Jilly se quedó contemplando la copa de champán que tenía delante, luego la alzó, se la llevó a los labios y la vació sin respirar.
Richie insistió en abrirle la puerta del apartamento.
Eran más de las dos de la mañana; Jilly, por fuera, era todo risas, y ni siquiera podía meter la llave en la cerradura. Pero por dentro todo era silencio y frío porque, por mucho champán que hubiera bebido, ni el frío ni el vacío que sentía se habían disipado.
– Mañana vas a tener una resaca de muerte, Jilly. ¿En serio puedes quedarte aquí sola? -Richie giró la llave en la cerradura y la ayudó a entrar en el apartamento-. No me gusta dejarte sola en este estado.
– En serio, estoy bien.
– Siéntate aquí, te prepararé un café.
– No es necesario. No puedes tener a Petra esperando en el coche.
– Lo comprenderá.
Y Richie insistió en que se sentara mientras él le preparaba un café y la obligaba a tomárselo.
Desde el otro lado del patio, Max miraba por una de los ventanales. Había oído el coche, había visto a Richie, con él brazo alrededor de Jilly, llevarla hasta el apartamento. Había visto la puerta cerrarse y luego la luz. Y entonces, Max corrió las cortinas para no ver nada más.
A pesar del temblor de las manos y del castañeteo de dientes, Jilly pudo ver que no se desharía de Richie hasta que no se tomara el café. Se lo bebió lo más rápidamente que pudo.
– Ya está. Me lo he tomado todo. Ahora, vete. Richie seguía sin estar convencido.
– ¿Estás segura de que puedes quedarte sola? Podría llamar a Max…
– ¡No!
Jilly se puso en pie al momento. Podía ser que Max no estuviera en casa y prefería no saberlo.
– Por favor, Richie, vete. En serio que estoy bien.
Richie escribió un número en la cubierta de una revista.
– Éste es el teléfono de mi casa, llámame mañana por la mañana.
Jilly asintió, pero le pesó, la cabeza parecía a punto de estallarle.
– ¿Me lo prometes? -insistió Richie.
– Te lo prometo. Te llamaré. Y ahora, vete. Y no hagas ruido para no despertar al ama de llaves.
Después de quedarse fuera un rato hasta ver a Richie desaparecer, Jilly cerró la puerta. Se quitó el vestido, se quitó el maquillaje y se deshizo de todo lo que la había hecho sentirse especial aquella noche. Ahora sabía que era Max quien la había hecho sentirse especial. Sólo Max.
Debería habérselo dicho. No debería haber permitido que creyera que sentía nada por Richie que no fuera amistad. Había fingido sólo para estar cerca de Max, y ahora él y su rodilla mala estaban con Lisa. Y. los besos de Lisa eran mejores que los suyos.
Se puso la camiseta para dormir y se metió en la cama. La cabeza le dolía demasiado para pensar, pero por la mañana tendría que aclarar aquel asunto.
Jilly se despertó con dolor de cabeza. Entonces, recordó lo que había pasado la noche anterior y deseó seguir profundamente dormida.
Pero no lo estaba. Así que se levantó, puso a hervir agua, se tomó un par de aspirinas y se consoló al pensar que no estaba hecha para esa clase de vida. Claro que, de haber estado con Max, no se sentiría así.
Fue entonces cuando vio un sobre blanco que habían deslizado por debajo de la puerta. Antes de ver la letra sabía que era de Max. En el sobre ponía simplemente Jilly .
Abrió el sobre y leyó:
Querida Jilly:
Me alegro de que todo haya salido como tú querías. Siento no decírtelo en persona, pero me han llamado para un asunto, por lo que tengo que marcharme de Londres. Así pues, ya no estás obligada a trabajar para mí hasta que Laura regrese. No obstante, si lo deseas, puedes quedarte en el apartamento hasta fin de mes. Por favor, acepta mis mejores deseos para el futuro.
Max.
¿Mejores deseos? ¿Y el beso? ¿Y la forma como había bailado con ella? ¿Como la había abrazado?
Se quedó mirando la nota: tono amable, formal y un adiós. No podía creerlo. No podía ser que Lisa hubiera sido tan sensacional. ¿O sí?
Se puso el chándal, las zapatillas de deporte, salió de la casa y cruzó el patio hasta la cocina. Hamet levantó la vista de las verduras que estaba preparando para el almuerzo.
– ¿Dónde está?
– ¿Max? -Harriet parecía incómoda-. Creía que te había dejado una nota explicándote que ha tenido que marcharse de Londres.
– ¿Adónde? Quiero hablar con él.
– Se ha ido a Strasburgo, mañana por la mañana se reúne el comité de la Unión Europea. Ha hablado con la señora Garland antes de marcharse y lo ha arreglado todo para que la llames a la oficina mañana por la mañana con el fin de que te busque otro trabajo.
De repente, Jilly se sintió fuera de lugar. ¿Quién era ella para exigir hablar con Max como si fuera algo más que una secretaria temporal?
– ¿Te apetece algo para almorzar, Jilly?
– ¿Qué? No, no gracias, Harriet. Me marcho hoy. Y no te preocupes, lo dejaré todo ordenado antes de marcharme -Jilly hizo una pausa-. Y gracias por todo lo que has hecho por mí. Créeme, he estado muy a gusto aquí. Siento… siento no haber visto a Max.
– Ha sido una de esas cosas de urgencia…
– Sí, ya. Dejaré la ropa de la señora Fleming en el apartamento, Harriet. Si no te importa, te agradecería que la llevaras a la tienda de caridad.
– Por supuesto.
– Luego pasaré para devolverte las llaves.
– Échalas por la rendija para el correo si tienes prisa.
Jilly asintió y se marchó de la cocina. Durante un momento, Harriet se la quedó mirando. Después, Max se reunió con ella en la cocina.
– ¿Qué habrías hecho si hubiera aceptado tu invitación a almorzar, Harriet?
– Yo más bien diría, ¿qué habrías hecho tú? -Harriet se volvió para mirarlo-. Eres un idiota por dejarla marchar, Max.
Max sacudió la cabeza.
– Los idiotas no aprenden de sus errores. Puede que Charlotte no hubiera sido feliz aunque no se hubiera casado conmigo, pero es casi seguro que, por lo menos, estaría viva.
A punto de marcharse, el teléfono del apartamento sonó. Era Richie, no Max.
– Prometiste llamarme, Jilly. ¿Cómo te encuentras? ¿Estás bien?
Jilly vaciló antes de contestar.
– Sí, Richie.
– ¿Estás segura, cielo? No pareces decirlo muy convencida.
– No me pasa nada que no solucionen un par de aspirinas. Supongo que no estoy hecha para esta clase de vida.
– Así que no vas a ir de juerga esta noche, ¿eh?
– ¿Otra juerga?
– Está es especial. Petra y yo hemos decidido casarnos.
– Oh, Richie, es una noticia maravillosa.
– Entonces, ¿vas a venir? Petra me ha pedido que te llame, quiere disculparse por no haber sido más amable contigo. Estaba celosa y…
– Lo comprendo, Richie. Y díselo. Pero no puedo ir, vuelvo a casa. Me has pillado de milagro, ya salía para la estación. Creo que no estoy hecha para Londres.
– ¿En serio? Yo creía que tú y Max. En fin, tú siempre has sabido lo que te conviene, cielo. Dale un abrazo muy fuerte a tu madre.
– Richie… cuida de Petra. En tu trabajo, se necesitas tener los pies en la tierra.
– ¿Aún dándome consejos? Oye, cielo, no vayas en tren. Deja que te pida un coche para que vuelvas a casa como una señora. Es lo menos que puedo hacer por ti después de lo que pasó el día del programa de televisión.
A punto de rechazar la oferta, Jilly cerró la boca. Era domingo, un mal día para viajar en tren debido a los retrasos por las obras que estaban realizando en las vías. Y Richie tenía razón, era lo menos que podía hacer.
– De acuerdo, Richie. Y gracias.
Harriet contestó la llamada del interfono.
– El coche del señor Blake ya está aquí para recoger a la señorita Prescott.
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