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Liz Fielding: La Rosa del Desierto

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Liz Fielding La Rosa del Desierto

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Al atraer la atención de los medios de comunicación internacionales sobre el secuestro de la conocida corresponsal extranjera Rose Fenton, el príncipe Hassan al Rashid salvó a su país de un golpe de estado. Pero su corazón había sido robado por la única mujer que nunca podría tener. Secuestrada por Hassan, Rose descubrió que, debajo del traje elegante del playboy internacional, latía el corazón de un verdadero príncipe del desierto. Poderoso e implacable, Hassan era todo lo que siempre había soñado encontrar en un hombre. Pero, ¿podría convencerlo de que era digna de su amor?

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El avión se detuvo y se acomodó la escalerilla ante la puerta, que se abrió para que Faisal saliera ante una andanada de fogonazos de las cámaras. Llevaba unos vaqueros y una camiseta que declaraba su apoyo a su equipo favorito de fútbol americano. Hassan se sintió indignado. ¿Cómo podía tomarse el momento tan a la ligera? ¿Cómo lo había permitido Simon Partridge? Ambos sabían lo importante que sería ese momento.

Entonces, detrás de Faisal, apareció la figura esbelta de una mujer. Una rubia de California con una sonrisa tan ancha como el Pacífico. La siguió Simon Partridge, con una expresión que era una súplica muda que pedía comprensión.

Faisal descendió con agilidad y se dirigió hacia Abdullah, para realizar una inclinación de respeto sobre sus manos. Durante un instante Abdullah se mostró triunfal. Pero entonces Faisal, con toda la confianza de la juventud, extendió las manos y esperó que su primo le devolviera el honor, lo reconociera primero como su igual, luego como su señor.

Abdullah mostró unos instantes de vacilación y Hassan contuvo el aliento, pero Faisal no movió un músculo, sencillamente esperó, y tras un momento que pareció estirarse una eternidad, el regente terminó por ceder ante su rey.

Luego Faisal se situó ante Hassan y extendió las manos, pero en esa ocasión con una sonrisa irónica, como si fuera consciente de la reprimenda que le esperaba. La inclinación de Hassan ocultó una expresión pétrea, en la que se ocultaba un considerable grado de respeto. El niño se había convertido en un hombre. E incluso sin los atavíos de un príncipe para conferirle dignidad, había obligado a retroceder a Abdullah.

Rose observó todo desde cierta distancia, presentando a los personajes del acto como una voz de fondo incorpórea para las imágenes que eran transmitidas vía satélite a su cadena de televisión. Notó, sin expresarlo en voz alta, que la joven mujer que lo acompañaba fue desviada a una limusina mientras Faisal continuaba con la ceremoniosa llegada.

Entonces, mientras el emir se dirigía a su coche con Hassan a su lado, Rose preguntó:

– ¿Está contento de hallarse en casa, Su Alteza?

– Muy contento, señorita Fenton -se detuvo y se acercó a su micrófono. Hassan, desgarrado entre el deseo de dejar una distancia segura entre ellos y mantener las riendas firmes de su joven protegido, al final lo siguió, pero permaneció a dos metros de ella, con la vista clavada en algún punto encima de su cabeza-. Aunque como puede ver mi viaje fue bastante sorpresivo, de ahí mi atuendo informal. Todos hemos estado bastante preocupados por usted -hizo que sonara como si su súbita desaparición hubiera provocado su repentino regreso.

– Lamento haberlo importunado -había achacado su desaparición a la inesperada recaída de su enfermedad, sin recordar nada hasta que despertó bajo los amables cuidados de unas tribus nómadas que no hablaban inglés pero que al fin habían llegado hasta un poblado lejano en el que había un teléfono.

En ningún momento había titubeado al contar esa historia y nadie se mostró lo bastante indiscreto como para formular preguntas incómodas.

La sonrisa de Faisal era cálida.

– Me complace descubrir que su reciente aventura no ha tenido ningún efecto pernicioso en usted.

– Todo lo contrario. El desierto es un lugar maravilloso, señor, y la hospitalidad de su pueblo infinita.

– Entonces debemos ocuparnos de que vea más de ambos. Hassan organizará una fiesta; tenemos mucho que celebrar.

– Será un placer asistir -aunque no tuvo el valor de mirar a Hassan a la cara. Y no preguntó nada sobre la bonita rubia. Tampoco hacía falta. Aisha le había contado la historia.

***

Hassan observó cómo el coche de Faisal se alejaba del aeropuerto, luego se dirigió al coche que lo esperaba a él.

– En nombre del cielo, ¿en qué pensabas, Partridge? Sé que no figuro en tu lista de amigos, pero, ¿tenías que hacerme eso?

– Yo no…

– ¿No podrías haberle encontrado un traje para que se pusiera? Y en cuanto a traer a su amiga, las miradas se clavaron en ella con más rapidez que pistolas cuando salió del avión detrás de él. Si tenía que venir, podrías haberlo conseguido con un poco más de discreción… -contuvo las palabras. Con la fragancia de su amor en su piel no tenía derecho a darle lecciones de discreción a nadie-. ¿Quién es?

– Se llama Bonnie Hart. Parece que Faisal se casó con ella hace dos semanas.

– ¡Casado!

– Usted… nosotros…, interrumpimos su luna de miel.

– ¿Estaban de luna de miel? Disponiendo de todo el mundo para elegir, ¿tuvo que decidirse por una cabaña en las Catskills?

– Las Adirondacks.

– No importa dónde…

– Esa es la impresión que me causó a mí. Y no fueron lejos porque Bonnie debía regresar a la universidad a la semana siguiente.

– ¡Universidad! Por favor, que tenga fuerzas. ¿En qué planeta vive Faisal?

– Yo diría que tiene los pies firmemente plantados en este. Es una joven encantadora, brillante. Es ingeniero agrónomo…

– No me importa lo que es. Faisal no tendría que haberse casado con ella -se suponía que debía casarse con la mujer que le había sido cuidadosamente escogida. Alguien con todos los contactos políticos adecuados, que aportaría honor a su casa-. Por favor -suplicó-, por favor, Simon, dime que es un engaño.

– ¿Por qué iba a hacerle eso?

Por Rose… Se pasó las manos por la cara.

– No hay motivo. ¿Qué demonios vamos a hacer con ella?

– ¿Darle una amplia parcela de desierto con la que pueda jugar? -sugirió el otro-. Tiene unas ideas magníficas. Al parecer Faisal la conoció cuando fue a visitar la planta hidropónica que usted le pidió que viera.

– ¿Quieres decir que todo es por mi culpa?

– No, señor. Faisal ya no es un muchacho. Es un hombre. Y posee unas ideas muy claras sobre lo que quiere. Le sugerí que los vaqueros no recibirían su aprobación. Me contestó, con mucha educación, que me ocupara de mis cosas.

CAPÍTULO 10

FAISAL y su mujer habían sido llevados a la fortaleza y ambos esperaban la llegada de Hassan en su salón privado. Eso solo rompía las reglas de la etiqueta social, pero él se mostraba impasible.

– Bonnie, este es mi hermano mayor, Hassan. Gruñe, pero no muerde. Al menos no si no se lo provoca demasiado.

– Entonces, cariño, será mejor que saques el botiquín de primeros auxilios, porque yo diría que acabas de ganarte una medalla de oro en provocación -Bonnie, que se había duchado y quitado los vaqueros para ponerse unos pantalones cortos aún más dudosos, sonrió con expresión amistosa y extendió la mano-. Me llamo Bonnie Hart. Lamento que hayas tenido que enterarte de nuestra boda una vez consumada, pero Faisal dijo que si lo quería lo mejor era que me decidiera rápidamente, porque en cuanto lo tuvieras de vuelta en casa y encerrado en tu palacio, sería demasiado tarde.

Hassan sabía cuándo aceptar algo que ya no tenía solución y sonrió con elegancia.

– Mi hermano bromeaba. Como emir, y él lo sabe, Puede hacer lo que desee. Recibe mi más efusiva bienvenida a Ras al Hajar, Alteza.

– ¿Alteza? ¡Por favor! Soy americana. Llevamos a cabo una revolución para poner fin a ese tipo de cosas…

– Bonnie, cariño, ¿por qué no vas a descansar un rato mientras me pongo al día con Hassan? Querrás tener tu mejor aspecto cuando empiecen a llegar visitas.

– Y vendrán -aseguró Hassan-. Cuando la princesa Aisha se entere de la nueva…

– ¿Aisha? Hablamos por teléfono desde Londres -dijo Bonnie-. Estoy impaciente por conocerla. Y a Nadim y a Leila. Nombres maravillosos.

¿El único en no participar del secreto era él? ¿Era tal monstruo que su familia había conspirado para reservárselo? ¿Pensaban que no iba a entenderlo? Cinco días atrás quizá hubieran tenido razón.

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