenta de nada más que de su pequeña estatura y su poco peso. Pero aquel recuerdo hacía que se disipara su anterior decepción e irritación-. ¿No sabes qué aspecto tiene?

– Ni idea.

Yeager respiró el aire salado y cálido de la isla, esperando inhalar con aquella bocanada una pizca de aquel particular y único aroma de Zoe. ¿Qué importaba el aspecto de tuviera? Lo que le importaba era que ella le había hecho sentirse de nuevo como un hombre.

Aquella idea le hizo sonreír mirando en dirección a Deke. Su amigo había acabado hacía poco un gran proyecto para la NASA y, como era contratista independiente, se había podido tomar unas vacaciones para encargarse de unos asuntos en la isla que había estado retrasando durante tiempo. Al conocer la presión con la que Yeager se estaba enfrentando en Houston, Deke le había invitado para que lo acompañara en aquel viaje.

– ¿Esa mueca quiere ser una sonrisa? -dijo Deke con un tono de sorpresa en la voz-. ¿En que estás pensando?

Yeager se encogió de hombros, dispuesto a no explicarle qué era lo que le había hecho cambiar de humor. Las dos veces que había estado cerca de Zoe, no había tenido la menor duda de que ya estaba curado y había sentido el impulso sexual recorriendo de nuevo sus venas.

Al cabo de un momento, Yeager oyó el golpe sordo de las botas de Deke al depositarse sobre la mesa.

– Ha sido un golpe de suerte que hayamos decidido venir aquí esta semana -dijo Deke, renunciando aparentemente a que Yeager le diera alguna explicación sobre su cambio de humor-. Me ha dicho el abogado que parte del tejado de la vieja casa de mi tío se cayó el martes.

Otra oleada de aire de la isla sopló sobre el rostro de Yeager y este se acomodó en su silla.

– Sí, ha sido un golpe suerte -reconoció con voz ausente.

Deke siguió explicándole su encuentro con el abogado y Yeager estuvo escuchándolo sin hacerle demasiado caso, hasta que de repente le llegaron al oído sus propias palabras. ¡Un golpe de suerte! Cielos, ¿y si su reacción ante la presencia de Zoe no hubiera sido nada más que eso: un loco y pasajero golpe de suerte? ¿Y si mientras él empezaba a sentirse tan optimista como viril aquello no había sido más que otra broma del destino, como las que ya había sufrido en los últimos tiempos?

Se pasó la mano por la cicatriz de la mejilla e intentó apartar de sí aquel sentimiento de angustia respirando profundamente. Por Dios, sabía que tenía problemas más importantes a los que enfrentarse que el sexo, pero por estúpido que le pareciera, tenía la corazonada de que aquel era el primer paso para recuperar la visión. Y a partir de ahí, para recuperar el curso normal de su vida.

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