Liz Fielding - La Proposicion Perfecta
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– Bueno, quizá Shuli tenga pronto un hermanito -sugirió su madre.
– Por Dios, Jennifer, deja respirar a tu hija -dijo su padre, cambiando de conversación con su destreza habitual-. Una maravilla de casa, Mark. No esperaba que vivierais en una casa antigua. He visto algunos de tus diseños, y me imaginaba que tendrías una ultramoderna y minimalista de cristal y acero, algo en la línea de tu trabajo.
Solo Jane reparó en la imperceptible expresión de dolor que atravesó el rostro de Mark.
– Si me disculpáis, voy a ver qué pasa con la cena -dijo simplemente antes de desaparecer en la casa.
– Yo voy a acostar a Shuli. Mamá, ¿quieres acompañarme? Te enseñaré la casa.
Jane se recostó contra la puerta después de cerrarla.
– Bueno, ha sido… difefente.
– Yo lo he pasado muy bien -dijo Mark-. Son muy agradables.
– Nunca he dicho que no lo fueran. Solo dije que nunca he estado a la altura de lo que mi madre esperaba de mí. ¿Y qué habrías hecho si hubieran aceptado tu invitación y se hubieran quedado?
Sin esperar su respuesta, se sacudió los zapatos malhumorada y se dirigió al salón para recoger las tazas de café.
– Deja eso. Ven aquí y descansa un momento -dijo Mark sentándose en el sofá y dando unas palmaditas a su lado.
Pero Jane no estaba de humor para más engaños. Ahora estaban solos, no había necesidad de fingir. Las leves caricias, las miradas de complicidad… Lo había hecho muy bien. Sus padres no habían sospechado nada. Pero estaban de nuevo solos, unidos por la conveniencia hasta que la muerte los separase. No había por qué seguir fingiendo… hasta dentro de dos fines de semana.
– Y lo que es peor -insistió reprimiendo las ganas de llorar-, ¿qué piensas hacer durante nuestro largo fin de semana con la familia? Como supondrás, tendremos que compartir la habitación de invitados.
Él pareció reflexionar muy seriamente sobre el problema.
– ¿Ponerme un pijama? -aventuró finalmente. Aquello ya era demasiado. Ya había tenido bastante por un día.
– Tienes razón. Esto puede esperar. Me voy a dormir. No olvides sacar a Bob al jardín.
Estaba llegando a la puerta del salón cuando se dio cuenta de que estaba hablando como la típica esposa de toda la vida a cuyo marido le da igual que esté despierta o no al subir al dormitorio. Muy apropiado.
– Jane… -dijo él cuando llegaba al umbral. Jane se volvió y lo vio tendido en el sofá con las manos entrelazadas detrás de la nuca y los ojos cerrados-, Que duermas bien.
Mark no podía dormir. Había olvidado lo que se sentía cuando una mujer estaba furiosa con uno. Aquellas emociones encontradas que se evaporaban con ese tipo de sexo que comienza como una discusión y termina en un ardiente, dulce y apasionado acto de amor.
Y la única mujer que ocupaba sus pensamientos era Jane. No lo comprendía. Una semana antes ni siquiera pensaba en ella como en una mujer, y ahora llevaba.su perfume dentro, incluso en su propia cama, y sentía el tacto sedoso de su piel en los dedos.
El relámpago de rabia en sus ojos cuando había mencionado a Caroline. La tierna mirada de sorpresa cuando la había besado en la frente. Y la imagen que había contemplado al verla por primera vez aquella mañana, con aquellos labios suaves y carnosos que pedían a gritos que los besaran.
¿Cuántas veces a lo largo del día había estado a punto de besarla? Al menos media docena. Y cuando ella se había retirado indignada había tenido que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no correr tras ella y llevarla en volandas a su cama.
Comprendiendo que no iba a poder dormir se levantó de la cama y empezó a pasear por la habitación. Aquel tipo de respuesta no se producía de un día para otro. No con alguien con quien uno había tratado varios años. Debía haber estado ahí, creciendo oculta, como los bulbos que crecen bajo tierra desarrollando fuertes raíces y florecen a los pocos días de salir a la luz.
La belleza de Jane no era convencional. No era el tipo de mujer que hace volverse a los hombres, pero su ternura y su generosidad eran capaces de revivir un corazón moribundo, y a diferencia de la belleza, no se marchitarían nunca.
Ya tenían la «RLP», la relación a largo plazo, basada en la confianza y el respeto. Simplemente tenía que florecer y convertirse en algo más profundo. Y lo que él tenía que hacer era mostrarle sus sentimientos, y ayudar a Jane a olvidar el dolor que la había impulsado a aceptar una relación platónica.
Recordó lo que ella había dicho de los diamantes. Podían ser convincentes, pero no para ella. Haría falta algo más valioso, un gesto personal, algo que ella no pudiese malinterpretar.
De repente pisó algo. Se agachó y recogió de la moqueta una horquilla. ¿Entonces Jane había estado en su dormitorio? Quizá por eso su presencia flotaba en el aire.
Dejó escapar un suave gruñido al comprender que había esparcido sus posesiones por la casa para que no sospechase su madre. El cepillo, las horquillas… Se acercó de dos zancadas a la cama y al levantar las almohadas llegó hasta él el delicado perfume de su camisón. El camisón de Jane estaba en su cama. La mera idea hizo arder en su interior un deseo que creía muerto.
Se puso la bata y bajó a su estudio. Podía ir adelantando trabajo, ya que era evidente que no iba a pegar ojo durante el resto de la noche.
CAPITULO 9
L
A VIDA de casada es mucho más dura de lo que parece -dijo Jane en respuesta a la pregunta de Laine. Estaba aprovechando la ausencia de Shuli para ordenar el despacho de Mark mientras hablaba sujetando el teléfono con el hombro. Mark debía haber estado enseñándole algo a su padre, ya que había planos por todas partes-. Mis padres vinieron a cenar anoche.
– Lo sé. Tu madre llamó a la mía y está muy enfadada porque no se lo conté. Espero que haya valido la pena -dijo Laine, pero Jane no contestó-. Así que sigues en el cuarto del servicio.
– ¡Por favor! Es la habitación de invitados. Pero tienes razón. Esto va para largo. De hecho mi plan de demostrar que era la esposa perfecta se desmoronó el primer día.
– ¿Discutisteis?
– Sí. No. No lo sé.
– Entendido.
– No fue por nada personal. Todo empezó porque encontré un perrito en la calle…
– Por Dios, Jane -exclamó Laine después de oír la historia completa-, ¿Se puede saber qué te pasa? ¿No eres capaz de ver un problema y pasar de largo?
¿Como Caroline?
– Parece que no.
– Pues creo que tu Mark es un héroe, puedes decírselo de mi parte.
– Y aún no has oído lo peor. Mis padres nos han invitado a pasar ei fin de semana en su casa. Para una reunión familiar en toda regla.
– ¿Y eso es un problema?
– Piénsalo, Laine.
– Oh, ¿el problema es que tendréis que compartir una cama de matrimonio? ¿Y por qué esperar al fin de semana? cariño, ponte ese camisón de seda negro, suéltate el pelo y plántate delante de él. Lo tendrás en tus manos, te lo aseguro.
Según colgaba el auricular, vio que había en la papelera un plano roto en pedazos. No era nada espectacular, no tenía nombre ni número de proyecto. Solo una fecha, de seis años atrás. En cuanto empezó a recomponerlo identificó una casa que le había llamado la atención en Upper Haughton aquella misma mañana al llevar a Shuli al pueblo a su centro infantil.
Al pasar por delante se había detenido a contemplarla, y en aquel momento había salido de la casa una mujer con dos niños y se habían saludado.
– Tuvimos muchísima suerte -le comentó la mujer-. Esto era exactamente lo que buscábamos, aunque supongo que no le gusta a todo el mundo. El arquitecto la construyó como sorpresa para su novia, pero ella se había encaprichado con una casa georgiana que había visto, y al parecer no hubo más que hablar.
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