Liz Fielding - La Proposicion Perfecta
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Se levantó de la silla y Mark la observó mientras cruzaba la cocina, vagamente preocupado por su inesperada reacción ante una mujer a la que creía conocer tan bien. Él sabía lo que podía esperar de aquel matrimonio, ¿pero por qué había tomado ella tal decisión? No lo había hecho por tener una bonita casa o una vida desahogada. Ni para evitar las lágrimas y los excesos de chocolate que acarreaban las relaciones convencionales. ¿Le habría roto el corazón algún estúpido que no había sido capaz de ver lo que tenía delante? Quizá tenía miedo de volver a sufrir algo parecido y había decidido conformarse con una relación de amistad.
En aquel momento se prometió que Jane no lamentaría su decisión, que él sería el mejor amigo que hubiera tenido jamás.
– Te aseguro que no tengo por costumbre dormir vestida -dijo ella mientras recogía sus pantalones empapados del suelo.
– Eso fue culpa mía. Quizá debería haberte despertado, pero dormías tan plácidamente…
– ¿Dormida, yo? -Jane se puso en pie y se volvió lentamente-¿Plácidamente?
– Estabas leyendo un cuento a Shuli, ¿recuerdas? Debía ser muy aburrido, porque las dos os quedasteis dormidas, y pensé que estarías más cómoda en tu cama -a Mark no le pasó desapercibido el rubor que cubrió sus mejillas. ¿La avergonzaba que él la hubiera llevado a su cama? No era como si la hubiera llevado a la de él,o le hubiera quitado la ropa. Probablemente no era el mejor momento para confesarle que la había besado-. Solo te quité los zapatos. Espero que no te parezca mal. Jane tragó saliva.
– ¿Por qué iba a parecérmelo?
– Pareces un poco… desconcertada -Mark dudó un momento-. ¿No te han dicho nunca que tienes unos pies preciosos?
– Continuamente -dijo ella intentando bromear-. La gente me para por la calle para decírmelo.
– Y dicen que los ingleses son reservados -comentó él sacudiendo la cabeza y ocultando una sonrisa-. No me había dado cuenta de lo pequeños que son. Tus pies.
Incapaz de ocultarlos, Jane retrocedió hacia la puerta.
– Creo que voy a darme esa ducha.
– Mejor que sea fría -comentó Mark según se alejaba. Ella se volvió y lo miró sin entender nada-. El agua caliente puede irritarte las piernas.
– Ah, sí -dijo ella con una tímida sonrisa-. Ya se me había olvidado.
Mark la vio salir dignamente de la cocina y echar a correr escaleras arriba. Se quedó allí sentado un largo rato, sonriendo y pensando que había sido un principio maravilloso para un nuevo día.
Al rato oyó a Shuli chillar de júbilo al ver aparecer a Jane, y cayó en la cuenta de que tenía que prepararse para un nuevo día de trabajo. Y seguramente haría bien en seguir su propio consejo acerca de la temperatura de la ducha.
CAPITULO 6
M
ARK asomó la cabeza por la puerta de la habitación de Shuli. -Jane, tengo una reunión a primera hora, así que me voy ya. Estaré de vuelta hacia las siete.
Jane, que acababa de descubrir que vestir a una niña de tres años con ganas de jugar era mucho más complicado de lo que pensaba, se levantó de un salto.
– ¿Y tu desayuno? Es la comida más importante del día.
El café, el zumo de naranja, los cereales, los huevos… Todo aquello que una esposa perfecta preparaba a su marido cada mañana. Mark sonrió, tomó a su hija en brazos y la besó.
– Estoy acostumbrado a desayunar solo. Tú puedes desayunar con Shuli -se volvió hacia ella sin soltar a su pequeña-. Esta mañana ha sido muy agradable.
Por un momento Jane pensó que iba a besarla a ella también, pero dejó a Shuli en el suelo y se dirigió a la puerta.
– Si voy a retrasarme te llamaré. Adiós, Shuli, sé buena.
– Tú también -respondió sonriente la pequeña.
– Que tengas un buen día -murmuró Jane.
El desayuno se prolongó durante lo que pareció una eternidad, y a las nueve en punto llegaron dos señoras en una furgoneta amarilla y se pusieron a limpiar la casa con una destreza aterradora. Jane decidió que su madre podría esperar un día más y que un paseo la ayudaría a aclararse la cabeza y a decidir qué iba a decirle. Instaló a Shuli en su sillita y se dispuso a explorar Upper Haughton.
Patsy asomó la cabeza por la puerta del estudio.
– Mark, tiene una llamada personal. ¿Se la paso aquí?
– Sí, por favor -dando por sentado que era Jane, se sujetó el teléfono contra el hombro mientras seguía examinando un plano-. ¿Cuál es el problema?
– No lo sé, señor Hilliard -replicó una voz de mujer secamente-. Para eso lo llamo, para que me lo explique.
– Disculpe -Mark se apartó de la mesa de dibujo-, ¿Quién es?
– Jennifer Carmichael. ¿Su suegra? -aventuró la voz.
– Jane la ha llamado.
– No, señor Hilliard, y dado que no tengo forma de localizarla para que me confirme la noticia de que mi hija pequeña se casó ayer, lo llamo a usted.
– Señora Carmichael…
– ¿Es cierto?
– Sí, pero en realidad… -lo que realmente pensaba Mark era que debía tener esa conversación con Jane, pero a la señora Camichael no parecía interesarle su opinión.
– ¿Está embarazada?
– No.
– Entonces quizá pueda explicarme por qué decidió casarse con tanta prisa y sin la presencia de un solo miembro de su familia.
– En este momento no estoy en mi despacho, señora Carmichael -dijo Mark, que no pensaba dar ningún tipo de explicaciones delante de sus empleados-. ¿Puedo llamarla en un par de minutos?
– Se lo agradeceré.
Mark salió del estudio y mientras se dirigía a su despacho llamó desde su móvil a Jane. Respondió el contestador automático.
Cuando llegó a casa, Mark había perdido la cálida y agradable sensación con la que había empezado el día. De hecho estaba bastante furioso. Había tenido que cancelar dos reuniones y enviar a un delegado a una tercera. En dos años y medio Jane la secretaria nunca le había fallado, y parecía que en un día de matrimonio la señorita Jekyll se había convertido en la señora Hyde.
Alabrir la puerta principal oyó risas infantiles procedentes de la cocina. Dejó escapar un suspiro de alivio. Parecía que no había ocurrido ningún desastre. Peroal abrir la puerta de la cocina tuvo que replantearse su conclusión. Hablar de desastre podía ser una exageración, pero Jane, a quien parecía que hubieran arrastrado de los pelos por un barrizal, estaba a cuatro patas frotando el suelo con un cepillo. Sobre una vieja manta, con el morro pegado al suelo y una actitud claramente sumisa, había un cachorro lanudo de dudoso origen. Shuli, sentada en su sillita dominando la escena, reía alborozada.
– ¡Papá! -gritó extendiendo los brazos hacia él.
– No, cariño, todavía no puede venir -suspiró Jane levantando la vista hacia la niña-. Y espero que tarde unas horas más.
De repente observó que la niña no la miraba a ella, sino a algo o alguien que estaba a su espalda. Volvió la cabeza y vio en el umbral de la cocina a un ejecutivo tremendamente atractivo con traje con chaleco y expresión de desconcierto.
– Oh, no -gimió Jane.
– Yo también me alegro de verte -dijo Mark mientras se dirigía hacia Shuli.
Por un momento Jane pensó que era una pesadilla. El perro. El barro. Y Mark que llegaba a su casa y se encontraba no con el remanso de paz que esperaba, y que ella le había prometido, sino con el caos más absoluto. ¿Pero por qué había vuelto tan pronto? Nunca le había visto abandonar la oficina antes de las seis.
– He estado intentando localizarte todo el día-dijo mientras desataba a Shuli de su sillita-. ¿Dónde demonios estabais?
Jane se contuvo para no decir lo que estaba pensando, y se repitió que quizá él tuviera su parte de razón.
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