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Lucy Gordon: La esposa del magnate

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Lucy Gordon La esposa del magnate

La esposa del magnate: краткое содержание, описание и аннотация

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El hombre del que se había enamorado no era como ella creía en absoluto. Selena era una mujer fuerte e independiente que tenía el dinero justo para sobrevivir. Cuando se enamoró de Leo Calvani, lo creyó su alma gemela porque él también llevaba una vida sencilla en la Italia rural y también era hijo ilegítimo… Pero al ver su casa se dio cuenta de que no era el hombre que ella pensaba: vivía en una casa enorme, poseía otras dos villas y su tío era conde. Y aún le quedaba otra sorpresa: resultaba que tampoco era hijo ilegítimo, con lo que se convertía en el heredero del conde. Aquello era una verdadera pesadilla porque Selena no tenía la menor intención de convertirse en condesa.

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Se dio cuenta de que su experiencia de vida dura había sido la de un hombre rico con una especie de juguete.

Por duras que fueran las condiciones, siempre podía regresar a una vida cómoda cuando se cansara de jugar. Pero para ella no había escape. Esa era su realidad.

¿Por qué había elegido una vida errante que parecía ofrecerle tan poco?

Y había otra cosa muy clara. El accidente la había privado de casi todo lo que tenía.

Pero no tuvo mucho tiempo para pensamientos sombríos. La hospitalidad de Texas le abrió los brazos y él se echó alegremente en ellos, disfrutando de cada momento y diciéndose que ya tendría tiempo de descansar más tarde. Entre la abundancia de comida, bebida, música y chicas guapas con las que bailar, las horas pasaban sin darse cuenta.

En algún momento se preguntó cómo estaría Selena y si volvería a tener hambre.

Llenó un plato con bistec y patatas, tomó unas latas de cerveza bajo el brazo y se dirigió hacia la casa. Pero algo lo hizo mirar antes en los establos, donde encontró a la joven mirando a ElIiot.

– ¿Cómo está? -preguntó Leo.

Selena dio un salto.

– Está mejor. Se ha tranquilizado mucho.

Ella también estaba mejor. Sus mejillas tenían color y le brillaban los ojos. Leo le mostró el plato y ella miró el bistec con ansia.

– ¿Es para mí?

– Claro que sí. Vamos afuera.

Encontró un haz de heno firme y se sentaron juntos. Le pasó una cerveza y ella echó la cabeza hacia atrás y la bebió casi de un trago.

– ¡Oh, qué bien sienta! -suspiró.

– Hay mucha más -comentó él-. Y también mucha más carne. ¿Por qué no se une a la fiesta?

– Gracias, pero no.

– ¿Aún no le apetece divertirse?

– No es eso. Estoy mejor y he dormido bien, pero la idea de toda esa gente mirándome y pensando que mi voz no está bien… que nada está bien…

– ¿Quién dice que no esté bien?

– Yo. Esta casa… todo esto me da escalofríos.

– ¿Nunca ha estado en una casa así?

– Oh, sí, muchas veces, pero no entrando por la puerta principal. He trabajado en sitios parecidos fregando suelos, limpiando la cocina, cosas así. Aunque prefería trabajar en los establos.

– ¿Y cuándo fue eso? Habla como si fuera una anciana, pero no puede tener más de cuarenta.

– ¿Más de…? -vio el brillo malicioso de sus ojos y se echó a reír-. Si no estuviera sentado entre la cerveza y yo, le daría un puñetazo.

– Me gusta una mujer que tiene claras sus prioridades. ¿Entonces no tiene cuarenta años?

– Tengo veintiséis.

– ¿Y cuándo fue toda esa historia antigua?

– He cuidado de mí misma desde los catorce.

– ¿No tenía que haber estado en la escuela a esa edad?

Selena se encogió de hombros.

– Supongo que sí.

– ¿Qué fue de sus padres?

Ella tardó un momento en contestar.

– Me crié en casas de acogida… en varias.

– ¿Quiere decir que es huérfana?

– Posiblemente no. Nadie sabía quién era mi padre. No sé si lo sabría mi madre. Lo único que sé de ella es que era muy joven cuando me tuvo, no pudo arreglárselas y me dejó en una casa de acogida. Supongo que tenía intención de a buscarme, pero no le fue posible.

– ¿Y luego qué? -preguntó Leo.

– Más casas.

– ¿Casas? ¿En plural?

– La primera no estaba mal. Allí descubrí a los caballos. Después de eso, supe que tenía que estar con caballos. Pero el viejo murió y vendieron el rancho y tuve que ir a otra parte. La segunda estuvo mal. La comida era mala y me explotaban mucho, incluso quitándome de la escuela para trabajar. Al final me rebelé y me echaron. Dijeron que era incontrolable y supongo que tenían razón. Pero no me apetecía nada dejarme controlar.

– ¿Pero no hay leyes para impedir ese tipo de situaciones?

Selena lo miró como si estuviera loco.

– Claro que hay leyes -dijo con paciencia-. Y también inspectores para que se encarguen de que se cumplan.

– ¿Y entonces?

– De todos modos ocurren cosas malas. Algunos inspectores son buena gente, pero tienen demasiado trabajo. Y otros solo ven lo que quieren ver porque quieren terminar pronto el trabajo.

Hablaba con ligereza, sin amargura, como si describiera la vida en otro planeta. Leo estaba horrorizado. Su vida en Italia, un país donde los lazos familiares son todavía muy fuertes, parecía un paraíso en comparación.

– ¿Qué ocurrió después? -preguntó.

Ella se encogió de hombros.

– Otra casa más, no muy diferente. Me escapé, me pillaron y me llevaron a una institución hasta que apareció otra casa. Esa duró tres semanas.

– ¿Y luego qué?

– Esa vez me aseguré de que no me encontraran. Tenía catorce años y podía pasar por dieciséis. No creo que me buscaran mucho tiempo. Eh, este bistec es muy bueno.

Leo aceptó el cambio de tema sin protestar. ¿Por qué iba a querer ella hablar de su vida si había sido así?

Capítulo 3

Ahora que su miedo por Elliot había remitido, Selena empezaba a relajarse y a recuperar su actitud de vivir el presente.

– ¿Hace mucho que está con ElIiot? -preguntó Leo.

– Cinco años. Conseguí trabajo haciendo un poco de todo en los rodeos y se lo compré barato a un hombre que me debía dinero. Él pensaba que la carrera de Elliot había terminado, pero yo creía que todavía podía dar mucho de sí si lo trataban bien. Y yo lo trato bien.

– Y supongo que él lo agradece.

La joven se levantó y fue a acariciar el morro del animal, que se apretó contra ella.

Leo se levantó también y anduvo por el establo, mirando a los animales, que le devolvían la mirada.

– Usted entiende de caballos -dijo ella, acercándose-. Se nota.

– He criado unos cuantos en casa.

– ¿Dónde está su casa?

– En Italia.

– Entonces es cierto que es extranjero.

– ¿No se me nota en el acento? -sonrió él.

Selena se encogió de hombros. Sonrió también.

– Los he oído mucho más raros.

Fue como si con su sonrisa hubiera salido el sol. Leo, que quería hacerla reír, empezó a forzar adrede el acento italiano. Le besó una mano con aire teatral.

Bella signorina , permítame hablarle de mi país. En Italia sabemos apreciar la belleza de las mujeres.

Ella lo miró atónita.

– ¿En Italia hablan así?

– No, por supuesto que no -dijo él; volvió a su voz normal Pero así es como esperan que hablemos cuando estamos en el extranjero.

– El que espere eso es que está loco.

– Bueno, yo he conocido a unos cuantos locos. Las ideas que tiene mucha gente de los italianos son muy tópicas. No todos vamos por ahí pellizcando traseros.

– No, solo guiñan el ojo a las mujeres en la autopista.

– ¿Quién hace eso?

– Usted lo hizo cuando el coche del señor Hanworth me adelantó. Vi que me miraba y me guiñaba el ojo.

– Solo porque usted me lo guiñó primero.

– No es cierto.

– Sí lo es.

– No lo es.

– Yo la vi.

– Fue un truco de la luz. Yo no guiño el ojo a desconocidos.

– Y yo no se lo guiño a desconocidas a menos que ellas lo hagan antes.

De pronto Selena se echó a reír, y el sol pareció salir de nuevo. Leo le tomó la mano y volvió con ella al haz de heno en el que estaban sentados. Abrieron dos cervezas.

– Hábleme de su casa -dijo ella-. ¿En qué parte de Italia?

– En la Toscana, la parte norte, cerca de la costa. Tengo una granja. Crío caballos, tengo vides, monto en el rodeo.

– ¿Rodeos en Italia? ¿Me toma el pelo?

– Para nada. Tenemos una ciudad pequeña llamada Grosseto, donde todos los años hay un rodeo, con desfile por la ciudad incluido. Allí hay un edificio que tiene las paredes cubiertas de fotos de los vaqueros de allí. Hasta que cumplí los seis años, yo pensaba que todos los vaqueros eran italianos. Cuando mi primo Marco me dijo que venían de Estados Unidos, lo llamé mentiroso. Tuvieron que separarnos nuestros padres.

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