Liz Fielding - La Proposicion Perfecta

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¿Acaso no era una auténtica locura con su secretaria sólo para que su hija tuviera una madre? No era eso lo que Jane pensaba. La secretaria de Mark llevaba años enamorada de su jefe, pero quería que aquel matrimonio fuera por amor y no por conveniencia…

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– Jane, por favor, esto no irá en serio.

– ¿Por qué no? Su hija ha rechazado a cuatro niñeras expertas y altamente cualificadas en el mismo número de meses. Está intentando decirle de la única manera que puede que necesita algo más de lo que usted le da. Una madre. Y usted es la única persona que puede dársela.

– Hago lo que puedo -protestó él-. Pero tengo que trabajar. Mucha gente depende de mí. El estudio, incluso tú. Si yo no trabajo, nadie cobra.

– Precisamente por eso necesita una madre. Y comprendo que usted no tiene tiempo para buscarla, por eso he redactado el anuncio. O podría acudir a una agencia. Mucha gente en su situación lo hace.

– Tienes razón. Es posible -reconoció él-. Agradezco tu preocupación. Lo pensaré.

– Han pasado tres años, Mark -dijo ella, negándose a cambiar de tema-. Caroline habría querido que siguiera adelante con su vida. Y que Shuli tuviera lo que todos los niños necesitan.

– ¿Y dónde voy a encontrar una mujer que quiera hacerse cargo del hijo de otra?

– No es tan extraño hoy en día, con tanto divorcio… Pero los dos sabían cuál era el problema. Ninguna podría ser tan maravillosa, tan perfecta, tan hermosa como Caroline.

– ¿Y cómo podría estar seguro de que al cabo de un año esa mujer cariñosa con sentido del humor no me pondría una demanda de divorcio para quedarse la mitad de lo que tengo?

Jane ya había contado con que Mark utilizaría todas las excusas posibles para descartar la idea.

– Creo que podemos confiar en Shuli para desenmascarar a cualquier posible cazafortunas. Al menos aquel comentario lo hizo sonreír.

– Sí, supongo que sí -dijo reclinándose en su sillón y observándola con los ojos entrecerrados-. Has pensado todo esto muy bien, ¿verdad?

– Por supuesto.

– Claro. Dime una cosa, Jane. ¿Aceptarías tú un matrimonio de conveniencia corno ese?

Allí estaba. Se había abierto la puerta que tanto tiempo había esperado.

– ¿Me lo pregunta en serio? -dijo con voz tranquila, aunque los latidos de su corazón debían oírse al otro lado de la calle.

– Sí. Quiero saber si te casarías con un hombre que no estuviese enamorado de ti.

Jane negó con la cabeza. Sus cabellos seguían escapándose del maldito moño.

– No, Mark. Lo que quiero saber es si me está proponiendo que me case con usted.

CAPITULO 2

EL MUNDO pareció detenerse un instante, mientras Mark Hilliard intentaba decidir si Jane hablaba en serio. Estaba sentada frente a él, como todos los días en el trabajo. Tenía el mismo aspecto, alerta, con el esbozo de una sonrisa en los ojos, controlando todo lo que la rodeaba, excepto sus cabellos. Y esperando una respuesta a su pregunta.

Jane le había hecho una pregunta seria, y esperaba una respuesta seria. Si era «no», no se sentiría ofendida. Esto no era cuestión de sentimientos o emociones. Era una solución a un problema que estaba empezando a afectar no solo a su vida, sino a su trabajo y a su estudio de arquitectura.

Y en el fondo aquella solución tenía todo el sentido del mundo. Conocía a Jane perfectamente. Era trabajadora, amable, fiel, y bajo su apariencia formal, Mark sabía que tenía sentido del humor. Y ella lo conocía a él, lo entendía perfectamente y no esperaría de él nada más que lealtad y amistad. Era la esposa perfecta para él. Pero que él fuera el marido que ella buscaba era una cuestión enteramente diferente.

– ¿Tú no te plantearías venir a vivir aquí?

– ¿Dejar mi trabajo y cuidar de Shuli y de usted a jornada completa? ¿Como qué? Lo siento, Mark. Sé que a usted le vendría muy bien, y adoro a Shuli, pero no sería precisamente un paso adelante en mi carrera. Será mejor seguir con la idea del anuncio.

En aquel momento se acercó Shuli con su dibujo.

– Ya casi está terminado, Jane -dijo mostrándoselo a ambos. Eran tres figuras junto a una casa-. Papá, Jane y yo.

– Es precioso, cariño -dijo Jane, asombrada de que su voz sonase firme-. ¿No vas a pintar unas flores en el jardín?

La pequeña asintió y volvió corriendo a su mesa. Mark había aprovechado la pausa para enfrascarse en su agenda. No importaba, se dijo Jane. Ya había puesto el tema sobre la mesa. Le convencería de poner el anuncio, y le daría tiempo para conocer a alguna de las numerosas mujeres que sin duda responderían. Estaba segura de que invariablemente él se echaría atrás al ver que esperaban de él más de lo que estaba dispuesto a dar.

– He aplazado la cita con los topógrafos en la obra para mañana -dijo con naturalidad-. A las nueve y media. Traiga, a Shuli a la oficina y yo cuidaré de ella.

Él anotó algo en su agenda y levantó la vista.

– ¿El martes que viene te parece bien? -preguntó.

– ¿El martes que viene?

– Supongo que a mediados de semana el juzgado estará más tranquilo. Porque no querrás una boda por todo lo alto, ¿verdad?

– ¿Boda? -Jane palideció profundamente.

– Me has preguntado si te estaba proponiendo que nos casáramos. Si tengo que elegir entre ti y el anuncio, me quedo contigo. Porque hablabas en serio, ¿verdad?

Como propuesta de matrimonio era un desastre, pero se la había hecho el hombre al que amaba con todo su corazón.

– Sí, claro.

– Entonces no veo ninguna necesidad de esperar. Yo estoy libre el martes, si a ti te viene bien.

Jane había tenido una visión de velas, rosas rojas, un anillo de diamantes. Una proposición perfecta seguida de una boda perfecta, vestida de blanco y de largo, con un cortejo de damas de honor, y toda su familia emocionada mientras ella avanzaba hacia el altar para unirse al hombre de sus sueños. Y de repente había renunciado a todo aquello. Pero Mark le había pedido que se casara con él. Más o menos. Y aunque el romanticismo hubiera brillado por su ausencia, así era como ella lo había planeado.

– Sí, me viene bien -respondió con el tono casual de quien habla de una reunión para un proyecto-. ¿Quiere que me encargue de los detalles?

«Por favor, di que no. Di que lo harás tú».

– Sí, por favor.

– ¿Quiere que invite a alguien? ¿Colegas? ¿Su familia?

– ¿Crees que es necesario? -preguntó él frunciendo el ceño-. Preferiría que fuera lo más sencillo posible.

¿Ni siquiera pensaba invitar a su madre, o a su hermana? Jane no había esperado la boda del siglo, pero al menos una ceremonia sencilla…

– No, no es necesario. Solo harán falta dos testigos. Los buscaré.

– Y tendrás que buscarme una nueva secretaria -dijo con una leve sonrisa-. Es una pena, pero ningún plan es perfecto.

– No -dijo ella, por una vez de acuerdo con él. Pero se repitió que había alcanzado su objetivo inicial, y que tenía todo el tiempo del mundo para trabajar en la siguiente fase: conseguir que Mark se enamorase de ella.

– Bien, entonces asunto resuelto -concluyó él-. Si ya has terminado de arreglarme la vida, ¿podemos echar un vistazo al contrato de Maybridge?

Sin esperar a su respuesta, Mark hizo una pelota con el anuncio que ella le había preparado, la tiró a la papelera y abrió una carpeta.

– Oye, ¿por qué no paramos un poco? -propuso Mark cuando su hija los interrumpió por tercera vez-. Le daré de comer y la acostaré a dormir la siesta, y podremos trabajar un par de horas más en paz.

– Tengo una idea mejor -dijo Jane-. Yo me encargo de Shuli y usted puede continuar con esos presupuestos.

– ¿De verdad? -dijo él. Se pasó una mano por la espesa cabellera negra y un mechón rebelde se quedó erguido en su coronilla. Igual que la primera vez que lo había visto, hundido e intentando hacer frente al desastre que la vida le había puesto delante. Entonces había tenido que dominarse para no extender la mano y alisárselo. Una vez más volvió a reprimir el impulso.

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