Sin embargo, en aquel momento, Rebecca se dio cuenta de que él estaba removiendo la comida en el plato, pero que no se llevaba el tenedor a la boca.
Rebecca entrecerró los ojos. Estaba segura de que aquélla era su forma de hacer negocios. Con calma, con frialdad, diciéndole a su oponente lo que quería, lo que iba a hacer, y después, avanzando y actuando como si los demás fueran a aceptarlo todo. ¡Bien! Pues Rebecca Holley no era tan fácil de convencer.
Él la miró de reojo.
– No vas a tragártelo, ¿verdad?
El hecho de que Trent fuera capaz de leerle la mente con tanta facilidad la hizo reír.
– No, no.
Trent se encogió de hombros.
– Merecía la pena intentarlo. Es una táctica para los negocios que funciona si el contrario ya quiere concederme lo que le estoy pidiendo. Obtengo mejores tratos, y después, ellos se dan cuenta de que se vieron forzados a tomar una decisión rápida.
– Bueno, pues conmigo no lo vas a conseguir.
Cenaron en silencio y él no intentó convencerla mientras recogían los platos y fregaban. Sin embargo, cuando volvieron a sentarse en el sofá con un vaso de té verde frío, Trent suspiró y la miró fijamente.
– Quizá pudiera convencerte si te dijera por qué nuestro bebé es tan importante para mí.
– ¿Por qué? -susurró ella-. ¿Por qué es tan importante para ti?
– No puedo perder a otro niño.
– ¿Otro niño? ¿A qué te refieres con eso? -quiso saber Rebecca.
– Yo soy el mayor de mis hermanos, ¿sabes? Y mi madre… bueno, cuando éramos pequeños, mi madre delegaba demasiadas cosas en mí. Creo que en realidad no tenía muchos sentimientos maternales, pero ésa es otra historia.
Rebecca se relajó contra el respaldo del sofá.
– ¿Adónde quieres llegar, Trent?
– Cuando yo tenía nueve años, mi hermano pequeño, Danny, estaba jugando con su amigo en el jardín de la casa. Yo también estaba fuera. A mi madre no le gustaba que estuviéramos dentro de la casa. Ella estaba en algún lugar, hablando por teléfono o algo así, así que Danny y su amigo Robbie estaban jugando con un aeroplano a motor. Yo estaba encestando la pelota de baloncesto en la parte de atrás mientras cuidaba a mi hermana pequeña, Katie…
– ¿Ella estaba jugando contigo?
– No. Era un bebé. La tenía en el cochecito, junto a mí.
Así que Trent era el canguro de todos sus hermanos, porque a mamá Crosby no le gustaba que sus niños estuvieran dentro. Rebecca frunció los labios. Conocía a aquel tipo de mujeres.
– ¿Y qué ocurrió?
Trent la miró de nuevo, como si se hubiera olvidado de que estaba allí.
– El aeroplano se quedó atrapado en la rama de un árbol y Danny entró a pedirle ayuda a mi madre. Yo seguí jugando al baloncesto.
– Con Katie a tu lado.
– Sí, con Katie a mi lado. Y entonces… Robbie se salió a la calle. Desde la casa, mi hermano lo vio hablando con un extraño, pero cuando alertó a mi madre, Robbie Logan y el extraño ya habían desaparecido.
– Los Logan -dijo ella, y se estremeció-. Había oído decir que su hijo mayor fue secuestrado hace muchos años. Nunca lo encontraron, ¿verdad?
Trent apretó la mandíbula.
– Encontraron sus restos.
A Rebecca se le encogió el estómago.
– Pero tú tienes que saber que no fuiste el responsable. Tú no pudiste…
Él emitió una carcajada fría y seca.
– Lo sé. Creo que incluso fui capaz de olvidarlo durante un tiempo hasta que el niño de Danny, mi sobrino, fue secuestrado.
– ¡No!
– Sí -dijo Trent, con expresión ausente-. Ocurrió hace cuatro años, cuando el niño tenía un año. Su madre, mi cuñada, se suicidó unos meses después.
– Oh, Dios. Lo siento, Trent -le dijo ella, y le tomó las manos-. Siento muchísimo que tu familia haya pasado por todo eso.
– Por eso quiero formar parte de la vida de este bebé. De nuestro bebé.
– Trent…
– Quiero llegar a un acuerdo por el que no te resulte fácil apartar al niño de mí.
– Yo no lo haría…
– Y tampoco quiero ser un padre a tiempo parcial. He tenido uno de ésos.
Rebecca se puso tensa.
– Yo tampoco quiero ser una madre así. No he hecho todo esto para ser una madre a tiempo parcial.
– Pues el hecho es que, si no nos casamos, Rebecca, los dos seremos padres a tiempo parcial. Yo me aseguraré de eso.
Ella apartó sus manos de las de él.
– ¿Me estás amenazando con quitarme al bebé?
– No. Te estoy diciendo que voy a estar en la vida de este niño. Te estoy diciendo que, si compartimos la custodia, ninguno tendrá lo que quiere. Por eso debemos casarnos.
Ella no podía hacerlo… pero la determinación de aquel hombre por ser el padre de su hijo hacía el ofrecimiento un poco más tentador… «Oh, Eisenhower, debe de quererte. Ya debe de quererte tanto como yo». Sin embargo, sería una locura.
– Trent, no.
Pero él debía de haber visto una expresión afirmativa en su rostro.
– No te preocupes, Rebecca. Te prometo que no habrá ningún problema. Tú intervendrás en todo igual que yo.
– Pero, ¿cómo va a funcionar? ¿Y si un día te enamoras…?
– No me hagas reír. Los dos estamos desengañados del amor, ¿no te acuerdas? Lo mejor sería que creáramos una especie de sociedad. Tú no crees que el amor llegue por tu parte, ¿no?
– No -dijo ella con vehemencia-. Esto debe de ser una pesadilla. Oh, por favor, dime que voy a despertar en cualquier momento.
Trent negó con la cabeza.
– Rebecca, creo que deberíamos casarnos lo antes posible -murmuró él-. No hay ninguna razón para esperar y tenemos todos los motivos para conocernos y, cuanto antes, mejor.
Aquella idea era tan abrumadora que Rebecca ni siquiera pudo protestar. Cada vez estaba más fatigada y, poco a poco, fue aislándose del sonido de la voz de Trent, que iba contándole cuentos de hadas.
Más tarde, se estiró y descubrió que estaba en su habitación, vestida, tapada con una colcha que le había hecho su madre. Cuando estiró el brazo para taparse mejor, dio con un pedazo de papel. Una nota. Y el hecho de tener luz suficiente para leerla le dio a entender que era de día.
Y también se dio cuenta, de repente, de que Trent se había salido con la suya, después de todo.
La nota era una lista de cosas con las que, aparentemente, había llegado a un acuerdo con ella.
1. Fecha de la boda: jueves a las tres de la tarde, en el Juzgado del Condado.
2. Análisis de sangre: lunes por la mañana.
3. Despacho de abogados: jueves a las dos de la tarde, para firmar el acuerdo prenupcial.
Ella recordó que había insistido en el último punto.
Bien, de todos modos no iba a seguir sus instrucciones. ¡Claro que no! Ella no creía que casarse con Trent Crosby fuera una solución razonable, por muy desilusionados que estuvieran con el amor. Y para enfatizarlo, tiró la nota a un lado.
Sin embargo, sabía que se sentía tentada a aceptar.
El teléfono de la mesilla de noche sonó en aquel momento.
– Hola, prometida -le dijo Trent cuando ella se puso el auricular junto al oído.
– Reconócelo. Sabes muy bien que hemos cometido un error. Sabes que has cometido un error.
Trent observó la expresión ansiosa de Rebecca mientras el ascensor descendía otro piso.
– Estás bromeando, ¿verdad? Llevamos casados menos de diez minutos. Ni siquiera hemos salido aún del juzgado. ¿Cómo va a ser un error ya?
– Llevo mi uniforme de enfermera. ¿Qué novia comienza su matrimonio vestida con el uniforme de trabajo?
– Una novia a la que le pidieron que hiciera un turno extra y que no pudo decir que no, aunque era el día de su boda. Y que conste que ha sido tu error, no el mío.
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