Liz Fielding - La Proposicion Perfecta
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– Lo quiero de oro, sin adornos, no demasiado ancho.
Pusieron ante ella una variada selección de anillos y no tardó en elegir.
– Este -dijo, sosteniendo entre los dedos un anillo que una mujer podía llevar siempre. Algo cohibida se lo puso y se lo mostró a Mark.
– ¿Te parece bien?
Jane esperaba que él sacase la cartera, pero para su sorpresa le tomó la mano, de modo que sus finos dedos quedaron extendidos sobre los suyos, y pareció observarla durante una eternidad. El contacto de aquellos dedos elegantes, largos y vibrantes, provocó una reacción en cadena que recorrió todo su cuerpo con una intensidad muy superior a lo que jamás había imaginado.
– ¿Estás absolutamente segura? -preguntó él finalmente mirándola a los ojos.
– Mark, es el anillo que elegiría aunque fuera a casarme con el sultán de Zanzíbar.
– ¿Me estás diciendo que tengo competencia? -dijo él sin apartar de ella sus profundos ojos grises.
– Por supuesto -respondió ella con fingida seriedad-. No deja de suplicarme que me vaya a su harén.
– Pues la próxima vez dile que ya estás comprometida -dijo él sonriendo, y se volvió al joyero-. Ha sido sorprendentemente fácil.
– La señorita sabe lo que quiere -asintió el circunspecto dependiente-. Y ahora si el señor me deja tomarle la medida…
Jane percibió al instante la tensión de Mark, que retiró la mano discretamente, aunque ella pudo ver que todavía llevaba el anillo que le había puesto Caroline.
– Ahora no hay tiempo, Mark -dijo apresuradamente para salvar la situación-. Tenemos que ir al banco. Y hay que ir a buscar a Shuli.
Ya en la calle, Mark se detuvo y se volvió hacia ella.
– Lo siento, Jane -dijo. Ella posó una mano levemente sobre la suya en un mudo gesto de comprensión, pero no fue capaz de decirle que no importaba, porque la verdad era que sí importaba.
De vuelta en la oficina, estuvo comprobando que su sustituía iba haciéndose con las riendas del despacho y fue a recepción a recoger a Shuli.
– ¿Es verdad que te vas? -preguntó asombrada la recepcionista.
– Sí, es cierto. Patsy me sustituye desde hoy, aunque estaré viniendo a ratos esta semana -dijo despreocupadamente Jane mientras sujetaba a Shuli a la sillita.
– Qué repentino, ¿no? Corre por ahí el rumor de que te casas con Mark Hilliard.
Lo dijo como si fuera un chiste, pero Jane no estaba de humor para bromas, y dado que Mark ya había informado a sus socios, probablemente aliviados al saber que ello suponía una mejora en su organización laboral, no había ningún secreto que guardar.
– ¿Ah, sí? Bueno, de vez en cuando algún rumor es cierto -repuso con naturalidad, y estuvo a punto de añadir que lo apresurado de la boda se debía a que estaba embarazada. De trillizos-. Si alguien pregunta por mí, me voy con Shuli a comprar algo absolutamente deslumbrante para la ocasión.
No consideró necesario aclarar para cuál de las dos era aquel algo «absolutamente deslumbrante».
Mark volvió a su despacho pero no conseguía concentrarse en el trabajo. Sentado en su escritorio, no dejaba de dar vueltas a su anillo de boda. Había llegado a ser parte de él hasta el punto de que no había reparado en que tendría que cambiarlo por otro.
Un rato antes Jane le había sacado del aprieto cuando él había retrocedido instintivamente ante la idea de un nuevo anillo. Le había tendido una mano ofreciéndole su apoyo en lugar de hacerle los reproches que merecía. Y todavía sentía en la piel el cálido roce de sus dedos.
Miró por última vez el anillo y lo guardó en su cartera antes de pulsar el intercomunicador.
– ¿Patsy? Tengo que salir media hora. ¿Puedes avisar a todos de que retrasamos la reunión semanal?
– Por supuesto, señor Hilliard-respondió su nueva secretaria-. Espero que le parezca bien, he hecho una reserva provisional para el martes a mediodía en el Waterside.
– ¿Te ha dicho Jane que lo hagas? -preguntó él sorprendido.
– No, ha sido iniciativa mía. Jane me dijo que la utilizara, que era lo que a usted le gustaba. Pero si tiene otros planes la cancelaré.
– ¿Y te ha parecido que una comida en el Waterside podía ser una sorpresa adecuada?
– Desde luego, señor Hilliard.
– Bien, confirma la reserva, y pide que pongan una silla alta para mi hija.
– ¿Shuli hará de dama de honor? Qué bonito… ¿Quiere que encargue unas flores?
Anillos, restaurante, damas de honor, flores… ¿Qué había sido de la ceremonia sencilla y discreta que había imaginado? De repente pensó que aquello podía no ser tan fácil como había imaginado.
– No, yo me encargaré de las flores -dijo mientras se levantaba-. Estaré de vuelta en media hora.
Para su sorpresa, elegir las flores fue un placer… hasta que al abrir la cartera vio brillar en su interior el anillo. Volvió a ver la sombra de dolor en los ojos de Jane e imaginó lo que sentiría si volvía a ver el anillo algún día, o si lo encontraba en el fondo de un cajón.
No quería volver a ver en su rostro aquella expresión. Jane merecía su más absoluta fidelidad.
Por ello, en el camino de vuelta a la oficina, detuvo el coche junto al río y lanzó el anillo a sus profundas aguas.
CAPITULO 4
M
ARK aguardaba en la escalinata del juzgado. Llevaba una pequeña rosa blanca en el ojal, y a su lado Shuli, con su vestido nuevo, jugueteaba con un pequeño ramillete de flores, inquieto, volvió a mirar el reloj.
– Te dije que no quería llegar tarde -protestó Jane cuando el taxi se detuvo.
– Tonterías -dijo su amiga-. Hay que hacerle esperar un rato para que piense cómo sería su vida si no aparecieras.
Ella había pasado la noche en blanco pensando en lo que podía ser su propia vida si las cosas salían mal. Pero a primera hora de la mañana había llegado un recadero de la floristería con un ramo de rosas y fresias, acompañado por una tarjeta de Mark que decía simplemente «Gracias», y su rostro cansado se había anegado de lágrimas.
No había sido fácil ocultar las ojeras con maquillaje, pero al rato había llegado Laine y la había ayudado a peinarse y a ponerse el elegante vestido de cachemir color hueso en el que se había gastado su salario de un mes. Finalmente se puso el largo foulard de seda al cuello y dejó los extremos colgando a su espalda, de modo que recordaban lejanamente un velo de novia, y Laine le dio el ramo de flores.
– Bien, ¿qué estás esperando? Cuando te vea no va a poder creer la suerte que ha tenido.
Al bajar del taxi Jane se sentía incapaz de mirar a los ojos a Mark. Sin pensarlo dos veces se agachó y tomó en brazos a la pequeña.
– ¡Cariño, estás para comerte! -le dijo, apretándola contra su pecho.
– Eso hay que decírselo al novio, querida -bromeó Laine, y se volvió hacia Mark para presentarse-. Hola. Soy la dama de Jane. Nos conocemos desde la guardería -se volvió e hizo un gesto al hombre que la acompañaba-. Y este es Greg, mi prometido. Espero que hoy comprenda que esto es una ceremonia sencilla que no hace daño y siga tu ejemplo.
– No sé si es un ejemplo a seguir -dijo Mark con una débil sonrisa-. Ahora mismo tengo tanto miedo como el que más. Me he pasado los últimos cinco minutos pensando que no aparecerías -confesó mirando a Jane.
– El tráfico estaba terrible -intervino Laine dirigiendo a su amiga una mirada de complicidad.
– No quiero poneros más nerviosos -dijo Greg-. Pero creo que ya ha llegado el siguiente grupo.
Jane se volvió y vio a-una joven pareja radiante, rodeada de amigos, todos felices y sonrientes. Jane sintió que se le encogía el corazón. Laine tenía razón. Una boda no debía ser así.
– ¿Listos? dijo Mark, pensando que si el día anterior alguien le hubiera pedido que describiera a Jane Carmichael, no habría podido decir gran cosa. Que era una chica agradable, que los vestidos negros que solía llevar no acababan de sentarle bien, que parecía incapaz de controlar su espesa cabellera castaño oscuro, que tenía unos bonitos ojos…
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